- Frank Underwood (Kevin Spacey), ya presidente de los Estados Unidos, debe asegurarse el lugar como candidato Demócrata a la presidencia en 2016.

- Claire Underwood (Robin Wright), con ayuda de Frank, se convierte en embajadora de las Naciones Unidas. Como tal, asume un lugar incómodo que hará peligrar su matrimonio.

- Doug (Michael Kelly) se recupera lentamente mientras busca obsesivamente a Rachel y pretende volver al trabajo en la Casa Blanca.

La segunda temporada de House of Cards terminó con una seguidilla de acción ininterrumpida en la que Frank Underwood intentaba mantenerse sobre una cuerda floja: llegar a la meta significaba ganarlo todo, y caer implicaba la destrucción de su carrera y de su vida privada.

El ritmo de la tercera temporada es más pausado, Frank se ha visto obligado a medir más cuidadosamente sus acciones y a lidiar con un caos emocional que no habíamos visto antes en él. Siendo presidente, es evidente que tiene que bajar un poco –solo un poco– el tono de sus negociaciones vía intimidación, y que la dinámica de por sí frágil con sus aliados –y con Claire– se ve más amenazada que nunca.

Frank

Underwood se abstiene esta vez de usar sus propias manos para matar a personas, pero algunas de las decisiones que toma –en especial cuando se ve obligado a decidir cuestiones que conciernen a Claire– son muestra de aquella famosa sangre fría por la que los espectadores siguen, con adicción y miedo simultáneos, su camino en Washington.. 

Quizá la novedad más interesante que se presenta en el contexto de la presidencia de Frank es la introducción de un villano mucho más poderoso y mucho más indescifrable que el multimillonario Raymond Tusk, de la segunda temporada: Viktor Petrov, el presidente de Rusia. El ruso Petrov, una caracterización muy poco camuflada del actual presidente ruso Vladimir Putin, es igual de ajeno e incontrolable que este. Petrov no deja de mostrar parecidos con Underwood, y la relación que se desarrolla entre ambos es en sí misma suficiente para convertir a Beau Willimon en el guionista más nominado del año.

En cuanto a los quehaceres políticos de Underwood, más allá de saber que usa su nuevo poder para disponer de fondos de emergencia con el fin de implementar una ley de trabajo extrañamente similar a la Ley Pulpín, y que algunos conocedores del sistema político estadounidense consideran completamente inverosímiles muchas de las maniobras que ejecuta, el panorama es francamente obtuso.

La verdad es que tampoco es muy importante. Sí: House of Cards es una serie ambientada Washington y la carnicería que es la política estadounidense, pero el tema es un hombre cuya ambición es tal que está dispuesto a hacer literalmente cualquier cosa por conseguir el objetivo.
Es verdad que el apoyo que termina por recibir Frank para su candidatura está completamente injustificado –¿quién no lo odia?–, pero esa es una libertad que un guión de televisión se puede tomar. Además, Willimon se justifica diciendo que la política es así de imprevisible... un argumento difícil de refutar.


claire

En las temporadas anteriores, los daños colaterales fueron una periodista y un diputado. En la tercera, con menos espectáculo pero la misma intensidad, el daño colateral es el matrimonio entre Claire y Frank. De lo que no se da cuenta Frank, o se da cuenta pero su ambición es más fuerte que todo lo demás, es que al poner en peligro su relación conyugal es él mismo quien se vuelve más vulnerable que nunca.

No solo porque necesita a Claire con fines políticos (es evidente que las encuestas la favorecen) sino porque todo él es una proyección de esa relación, se nutre de ella y se refugia en ella. Debo admitir que nunca había visto a Frank Underwood bajo una luz tan humana. En todo caso, él parece tampoco haberse visto a sí mismo antes, y uno de los efectos secundarios de la presidencia es que salen a la luz –gracias a otro instrumento dramatúrgico excelso: la contratación de un escritor fantasma– esos rasgos más vulnerables o sentimentales que antes permanecían bajo llave y enterrados

A Claire, por su parte, le esperaba un juego de bastante previsibles decepciones al llegar a la Casa Blanca. Una vez ahí, se tiene que dar cuenta de que la Primera Dama no tiene realmente una carrera propia, y que el puesto que le ayudó a ganar a Frank –la influencia de Claire fue extraordinaria en la segunda temporada, y Robin Wright salió merecidamente premiada– es ‘el puesto de Frank’, no ‘de Frank y Claire’.

Así, para hacer realidad su iniciativa para convertirse en embajadora de las Naciones Unidas necesita, desde el principio, de la ayuda de su marido presidente, y es esa misma iniciativa la que la convierte en un blanco fácil para el villano Petrov y sus planes que, a decir verdad, no son mucho más maquiavélicos que los de los Underwood. Lo cierto es que el papel que Claire habría querido atribuirse era ilusorio, y termina por proyectar la decepción ante su propia ingenuidad en el –quién lo diría– pobre Frank.

doug

La tercera línea de acción de esta temporada de House of Cards es la recuperación de Doug –para empezar, el hecho de que no murió cuando Rachel lo agarró a piedrazos–. Por primera vez, buena parte de los episodios giran en torno al jefe de personal alcohólico de tendencias sociopáticas de Frank Underwood. Desde el primer capítulo, está claro que las cosas siguen sin pintar bien para Doug. La escena sobre su lenta salida del coma y el inicio de sus terapias es una hazaña televisiva que se mete debajo de la piel del espectador. 

Esta, por supuesto, es toda la empatía que Doug va a recibir, porque es un personaje tan bizarramente desagradable que su sufrimiento parece incluso grotesco. En todo caso, su recuperación se une a la búsqueda más bien frenética de Rachel, y la presencia –sin llegar a aparecer– de ella en todas las escenas de Doug es escalofriante. Mientras la busca, Doug trata de demostrarle a Underwood que sigue siendo capaz de trabajar, pero Frank le había dado un ultimátum en la temporada anterior. Desesperación y dolor para el personaje más incomprensible de la serie.

el conjunto


House of Cards ha vuelto a demostrar su capacidad para involucrar al espectador en luchas con las que no se identificaría nunca en la vida real. Beau Willimon y compañía lo logran sacando a relucir los aspectos más oscuros –pero más íntimos– de unos personajes que, bajo otras circunstancias y con menos maestría, serían alienantes para el televidente de a pie.

Los actores, por supuesto, cumplen su cometido con la misma eficacia: Kevin Spacey siempre es un capital invaluable y, como siempre, se enfrenta a Frank Underwood –o a cualquiera– sin vergüenza y sin medias tintas; Robin Wright ha tenido que bajar un poco el tono de su Claire, pero lo hace dando a entender que es la misma Claire quien baja el tono –y se resiste a aceptarlo–; Michael Kelly le da a Doug la cojera que le falta al Ricardo III / Frank de Spacey, y no se amedrenta ante el crecimiento de su papel.

¿Qué viene ahora? Las elecciones generales, supongo, aunque todavía no se ha confirmado la cuarta temporada de House of Cards.


Mientras tanto, no hay que entrar en pánico, porque la dosis de maquiavelismo televisivo necesaria para sobrevivir al invierno viene el 12 de abril, con la quinta temporada de Game of Thrones.



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