Esta semana, el semanario satírico francés Charlie Hebdo sufrió un atentado en el que murieron 12 personas. En Francia, la tensión crece mientras los responsables del ataque fueron abatidos por la policía francesa y nuevos atentados y tiroteos se suceden en París. En este contexto, muchos nos preguntamos cómo es posible que unas caricaturas inciten a dos personas a entrar a una oficina y descargar sus metralletas en todas las direcciones. 

Sin embargo, como nos recuerda Jeet Heer, de Hazlitt, "recientemente, una serie de caricaturas de un periódico danés, supuestamente mofándose del profeta Mahoma, provocaron amotinamientos fatales en todo el mundo, e innumerables caricaturistas han sido encarcelados, torturados y asesinados en años recientes. La censura anti-caricaturas no solo sucede en países lejanos y a las manos de tiranos. En 1982, el caricaturista inglés Robert Edwards fue encarcelado por unos realmente viles dibujos antisemitas. Esto ilustra el punto de que la caricatura es un arte que puede ser utilizado para el mal tanto como para el bien".

Parece que Hitler tenía una lista de personas a las que quería ver muertas en la que varios caricaturistas tenían un lugar de honor. La pregunta que se propone responder Heer, con ayuda del libro El arte de la controversia, de Victor S. Navasky, es "¿Qué les da a las caricaturas el poder de excitar pasiones tan violentas?".

En el contexto actual, parece prudente hacerse la misma pregunta, y el artículo de Heer echa algunas luces sobre el asunto:


Las imágenes no son palabras. El punto parece suficientemente obvio, pero implícitas en esa sencilla frase hay algunas claves sobre cómo funcionan nuestras mentes. Las imágenes viajan más rápido que las palabras. Las palabras pronunciadas –los discursos de Hitler, por ejemplo– se mueven a la velocidad del sonido. Las palabras escritas ("Mein Kampf", por ejemplo), tienen que ser descifradas en nuestras cabezas. Leer es resolver enigmas, desenredar frases mientras nuestros ojos se mueven por la página.
Las imágenes, en contraste, se mueven tan rápido como el elemento más veloz del universo. Como el Ministro del Interior francés François Regis de la Bourdonnaye notó en 1829, “los grabados y litografías actúan inmediatamente sobre la imaginación de la gente, como un libro que es leído a la velocidad de la luz”. Si las imágenes son fundamentalmente distintas que las palabras, es natural que quienes trabajan con palabras se encuentren desconcertados por cómo responder a las imágenes. 
En 1932, solo un año antes de que los nazis tomen el poder en Alemania, Hitler se conversó con su secretario de prensa extranjera Ernst Hanfstaengl acerca de cómo vengarse de la mejor manera de los caricaturistas que los irritaban constantemente. Trabajando juntos, Hitler y Hanfstaengl crearon un extraño libro que reimprimía caricaturas anti-nazis junto al lado de un texto de refutación. Publicado por una editorial supuestamente independiente para disfrazar sus orígenes como propaganda nazi, el libro sufrió, llevando el incómodo título “Hitler en las caricaturas del mundo: hechos contra tinta”. Aparte de su nocivo mensaje político, el libro era una misión sin esperanza. Quizá es posible combatir el fuego con agua, pero no se pueden vencer las imágenes con palabras.


Así como la reproducción de imágenes al lado de palabras es absurda (probablemente la gran mayoría de personas que compraron ese libro nazi lo hicieron para reírse del Hitler caricaturizado), es absurdo pretender que Charlie Hebdo dejará de publicar caricaturas de Mahoma porque dos tipos decidieron acribillar a su staff. El nuevo número de la revista se publicará, como siempre, el próximo miércoles, y se imprimirán un millón de ejemplares (frente a los 60 mil habituales).

Sin duda, lo único que ha conseguido el atentado contra Charlie es garantizar la mayor lectoría de su historia y, de paso, generar más odio innecesario dirigido contra el Islam y sus adeptos.



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