Si bien la fecha elegida para el Día de los Muertos fue una iniciativa de la Iglesia Católica, que celebra el Día de los Fieles Difuntos, la verdad es que por esta parte del mundo, y como herencia de nuestras culturas precolombinas, existe una tradición de mantener los vínculos entre las familias y sus integrantes fallecidos.

De allí que no sorprendan los festejos que se llevan a cabo ese día en nuestro país. Los cementerios son visitados por familias que se reúnen en torno a las tumbas de sus seres queridos para compartir y recordar a aquellos que ya no los acompañan de forma física. La comida, la música, el baile complementan el momento del reencuentro, de la comunión —y comunicación—, con el ausente.

Ausencia que se ve suprimida en cuanto el cuerpo se halla allí, a unos metros bajo tierra, o detrás de una capa de yeso y cemento. Ver y tocar la sepultura es, en muchos casos, una manera de paliar la inevitable pérdida. 

Pero, ¿qué ocurre cuando no existe nicho —ni nada que se le parezca— al cual acercarse, al cual asomarse, para reencontrarse con el familiar muerto? Y más aún: ¿qué sucede cuando no hay cuerpo alguno? Cuando ni siquiera se puede decir con seguridad dónde —o desde cuándo— descansan los restos del pariente desaparecido.

***

Convocados por la Coordinadora contra la Impunidad, el sábado 1 de noviembre, en el Memorial El Ojo que llora, en el Campo de Marte, familiares de desaparecidos y fallecidos durante la época del conflicto armado se reunieron y tuvieron la oportunidad de celebrar el Día de los Muertos.

foto: Cusi Cynthia Valle

La actividad, al igual de las que se realizaban la misma tarde en los cementerios del país, contó con música y comida. Al fin y al cabo, estas personas, aunque fallecidas en circunstancias no del todo resueltas en más de un caso, también debían ser honradas, como honran cualquier familia del país a quienes les faltan. 

Sin embargo, esta conmemoración estaba cargada, a su vez, por un significado especial. 

FOTO: CUSI CYNTHIA VALLE

Reparemos en que todos los allí presentes, tanto los familiares como los ausentes, fueron víctimas de la violencia. Unos perdieron la vida. Otros siguieron en este mundo, pero con un dolor terrible que, de cierta manera, los condenó a llevar una suerte de muerte en vida. 

No resulta exagerado decir que aquellos desaparecidos y asesinados, por lo que les tocó experimentar, no son solo de sus familias, sino de todos nosotros, de nuestra sociedad entera, pues sus muertes y desapariciones forman parte de una tragedia común. Aunque lamentablemente esto es algo que a muchos les resulta abominable.

FOTO: CUSI CYNTHIA VALLE

Por otra parte, se revela, una vez más, la importancia de un lugar de la memoria. Atacado una y otra vez por la intolerancia y desprecio de quienes quieren imponer una memoria favorable a la impunidad, el memorial El Ojo que Llora tuvo en esta reunión del 1 de noviembre su versión, digámosla, más "práctica". 

Servir como un espacio para que se rinda tributo y se recuerde a las víctimas, en particular aquellas de las que no se conoce dónde están sus restos. Es un lugar para que quienes siguen buscando a sus familiares se reúnan y refuercen, en la memoria, una comunidad surgida en el dolor, pero también en la lucha. Un lugar para que se reconcilien el pasado y el presente. 

***

El colectivo La Cantuta en la Memoria preparó un breve video que registra las acciones realizadas aquella jornada. Como se podrá observar, los familiares participaron gustosos del acto de conmemoración por los desaparecidos. Y esto fue algo justo. Ya que, luego de mucho tiempo de exigir conocer la verdad de lo que ocurrió con sus familiares, también merecen una ocasión para honrarlos como lo hace cualquier familia peruana. Recordarlos. Y recordárselo al país entero.

notas relacionadas en lamula.pe

¿Qué hace el Estado con las desapariciones forzadas?

Piedra que llora

Otra vez atentan contra 'El ojo que llora'