Su gobierno y la Reforma Agraria que impulsó le dieron un duro golpe a la oligarquía peruana. Prueba de ello es que, hasta ahora, muchos empresarios tienen pesadillas con Juan Velasco Alvarado. Cada vez que se plantea el tema de las empresas estatales o de alguna participación del Estado, reviven los fantasmas.

El "escándalo de la página 11" fue el determinante para que el 3 de octubre de 1968 Velasco diera un golpe de Estado a Fernando Belaunde Terry. El entonces presidente de la Empresa Petrolera Fiscal, Carlos Loret de Mola, denunció la falta de una página en el contrato de precios con la compañía norteamericana International Petroleum Company (IPC). 

El 3 de octubre, el comando de las Fuerzas Armadas, encabezado por Velasco, depuso a Belaúnde Terry. Una semana después, el 9 de octubre, el Ejército tomó las instalaciones de la Brea y Pariñas que estaba en manos de la IPC y se llamó a esa fecha el "Día de la Dignidad Nacional".

A continuación, compartimos el Mensaje a la Nación que Velasco pronunció al cumplirse del primer aniversario de la revolución:


Compatriotas:

Al cumplir el primer año de Gobierno, en representación institucional de la Fuerza Armada, hablo aquí esta noche no sólo como Jefe del Estado, sino principalmente como Jefe de la Revolución. Pero esta jefatura conlleva un sentido radicalmente distinto de otras a cuyo amparo se han entronizado en la vida política del país formas de poder omnímodo y de eterno control indiscutido de algunas agrupaciones ciudadanas. Muy lejos de nosotros este sentido caciquil de abominable endiosamiento que prostituye y deforma la esencia misma de una dirección responsable y constructiva. Ser Jefe de la Revolución es ser dirigente de un equipo de hombres profundamente identificados con el espíritu revolucionario de la Fuerza Armada y que, en su representación, inició hace un año el proceso de transformación de nuestro país.

Este no es un gobierno personalista. Entre nosotros no existen predestinados ni seres insustituibles; nadie tiene aquí el monopolio de la sabiduría ni del poder. Somos un equipo que está haciendo la revolución que el Perú necesita, esa revolución que otros pregonaron sólo para traicionarla desde el poder. No constituímos, pues, un movimiento al servicio de un hombre, sino al servicio del país. Pero comprendemos que nada de esto puedan entender quienes, en realidad, no son más que simples caciques de nuevo cuño, extremistas del personalismo, de la vanidad, de la estafa política.

Durante el año que hoy termina se ha dado comienzo al proceso de transformación nacional que la Fuerza Armada prometió al país el 3 de octubre de 1968. En este breve lapso hemos cumplido una tarea gigantesca. Pero ella ha sido únicamente la iniciación del proceso revolucionario. Queda por delante un inmenso quehacer, que requerirá largos años de esfuerzo y de lucha. Lo cumpliremos por encima de todos los obstáculos. Porque eso es lo que demandan las apremiantes necesidades de nuestro pueblo y porque eso es lo que la Fuerza Armada se comprometió a realizar cuando asumió la responsabilidad de gobernar al país.

Frente a un deber, en cuyo cumplimiento se juega el destino mismo del Perú, poco debe importarnos la grita interesada y la falsa protesta de quienes siempre gozaron del poder solo para hacer de él negociado y prebenda. Hoy se levanta un coro de voces por todos conocido que reclama la vuelta inmediata a la constitucionalidad; que pretende alentar una vanidad que nosotros no tenemos, para sugerir nuestra "bajada al llano" y nuestra participación en una justa electoral de la que esperan restaurar esa democracia formal que ellos envilecieron hasta convertirla en la gran hipocresía que significó hablarle de libertad a un pueblo victimado por la explotación, por la miseria, por el hambre, por la corrupción, por el entreguismo y la venalidad.

Quiero, por eso, reiterar que ninguno de nosotros tiene ambiciones políticas. No nos interesa competir en la arena electoral. No hemos venido a hacer politiquería. Hemos venido a hacer una revolución. Y si para lograrlo se requiere actuar políticamente, esto no quiere decir que se nos puede confundir con los políticos criollos que tanto daño le hicieron al país.

