Recuerdo que la primera vez que vi imágenes de esculturas clásicas pintadas fue en una secuencia de la famosa película Le Mépris (1963) de Jean-Luc Godard. El efecto me pareció rarísimo: después de todo, he aprendido a relacionar el color blanco del mármol con conceptos como los de pureza, abstracción e intelectualidad, que hoy me parecen inseparables de la idea misma de clasicismo

le mépris, de godard

En un primer momento pensé que se trataba de una licencia creativa más de un cineasta que se había impuesto a sí mismo la tarea de renovar por completo el séptimo arte. Y en el fondo funcionaba: la idea de aplicar una vívida paleta de colores sobre estas esculturas inmortales les otorgaba, por un lado, un curioso hálito pop, y por otro lado creaba una suerte de cortocircuito imaginativo mediante el cual se hacía de pronto evidente la cercanía de las historias trágicas de estos personajes míticos con la de los protagonistas de la película. 

Cuál no sería mi sorpresa al descubrir, unos años más tarde, que mi idea del canon escultórico griego —basada en innumerables fotos, ilustraciones, películas de época, etc.— era completamente falsa: en efecto, ya se sospechaba desde mediados del siglo XIX que las esculturas clásicas eran rutinariamente pintadas de manera realista, y esto ha venido a ser confirmado una y otra vez en años recientes por el uso de tecnologías como el Multi spectral imaging (MSI) que permite analizar los restos de pigmentos aplicados sobre las obras hace más de 2000 años.

¿Porqué nos resistimos entonces a ver las esculturas de este modo? Seamos honestos: la revelación es al menos tan traumática como la idea de que los dinosaurios tenían plumas. El mito de la belleza clásica alcanzó la perfección en el territorio abstracto del deseo, y la realidad aparece, por contraste, como tosca, increíblemente ligera y casi infantil. 

¿No es acaso perturbadora la idea de que la atemporal e inmaculada perfección formal del legado escultórico griego —del que proviene en buena cuenta nuestra idea de lo que es el arte en su máxima expresión y en el que reconocemos la cuna de la civilización— estuviera recubierta de una capa de colores que acercan su estética, finalmente, a la de un maniquí contemporáneo? Claro que lo es. Una exposición que se exhibe actualmente el Ny Carlsberg Glyptotek en Copenhague, Dinamarca, busca, sin embargo, cambiar esta percepción apocalíptica. Transformaciones: Escultura clásica a color cuenta con alrededor de 120 piezas originales expuestas junto a sendas reconstrucciones experimentales. Los resultados son, en algunos casos, sorprendentes.

Veamos algunas de las piezas reconstruidas:

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