Podríamos pensar en los referentes más importantes de la historia del periodismo y tal vez el lugar más privilegiado lo tendría Ben Bradlee. El trabajo más recordado lo vimos en la película Todos los hombres del presidente. Él convenció a la empresaria dueña del diario, Katharine Graham, para que los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein se metan de lleno en la investigación sobre el espionaje telefónico contra el Partido Demócrata, actividad planificada por Richard Nixon para ocultar casos de corrupción y tapar el asunto en las esferas más altas de la justicia. 

Es entonces, en 1972, cuando empieza a crearse la leyenda alrededor de la figura de Benjamin Bradlee. El triunfo contra la corrupción le dio un mandato absoluto en el periódico, se convirtió en un jefe duro, un padre para los jóvenes periodistas que pisaban aquella histórica redacción, un mentor en cuanto al rigor de la fuente, del 'lugar común', del orden narrativo y de la estructura de una historia. 

Conocí su trabajo cuando estudiaba periodismo en Universität Augsburg, Alemania, allí impartieron un seminario sobre los hechos clave de la profesión en la historia y nos mandaron a leer su libro Vida de un periodista (A good life). La clave de la clase fue la mención a Bradlee como ejemplo de 'sabiduría periodística' por los 26 años a cargo del diario, 17 premios Pulitzer ganados, 802.000 ejemplares tirados y lograr que el presupuesto del periódico llegue a los 70 millones de dólares. 

Pero en su historia hay un agujero negro inolvidable: Janet Cooke, la reportera de The Washington Post que ganó el premio Pulitzer con una historia inventada sobre el pequeño Jimmy, de quien dijo que se inyectaba heroína con permiso de su madre. La historia la cuenta Gabriel García Márquez, quien sostiene que después de este hecho el periodismo norteamericano le tendió 'una trampa' a Bradlee y se abrió un debate sobre la conciencia de la profesión y sobre el "drama del periodismo en Estados Unidos, cuyo rigor casi puritano lo ha convertido en el mejor del mundo, pero cuyas contradicciones traumáticas lo han convertido también en el más peligroso".

¿Cuál es entonces la figura de Bradlee para el periodismo mundial? Por supuesto, la presión por la verdad, el "escrutinio inclemente" en palabras del Nobel colombiano y también representa los debates más actuales de la profesión: ¿cuándo una historia es inventada? ¿los jefes deben confiar a ciegas en sus redactores? ¿cómo se llega a la verdad en tiempos en que abundan las 'noticias de entretenimiento' en Internet?

Cuenta Bradlee en sus memorias que Internet "felizmente llegó después de que terminó mi vida periodística". En una entrevista en el 2009 con el periodista español Juan Cruz dijo que el periodismo estaba "al riesgo del abismo" porque si bien Internet es una fuente muy rica, se puede explicar hoy la banalización del periodismo a partir de Facebook y Twitter "por su inherente inestabilidad". Dice Cruz que Bradlee estaba "feliz de no subirse a ese tren, pues su tiempo había acabado un cuarto de hora antes de que ese vagón se pusiera en marcha". 

Woodward afirmó ayer en el portal Politico que Bradlee "no tiene comparación, él fue el editor del siglo XX", en referencia a la importancia de su legado periodístico al mundo. Bernstein, su compañero en la investigación 'Watergate', dijo que Ben cambió "cómo se entiende y define el periodismo hoy". 

Los últimos años de su vida los pasó enfermo. En una entrevista en setiembre su esposa contó que Ben sufría dementia, pérdida de la razón que se agravó desde que cumplió 93 años. En el 2013 fue condecorado como veterano de la Segunda Guerra Mundial por el presidente Barack Obama, quien lo reconoció como el periodista que encarna dos valores fundamentales: la veracidad y la libertad.

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