Pierdan, pues, la esperanza quienes crean que puedan inducirnos al engaño de volver a esa falsa democracia a través de la cual se perpetuó la injusticia social en el Perú. ¿Es a esa democracia que se quiere volver? Para sus defensores siempre pegó jugosos dividendos. Pero: ¿qué significó en realidad para el pueblo peruano?

Ciertamente, estas gentes no quieren entender lo que ha pasado en el Perú. Estamos viviendo una revolución. Ya es tiempo de que todos lo comprendan. Toda revolución genuina sustituye un sistema político, social y económico por otro cualitativamente diferente. Del mismo modo que la Revolución Francesa no se hizo para apuntalar la monarquía, la nuestra no fue hecha para defender el orden establecido en el Perú sino para alterarlo de manera Fundamental en todos sus aspectos esenciales.

Algunos esperaron cosas muy distintas y confiaron en, que, a la vieja usanza, ascenderíamos al poder sólo para convocar a elecciones y devolverles todos sus privilegios. Quienes así pensaron, estuvieron y están equivocados. A esta revolución no se le puede pedir que respete las normas institucionales del sistema contra el cual insurgió. Esta revolución tiene que crear, está creando ya, su nuevo ordenamiento institucional. Que esto lo sepan los defensores del pasado, directamente de quienes estamos cons-truvendo el futuro del Perú.

Una revolución profunda y verdadera no podía surgir de un ordenamiento político que, en los hechos, discriminó y siempre puso de lado a las grandes mayorías nacionales. La realidad de una revolución así, sólo podía concretarse rompiendo ese ordenamiento tradicional. La legitimidad de este Gobierno Revolucionario no puede, pues, estribar en el respeto por las reglas de un juego político decadente que sólo benefició a los grupos privilegiados del país. Nuestros propósitos nada tienen que ver con las formas tradicionales de la política criolla que hemos ya desterrado para siempre del Perú.

Por eso, nuestra legitimidad no viene de los votos, de los votos de un sistema político viciado de raíz porque nunca sirvió para defender los auténticos intereses del pueblo peruano. Nuestra legitimidad tiene su origen en el hecho in-controvertible de que estamos haciendo la transformación de este país, justamente para defender e interpretar los intereses de ese pueblo al que se engañó con impudicia y por un precio. Esta es la única legitimidad de una revolución auténtica como la nuestra. ¿De qué valía para el verdadero hombre del pueblo que le hablaran de una libertad con la que después se traficaba en las tiendas políticas de quienes gobernaron este país desde el Ejecutivo y desde el Parlamento? ¿Qué hicieron estos defensores de la democracia formal y de los derechos constitucionales para resolver a fondo los problemas fundamentales que afectaban al Perú y a su pueblo? ¿Sería, acaso, la vergüenza y el escarnio de esa farsa que fue el negociado con la Internacional Petroleum y su más vergonzante epílogo del escandalo de la página once? ¿O la impudicia de una reforma agraria destinada a defender a los poderosos y a engañar a los campesinos? ¿Dónde están las reformas profundas que tanto se prometieron en los períodos eleccionarios y que una vez en el poder se escamotearon para servir a la oligarquía? ¿Por qué ahora se pretende exigir que todo se haga de una vez, cuando bien poco o nada se hizo durante largos años, pudiendo por lo menos haber propuesto y defendido esas reformas cuya paternidad ahora se reclama, pero que no se tuvo ni la honradez ni el coraje de plantear en años anteriores? La paternidad de una revolución es de quienes la realizan, no de quienes hablaron de ella para luego olvidarla desde el poder.

Sin embargo, que no se crea que tenemos interés fundamental alguno en levantar los cargos que se hacen contra la revolución. La mejor defensa de la revolución es su obra cumplida. Pero conviene de tarde en tarde, en horas de enjuiciamiento y de balance como éstas, poner las cosas en su sitio y despejar los confusionismos y los engaños con que otra vez se trata de mentir al pueblo. Nosotros no hablamos de una revolución: la estamos haciendo. Ella es nuestra mejor justificación ante el Perú y ante la historia. En la conciencia de todos los peruanos honrados está la evidencia de que por primera yez se han empezado a atacar a fondo los problemas fundamentales del país.

