¿Realmente observamos el tema de la depresión de cerca y con la misma preocupación y cuidado que otras enfermedades? Lucía Dammert, en su columna en La República, se detiene a analizar esta situación, con cifras alarmantes: más de de 350 millones de personas están afectadas por depresión en el mundo, y el aumento en el número de diagnósticos es, en promedio, de 20% cada año.

Dammert hace un paralelo con la situación regional y local. Y la pregunta salta automáticamente: si la salud pública peruana es precaria, ¿en qué estado se encuentra la salud mental?

"En general los problemas de salud mental son poco financiados, rara vez enfrentados como problemas de salud pública y en muchos casos aún considerados muestras de debilidad. Los datos no son claros pero más del 80% de aquellos con diagnóstico claro no reciben tratamiento. En los países latinoamericanos la cobertura de estas enfermedades es inversamente proporcional a los niveles de inequidad. Es decir, los más vulnerables reciben menos tratamiento. Sin mencionar el componente de género de una enfermedad que impacta en mayor medida a mujeres entre los 45 y 65 años, cuya cobertura de salud es también precaria."

De hecho, además de los tardías o nulos diagnósticos, existe todavía una serie de prejuicios en torno a las enfermedades mentales, que desemboca en una suerte de secretismo, de vergüenza social que apunta al deprimido con el dedo o que lo aísla a un plano individual o que no debería salir del círculo familiar. Error grave.

Dammert también alerta en el artículo acerca de las consecuencias terribles que acarrea la depresión y que suelen ser vistas como resultados, como acciones consumadas.

"La carencia de políticas de salud mental en la mayoría de países del mundo ha venido de la mano con un incremento sostenido de las tasas de suicidio. Así como del consumo indiscriminado de sustancias (legales e ilegales) que sirven para buscar adormecer sus síntomas. Pero la realidad nos pega en la cara cuando observamos hechos reiterados de violencia en centros educativos, al interior de las familias y en la sociedad en general."

Casos como el de Lubitz ponen bajo el reflector estos problemas, pero siguen siendo tratados como hechos aislados o rarezas que ocurren cada cierto tiempo cuando, en realidad, guardan cuestiones de fondo más comunes de lo que aparentan.

Un gran artículo de Rosa Montero en El País, de hace casi diez años, titulado "No son locos", daba en el clavo:

"Por favor, no añadamos más dolor, con nuestros prejuicios, al agudo sufrimiento de la enfermedad mental. La psicosis es un padecimiento grave y crónico, pero, bien tratados y bien integrados en su entorno, los enfermos pueden llevar una vida prácticamente normal."

La clave es, pues, la atención. La mirada al otro, la compasión y la urgencia de ayuda. Como bien remata Montero, "no olvidemos que detrás de la enfermedad siguen existiendo las personas."


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