La luz de la espléndida luna de la Amazonía se colaba por entre las vigas y el tejado de pona de la maloca de los huitotos. A un lado de Sogaima dormían su mujer y sus hijos. Un poco más allá, Sogaima podía sentir el calorcito de un fogón todavía encendido, alrededor del cual dormía otra de las familias del clan. 

Cuando comenzó a clarear, ruidos extraños se escucharon fuera de la maloca. La oscura silueta de un hombre desconocido portando una escopeta se dibujó en la entrada. 

De un momento a otro, la histeria. Niños y mujeres corriendo en pánico de un lado a otro, guerreros huitoto gritando, buscando sus lanzas. Luego, dos siluetas más flanquearon al que portaba la escopeta. También iban armados. La maloca había sido rodeada por caucheros. El líder se acercó unos pasos hacia el interior de la maloca, les pidió a los huitotos que se calmaran. Luego, tomó a las mujeres y a los niños como rehenes, y pidió a Sogaima que jutnara a unos cuantos hombres más para que fueran a buscar comida. 

A Sogaima no le quedó más remedio que obedecer. 

Salió al bosque. Al cabo de unas horas volvió con algunos pescados, un atado de yuca y una sachavaca que los caucheros ordenaron que se cocinaran. A cambio, Sogaima recibió hachas, machetes, ropa y botellas de cañazo. Los caucheros le dijeron que volverían y que ahora, en vez de comida, les pedirían a Sogaima y a los suyos que les trajeran caucho. 

La escena, en efecto, se repitió dos semanas después, cuando los caucheros regresaron. Volvieron a tomar a los niños y a las mujeres como rehenes, hasta que Sogaima y sus hombres volvieran con las bolachas de caucho que les habían ordenado traer. Esta vez se demoraron mucho más. Debían marcar los árboles, abrirles surcos en la corteza y recolectar la sustancia lechosa que el árbol sangraba. Luego, recolectarla en envases de aluminio, y formar las bolachas y ahumarlas. 

Pronto, el forzado intercambio no tardaría en convertirse en la más dura explotación. Sogaima a veces volvía a la maloca y los caucheros le ordenaba que volviera al monte, que el caucho que había traído no era suficiente para pagar las baratijas que les entregaban a cambio. En menos de lo pensado, los capataces de Julio Arana comenzaron a hacer trabajar a Sogaima y los suyos día y noche, ya sin entregar nada a cambio, y los obligaron a mudarse a La Chorrera, una barraca cercana a Atenas, uno de los almacenes de la Casa Arana en el Putumayo. La explotación del caucho se había vuelto una locura. 

Era una pesadilla. 

No los alimentaban ni les daban de beber. Cuando Sogaima y su partida no lograban reunir el caucho que los patrones consideraban suficiente, eran azotados. Y los ataban a un cepo para que no huyeran aprovechándose de la noche. Les robaban a sus esposas y a sus hijos, para prostituirlas o venderlos como sirvientes en Iquitos. Los mutilaban: les cortaban los brazos, las piernas, los dedos, a manera de castigo. Los castraban: les cortaban los testículos y el pene, y sus heridas quedaban abiertas hasta el hueso sin que nadie se las curase, se gangrenaran y les supuraran de allí decenas de gusanos supurantes.

Cuando la comisión del Foreign Office británico presidida por Sir Roger Casement llegó a investigar los hechos que el periódico Truth había denunciado –se trató de un reporte de Walter Hardenburg titulado The Devil's Paradise o, en castellano, El Paraíso del diablo– la realidad que los caucheros y el mismo Arana crearon estaba tan llena de humillación, castigo y horror, que muchas veces ni el mismo Casement estuvo seguro de estar relatando la realidad de manera fidedigna o si se trataba de un montaje. El gran problema al que se enfrentó Casement, además de ése, era cómo contar, cómo describir la realidad del Putumayo de tal forma que fuera creíble para sus superiores en Londres. Era todo tan irreal, tan pesadillesco que, de acuerdo con el etnógrafo Michael Taussig y su libro Shamanism, Colonialism and The Wild Man: A Study in Terror and Healing, Casement tuvo que describir a los huitotos como una tribu de dóciles habitantes amazónicos explotados por los desalmados caucheros. 

Nada más lejos de la realidad. 

El mismo Taussig cuenta que uno de los mayores temores de los caucheros era que indígenas como Sogaima y los huitotos pudieran levantarse y rebelarse contra sus abusos. Por eso, porque temían que los chamanes huitoto azuzaran a la gente en su contra, los caucheros los desterraban fuera de las barracas y los enviaban como prisioneros a Iquitos acusados con cualquier cargo falso. 

Los signos de la rebelión que encabezaría Sogaima a lo largo de todo el Igaparaná, sin embargo, comenzaron a leerse por la región. Primero fue un sólo huitoto, que se rebeló contra los patrones y los mató. Así murió uno de los cuñados de Arana, y así fue como, en 1917, comenzó la gran rebelión liderada por Sogaima en la barraca de La Chorrera. 

Sogaima eliminó a los guardias encargados del almacén y se apoderó de las mercaderías, el armamento, la pólvora y las municiones que estaban allí guardadas. Desde La Chorrera, Sogaima y los suyos organizaron partidas de liberación a lo largo de todo el Igaparaná. Fueron barraca por barraca en partidas de dos o tres hombres fuertemente armados, uno llevando un papel doblado y blandiéndolo al aire, como si anunciara que llegaba a entregar una carta para el patrón. Mientras Sogaima se adelantaba a entregar la carta, los hombres que iban con él apuntaban al patrón desde la puerta y le disparaban. 

Tres meses después, los caucheros debieron llamar al ejército, que llegó en la lancha Liberal, para hacer frente a Sogaima. Durante quince días los huitotos combatieron contra el ejército. Cuando por fin los capturaron, uno de los soldados preguntó a Sogaima:

– ¿Por qué se han rebelado contra los caucheros?

Sogaima contestó:

¿Y por qué nos iban terminando sin motivo a toda nuestra tribu?


La exposición fotográfica “Imaginario e imágenes de la época del caucho”, curada por María Eugenia Yllia y Manuel Cornejo Chaparro, puede verse en la Sala del Tercer Piso del Ministerio de Cultura, (Av. Javier Prado Este 2465 San Borja). De martes a domingos de 9:00 a.m. a 5:00 p.m., hasta el 28 de septiembre 

El Ingreso es libre


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