Allí está la rotunda probanza de los hechos. Allí está ese puñado de realizaciones trascendentales que con mucho superan a todo in realizado por los gobiernos anteriores. Allí está la recuperación del petróleo de las manos de una empresa extranjera, ante cuyos intereses se prosternaron, por paga o por terror, los políticos que efectivamente gobernaron este país desde el Ejecutivo y desde el Parlamento. Allí está la nueva Ley de Reforma Agraria, que beneficia al campesino y que rompe el espinazo de una oligarquía hasta ayer prepotente. Allí está la Ley General de Aguas, que al fín concreta el sueño de cientos de miles de agricultores cuyos derechos siempre fueron pisoteados en beneficio de los latifundistas. Allí está la nueva política minera, con la coal acabarán las viejas prácticas lesivas a los intereses del Perú. Allí está la ley que pone término a la abusiva especulación de las tierras de expansión de las ciudades y que contribuirá, de manera muy importante, a resolver el problema de la vivienda urbana. Allí está la iniciación de una política de control estatal sobre el Banco Central de Reserva, que ya no representa los intereses privados sino los intereses de la Nación. Allí está, en fin, la nueva política internacional, no de sumisión, sino de dignidad y cuyo rumbo determinan tan sólo los intereses del Perú.

Todo esto, y mucho más, se ha logrado en apenas un año de gestión gubernativa. Hay quienes dicen que es muy grande el poder de la propaganda. Es posible que esto sea así. Pero ninguna propaganda podrá borrar del conocimiento de todos los peruanos la convicción de que este Gobierno está haciendo las cosas que ningún otro se atrevió a realizar, por intereses o por temor. Sin embargo, resulta por entero comprensible que aún persistan la incredulidad y el es-cepticismo en este país donde tanto se traficó con las promesas y donde la politiquería susti-tuyó a la política. Aquí precisamente radica una de las grandes culpas y responsabilidades de quienes contribuyeron deliberadamente a la corrupción de nuestras instituciones representativas y de esa democracia en cuyo nombre se comerció con las aspiraciones de un pueblo abnegado cuyo único delito fue creer en quienes habrían de engañarlo.

Mucho más de lo que hemos hecho hemos querido hacer por el bien del Perú. Pero existen poderosas limitaciones que la ciudadanía debe conocer. Nosotros encontramos al Perú en una profunda crisis económica. No heredamos una situación de bonanza. El régimen anterior dejó una deuda externa de más de treintisiete mil millones de soles. ¿Qué de verdaderamente grande o importante para nuestro pueblo se hizo con esta inmensa suma de dinero? ¿Para qué grandes transformaciones sirvió esa deuda enorme que el gobierno anterior contrajo con otros países? Hay que decirlo claramente: buena parte de esos treintisiete mil millones de soles fue derrochada en la corrupción sin paralelo que asoló a este país durante el régimen anterior. ¿Dónde se encuentran ubicados quienes así traficaron con la miseria de los pobres? Es necesario que se sepa que parte de ellos huyeron de la justicia para cobijarse en organismos internacionales a los cuales siempre sirvieron sin importarles ni el nombre ni el futuro de su Patria. Día llegará en que saldemos cuentas con quienes no sólo robaron la confianza del pueblo. No tenemos por que hablar con eufemismos. Una revolución implica también un lenguaje diferente, sin medias tintas y sin tapujos.

Pero las limitaciones que la revolución tiene que superar no estriban solamente en la pesada carga de esa deuda cuantiosa que el gobierno anterior contrajo en el extranjero y que el Perú tiene que pagar. Hay otra limitación muy importante. La oligarquía que ha visto afectados sus intereses por la Ley de Reforma Agraria, no invierte su dinero en el país. Este es el gran complot de la derecha económica, su gran estrategia anti-revolucionaria, su gran traición a la causa del pueblo peruano. Se persigue de este modo crear una ficticia crisis económica que vulnere la estabilidad del gobiemo. La excusa para no invertir, es que no existe en el país un "clima de confianza". Esta frase manida es el estribillo, pero también el arma sicológica, que día a día utiliza la reacción para cubrir con cortina de humo su verdadera intención anti-patriótica.

