26 de diciembre de 1860, Faustino Maldonado sale de Paucartambo en compañía de doce individuos con la intención de explorar el río Madre de Dios.

No tienen recursos. No tienen armas.

Son unos entusiastas.

Marchan siete días. Es una marcha penosa y lenta.

Llueve copiosamente.

Llegan a la hacienda Guadalupe, a orillas del Chirimayo, en las cabeceras de lo que luego es el Tono.

Descansan cuatro días. La lluvia no cesa. Al quinto reemprenden el viaje. Llegan a un lugar llamado Cueva, una antigua hacienda abandonada. Cinco de los trece exploradores desertan en este punto.

Al día siguiente continúan. A corta distancia los detiene el río Pitama. La marcha se paraliza una semana. Durante esos días se emplean a fondo en la construcción de un puente.

El doce de enero de 1861, al anochecer, lo cruzan. El catorce prosiguen la marcha por la margen izquierda del Pitama. Se abren paso a través de un bosque enmarañado y tupido, a machetazos. Diluvia.

Por la dificultad del terreno y el clima se toman otros siete días en avanzar hasta la confluencia del Pitama con el Piñi-Piñi.

Se han quedado sin víveres. Se alimentan de cogollos de palmera y frutos silvestres.

Acampan en la confluencia del Tono con el Piñi-Piñi. Es el dos de febrero de 1861. Se ocupan de la construcción de una balsa. Al terminarla, se dan con que la balsa es muy mala: la madera absorbe el agua y pesa demasiado. No obstante, el día cinco se embarcan en ella y se entregan a la corriente. Ese mismo día encuentran y devoran una gran tortuga. Horas más tarde, se cruzan con una canoa. A bordo de la canoa van unos seis u ocho indígenas. Los indígenas los amenazan, pero no llegan a atacarlos. A las tres de la tarde se detienen a buscar más alimento.

El día 6 el hambre arrecia. Desde el río divisan una choza. Se arriman a la orilla, caminan unos cuantos pasos, ingresan a la morada. No hallan nada de comer, ni a nadie. Instantes después, los indígenas parapetados en las inmediaciones atacan. El resto del día, los expedicionarios huyen. No han sufrido bajas.

El día 7 encuentran un racimo de plátanos. Minutos más tarde, huyen con su racimo de plátanos a cuestas de un grupo de indígenas que los sigue lanzando flechazos. Esta vez tampoco sufren bajas.

El día 8 vuelven a ser atacados. Los indígenas quieren sus plátanos de vuelta. El ataque dura hasta medio día. Andrés Guerra es herido levemente. Huyen precipitados, pasan por la desembocadura de un gran río, siempre con sus plátanos, y deciden llamar a aquél tributario “El río del Combate”. Es posible que se trate del Inambari.

El 9 ven la desembocadura de un río pequeño que entra por la margen izquierda del Madre de Dios. Hayan cinco canoas tripuladas por unos treinta nativos. Los nativos dan caza a los exploradores durante el resto del día.

Nuevamente, se salvan por los pelos, no hay bajas ni heridos.

Se han acabado los plátanos.

Cesan las hostilidades de los indígenas.

Ven indígenas y chozas a ambas márgenes del río, pero no reciben más ataques. Se ocupan de buscar más alimentos. Están famélicos. El ayuno ha sido casi permanente, salvo por los plátanos.

El día 17 entablan relaciones con un grupo de indígenas. Les compran una pequeña canoa. A poca distancia ven un gran río desembocar por la derecha. Su ancho oscila entre cuadra y cuadra y media a dos cuadras.

El 19 encuentran otro afluente del Madre de Dios que les entra por la derecha. El 22 otro río más, que tributa por la izquierda. El 26 y el 29 sigue la tónica, un tributario por la derecha, otro por la izquierda.

La corriente del Madre de Dios comienza a acelerarse. La pendiente se pronuncia. El día 5 de marzo se encuentran con una gran correntada. Deben salvar la corriente por tierra, abandonando la balsa a su suerte. Al sortear el paso construyen otra balsa.

Se embarcan de vuelta el 8 de marzo. A poca distancia se dan con las majestuosas aguas del Mamoré.

Los expedicionarios han llegado a Bolivia.

A poca distancia se encuentran con unos muy tratables nativos que se hacen llamar caripunas. En sus canoas llevan algunas mujeres. Por el trato con los bolivianos, chamullan algo de español.

Los caripunas agradecen los obsequios de los exploradores, intentan explicarles los peligros con los que se encontrarán río abajo. Se despiden de la comitiva, sin saber si se han explicado del todo bien.

Los expedicionarios han comprado una canoa a los caripunas. Acomodan allí el equipaje. Zarpan, la navegación es lenta. Navegan diez días. Pasan con fortuna varias correntadas gracias a los consejos de los indígenas : deben seguir siempre por la margen derecha.

El 18 de marzo, sin embargo, seis de los tripulantes contravienen esas instrucciones y cruzan hacia la ribera izquierda.

El desastre –como en cualquier fábula– es inminente.

La embarcación naufraga en el punto conocido como Calderón del Infierno. Cuatro de los ocho exploradores mueren ahogados: Esteban Trigoso, Andrés Guerra, Gregorio y el mismo Faustino Maldonado.

Manuel Chapalba y Manuel Santa Rosa, que milagrosamente salvan de la muerte, creen que sus compañeros se ahogan por estar demasiado débiles para nadar: hasta entonces la calidad y la disponibilidad de alimentos ha sido muy mala.

Por esta misma razón, no pueden ayudar a salvar a sus compañeros, ni tampoco pueden salvar los equipajes.

Raimundo Estrella y Simón Rodríguez, en la otra canoa, ni siquiera advierten la suerte que han corrido los demás hasta que ya es demasiado tarde.

Tampoco se logra rescatar los cuerpos.

Simplemente han desaparecido.

Los sobrevivientes pasan la noche en aquel mismo lugar: Calderao do Inferno.

Ya están en Brasil.

Están solos, sin alimento, casi desnudos. Es la noche más triste.

El día 19 recobran algo de valor y vuelven a embarcarse en la canoa que les queda. Prosiguen la navegación. Inmediatamente les sobreviene el infausto recuerdo del anterior accidente. ¿Y si esta vez les toca a ellos?

Sortean cuatro malos pasos. A los cuatro días llegan a la isla de Mutsun.

Allí se encuentran con el brasileño José Pinto de Figueredo, quien les ofrece su hospitalidad y los auxilia con víveres y recursos.

Pasan allí seis días restableciendo fuerzas. Sobre ellos el sol es de justicia.

El 25 de marzo vuelven al río. No hay más peligros que salvar. Seis días después llegan al pueblo brasileño de Crato, a orillas del Madeira.

El 2 de abril prosiguen aguas abajo. Llegan a Borba, en la margen derecha. Allí descansan un día.

El 4 ingresan por fin a las aguas del Amazonas; y el 15 atracan en Bama.

El 30 de abril la autoridad política de Bama les emite un certificado y ordena les den pasaje por cuenta del estado brasileño en el vapor Inca. En él llegan, remotando el Amazonas, y luego el Marañón, hasta el río Huallaga, el 13 de mayo de 1861.

Tras cinco meses de privaciones, peligros y muerte, el 18 de mayo llegan sin novedad a la villa de Tarapoto. Fue la primera vez que unos occidentales navegaron el curso entero del Madre de Dios.

el río madre de dios


Foto de portada: desembocadura del río Madre de Dios en el Madeira. Tomada del libro Memorandum sobre la selva del Perú (1942) de Emilio Delboy

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