La  muerte del fiscal Alberto Nisman ha causado un terremoto en la política argentina. Nisman había denunciado a la presidenta Cristina Fernández por encubrir a terroristas sospechosos del haber perpetrado el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA).  Hoy, la mandataria ha emitido un mensaje donde señala que Alberto Nisman no se suicidó. 

No obstante, en los medios esta historia no está cerrada. Desde diferentes posturas, el periodismo quiere llegar hasta el fondo de esta muerte que ha puesto 'contra las cuerdas' al ejecutivo argentino.

La escritora y periodista argentina Beatriz Sarlo da cuenta, en una columna publicada en Perfil, del enfrentamiento mediático que se produce en el país sudamericano a partir de la muerte de Nisman. Para ella, aunque la investigación concluya que se trató de un suicidio, siempre quedarán dudas. A continuación, compartimos su columna completa. Vale la pena leerla.


LA MUERTE DE NISMAN Y LO IMPENETRABLE

Por Beatriz Sarlo

Los hechos políticos suceden en una atmósfera contaminada por ruidos. El último fue el estruendo de un balazo en Puerto Madero. La política se ha especializado hasta alcanzar el paroxismo del secreto. La muerte del fiscal Nisman, bajo la figura de un suicidio que resulta dudoso para todos los que, alguna vez, vieron un film de espionaje, ha colocado las cosas en un más allá impenetrable.

La política se aleja incluso de aquellos que estamos todo el día obsesionados, leemos tres o cuatro diarios nacionales y varios portales de noticias. ¿Qué se puede esperar para los ciudadanos que no han hecho de la política una profesión periodística o una actividad central en sus vidas?

Ayer domingo, quien quisiera una síntesis de las noticias que concernían a Nisman en PERFIL, Clarín, La Nación y Página/12 enfrentaba dos series de informaciones que se contradecían casi en todos los puntos importantes. Se podía confiar en alguno de los tres diarios nombrados primero o en el último de la lista. Pero la suma de las informaciones impedía una conclusión que no estuviera definida por posiciones que ya se hubieran tomado antes de leerlas. No digo que la información de prensa fuera insuficiente. Ni siquiera digo que fuera equivocada ni que tomara partido. Digo simplemente que el cotejo exigía la pericia de un criptógrafo o de un historiador futuro.

Hoy la situación es todavía peor. Aunque la investigación concluya que el fiscal Nisman se suicidó, quedarán abiertas todas las preguntas: ¿Se suicidó porque no estaba dispuesto a enfrentar una reunión en el Congreso, en la cual el kirchnerismo desnudara la falsedad de sus acusaciones? ¿Ese hombre, aparentemente tan seguro la semana pasada, leyó los diarios ayer y se dio cuenta bien tarde que todo lo que había hecho era una insensatez que lo conducía a un callejón sin salida y era preferible matarse a enfrentar el escarnio y la acción de la justicia no contra quienes propiciaron el memorándum con Irán sino contra él mismo? ¿No lo había pensado antes? ¿Enloqueció en la soledad de la noche? O, por el contrario, ¿Sólo a pocas horas de su presentación en el Congreso, comprendió que se había equivocado y que no tenía retroceso? Como otros suicidios de las dos últimas décadas, no sabemos por dónde pasa la línea que separa la voluntad de la orden. 

Los ciudadanos pueden hacerse estas preguntas pero no tienen los elementos para intentar hipótesis que las respondan con probabilidad de acierto. Tal cosa sucede no sólo cuando los problemas son muy complejos sino cuando transcurren en una escena secreta e inaccesible por definición y por requerimiento legal: la de los servicios de informaciones, con los cuales Nisman trabajaba en su investigación del atentado en la AMIA, según sus propias declaraciones, por indicación del entonces presidente Kirchner. Aunque tampoco podemos saber si es cierto que Kirchner le indicó que coordinara sus pasos con el espía Stiuso.

Parece que hay guerra de guerrillas en el servicio de informaciones, después del desplazamiento de la vieja guardia y la llegada de Parrilli. Una guerra de guerrillas en la SI transcurre, por definición, en la esfera secreta. Se enfrentan especialistas que hacen del secreto uno de los requisitos de su eficiencia, trabajen para quien trabajen. En estas condiciones, a los ciudadanos nos queda sólo el camino de suscribir las más alocadas tesis conspirativas, la ignorancia resignada, la confianza basada en la creencia, o el desinterés frente a lo inaccesible.

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