¿Qué "confianza" reclaman los grandes propietarios del dinero? ¿Una confianza que les permita mantener las gollerías y los privilegios que nada justifica, excepto sus malas costumbres de explotadores inveterados del pueblo peruano? ¿Una confianza basada en el mismo orden de cosas contra el cual insurgió la revolución? ¿Una confianza como aquella que se creaba cuando eran los dueños del país? Este tipo de confianza no van a tener mientras nosotros gobernemos. Y no por odio, sino porque estamos convencidos de que este tipo de confianza es la negación total de las posibilidades de transformación en el Perú; porque en este tipo de confianza se basaron las injusticias que hundieron en la miseria y en la explotación a la gran mayoría de nuestro pueblo.

Hay, sí, condiciones de auténtica confianza para todos aquellos que comprendan que el dinero debe también cumplir una constructiva responsabilidad social. Hay confianza y respaldo gubernamental para la inversión que promueve el desarrollo económico del país, dentro de un marco de respeto por las justas expectativas del capital y por los legítimos derechos de los trabajadores. Hay confianza, porque en el país existe plena estabilidad política. Hay confianza, porque no existe violencia social y porque claramente el pueblo respalda a este Gobierno. Hay confianza, porque el país está sentando las bases de su desarrollo integral en beneficio del pueblo y de todos los que intervienen en el proceso de la producción económica. Hay confianza, porque la inversión privada tiene to-das las garantías que cualquier empresario moderno puede exigir.

Desde un comienzo, el Gobierno Revolucionario declaró su respaldo y su estímulo a la inversión privada, incluyendo la extranjera que se sometiera a las leyes del país. Existen, pues, todas las condiciones de confianza legítima que requiere el inversionista honrado. Muchos hombres de empresa lo están comprendiendo así y ya surgen indicios muy claros de una nueva y positiva tendencia en el campo de la inversión. Pero los sectores oligarquicos del capitalismo nacional, complotan contra la revolución, a través de su control del aparato económico y amparados en una prensa ultra-reaccionaria que ha hecho del mito de una mal entendida atmósfera de "confianza", su instrumento de verdadero chantaje contra los intereses del país. El pueblo peruano debe tener muy clara idea de esa verdadera conspiración económica de la oligarquía. Porque el Gobierno Revolucionario no mantendrá eternamente la serena actitud de esperar que esta gente recobre el sentir de las cosas y abandone su perniciosa posición anti-peruana.

Toda la inmensa tarea de realizaciones efectivas de este gobierno se está llevando a cabo sin violencia y sin sangre. La nuestra es la única revolución que, habiendo ya logrado poner en marcha transformaciones profundas, se está cumpliendo en paz. En otros países, reformas agrarias menos avanzadas que la nuestra costaron miles de muertos a lo largo de varios años de cruentas luchas fratricidas. Hasta hoy el Perú ha escapado a este sino de sangre y de muerte. Confiemos en que así seguirá aconteciendo en el futuro. Pero comprendamos que la experiencia que hoy vive nuestra patria representa una conquista sin precedentes. Sin duda alguna, esta revolución es un fenómeno radicalmente nue-vo. No se le puede comprender a partir de es-quemas tradicionales. Por eso, el ejemplo peruano concita interés, expectativa, admiración en el resto del mundo y particularmente en nuestro continente latinoamericano.

Inclusive pareciese que más allá de nuestras fronteras se aquilata mejor la significación histórica de este gran movimiento revolucionario del Perú. Porque algunos periódicos, algunos de nuestros "honrados y objetivos" periódicos criollos, creen que es honrado y objetivo ocultarle al pueblo lo mucho y lo bien que se habla hoy del Perú en el mundo. Pero no importa. Día vendrá en que aquí se sepa cuanto y con cuánta perfidia ocultaron la verdad los dueños de ese periodismo cuya única preocupación es la de-fensa de inconfesables intereses y un malevolo sensacionalismo. Y todo esto, bajo el manto piadoso de una pretendida libertad de prensa, tras la cual se oculta un turbio mundo de apetitos feriseos y de insidia, cuando no de calumnia cotizable.

Detrás de la campaña de confusionismo contra la revolución en marcha hay, por cierto, muy poderosos intereses. Ellen dictan el sentido de esa propaganda que, de un lado, exige demagógicamente ilusos extremismos y, de otro, insinúa que nuestra revolución ha entrado en una face de ablandamiento. Ambas posturas de la anti-revolución, tienen una misma fuente de inspiración y es una la bolsa que las paga. Estas dos estrategias son claramente perceptibles. Una de ellas, persigue que la revolución se acelere demasiado y se precipite. Pero no cometeremos este error. La otra estrategia de la anti-revolución, persigue presentarnos como un movimiento ya ganado por la complacencia, sin empuje e incapaz de ir más allá de donde ya ha llegado. Naturalmente, detener la marcha de la revolución cuando ella recién ha comenzado sería otro funesto error que tampoco vamos a cometer. Sabemos muy bien que para tener éxito las reformas iniciadas deben necesariamente complementarse con otras que son igualmente indispensables. Para nosotros, la transformación de este país es un proceso complejo e integral que tiene que atacarse desde distintos frentes y en diferentes planos de acción. Por eso, la revolución tiene un programa. Y ese programa sera cumplido metódicamente y en su totalidad.

Las dos estrategias de la oligarquía se mueven al unísono, en perfecto concierto, desde aquí y desde el extranjero. La acción confabulada de los adversarios de la revolución funciona a estos dos niveles. Uno de sus principales instrumentos es la sincronizada propaganda deformadora de la verdad, que opera, a través de ciertas agencias noticiosas extranjeras, de algunas revistas de circulación internacional y de la mayoría de periódicos que se imprimen en el Perú que representan y defienden los intereses de la oligarquía peruana y sus cómplices foráneos.

En esta insidiosa campaña de mentiras, bien poco o nada tiene que ver la inmensa mayoría de los periodistas peruanos, que no son responsables de la línea de acción que impone la mayor parte de los propietarios de los medios de prensa. En general, esa inmensa mayoría de periodistas simpatiza realmente con la Revolución. Pero quienes controlan y monopolizan la propiedad de esos órganos de prensa son miembros de la oligarquía enemiga de la transformación nacional que estamos realizando.

Las excepciones son pocas y muy honrosas. Esos diarios y revistas sufren en came propia las represalias económicas de la oligarquía a quien se niegan a servir. La honradez de su posición independiente frente al Gobierno Revolucionario los hace acreedores al respeto y a la gratitud del pueblo peruano. Por ello, les expresamos nuestra solidaridad frente a la campaña de que son víctimas. Esta es la verdad. Y nadie lo sabe mejor que quienes trabajan en los órganos de prensa del Perú.

La revolución seguirá adelante haste cumplir sus objetivos, sin precipitaciones y sin desmayos, por su propio camino, con sus propios métodos. Hemos sabido resistir todas las presiones. A nosotros no se nos provocará. Pero seremos implacables en la defensa de esta revolución de cuyo éxito depende el futuro del Perú. Que no se confunda la tolerancia con impunidad. En el Perú de hoy los campos están ya claramente marcados. Esta revolución será defendida hasta las últimas consecuencias. Sus adversarios de dentro y de fuera deben saberlo sin posibilidad de error. La Fuerza Armada del Perú la sustenta y el pueblo día a día la defenderá más porque la sentirá más suya.

Sabemos que frente a la revolución hay una conjure tenebrosa manejada por elementos externos, que persigue detener el proceso de cambio en el Perú. Sabemos que los hilos de esa conjura se mueven también con el dinero de la oligarquía y la complicidad cotizable de dirigentes políticos que insurgieron como revolucionarios para después servir a la reacción de ultraderecha. La Nación debe saber que el gobierno permanece alerta. Que defenderá la revolución y que mantendrá las conquistas ya entregadas al pueblo. Esta será una lucha sin cuartel. Estamos dispuestos a correr todos los riesgos. Poco en realidad importan nuestras vidas, porque ellas ya han sido entregadas a la revolución. Y reiteramos que si nosotros caemos en la lucha, otros la continuarán hasta el final, con más denuedo, más fuerza, más vigor.

Si la oligarquía y los caciques políticos que la sirven, quieren violencia, habrá violencia en el Perú. Pero quienes la desaten no quedarán ilesos. Sobre ellos caerá el castigo ejemplarizador de la revolución. Esta revolución será defendida en todos los terrenos y contra todos sus enemigos, a cualquier costo.

Quedan todos claramente notificados de cual es la posición del Gobierno Revolucionario. No es una amenaza. Pero sí una categórica advertencia. Es preciso recordar, sin embargo, que antes de ahora hemos dicho que el Gobierno Revolucionario nada tiene contra las ideologías renovadoras, ni contra las masas populares de cualesquiera de los partidos políticos del país. A ellas, el Gobierno Revolucionario les tiende la mano para defender en común la causa del pueblo. Pero no a los dirigentes que fueron cómplices del gran engaño que significó convertirse en defensores de los enemigos del pueblo del Perú. Con esos dirigentes, nada tenemos en común. Con ellos no hay entendimiento posible, porque representan el brazo político de la oligarquía anti-revolucionaria. Hablamos sin eufemismos. Abiertamente ponemos las cartas sobre la mesa. No es nuestro el lenguaje sibilino de los políticos criollos. Por eso hablamos en la forma directa y clara que el pueblo comprende.

Los grandes objetivos de la revolución son superar el subdesarrollo y conquistar la independencia económica del Perú. Su fuerza viene del pueblo cuya causa defendemos y de ese nacionalismo profundo que da impulso a las grandes realizaciones colectivas y que hoy, por primera vez, alienta en la conciencia y en el corazón de todos los peruanos. Esta revolución se inicia para sacar al Perú de su marasmo y de su atraso. Se hizo para modificar radicalmente el ordenamiento tradicional de nuestra sociedad. El sino histórico de toda verdadera transformación es enfrentar a los usufructuarios del status quo contra el cual ella insurge. La nuestra no puede ser una excepción. Los adversarios irreductibles de nuestro movimiento serán siempre quienes sienten vulnerados sus intereses y sus privilegios: la oligarquía

Esa oligarquía, sus aliados de dentro y sus amos de fuera son, pues, y serán siempre, nuestros adversarios implacables. Tengamos conciencia de que hemos sido los únicos que en este país han afectado sus intereses. Esta es la primera vez que esa oligarquía carece de influencia política, la primera vez que no gobierna. Por eso, no perdona ni jamás perdonará a quienes se han atrevido a desafiar su poder, su dinero, su fuerza. Ella permanecerá at acecho, aguardando el momento propicio para lanzar una ofensiva frontal contra el Gobierno de la Revolución.

No creemos, pues, que el adversario de la revolución ha sido ya vencido definitivamente. Ha sufrido algunas serias derrotas, pero la guerra no ha concluido aún. Terminará cuando la Revolución Nacional haya afianzado profundamente sus raíces; cuando el pueblo pueda sentirse absolutamente seguro de que esa oligarquía, que con sus cómplices lo hundió en la pobreza y en el engeño, ya no puede intentar su retorno at control del país. Nosotros no podemos cometer el grande y trágico error de creer que la revolución ha sorteado ya todos los peligros. En realidad, ella recién está comenzando a confrontarlos. No nos durmamos sobre los laureles de victorias iniciales. Mantengámonos vigilantes, alertas, decididos. Nuestro compromise no es con un ordenamiento político tradicional, formalista, básicamente inoperante y obsoleto. Nuestro compromiso es con el pueblo y con la revolución que ese pueblo demanda. A nada ni a nadie debemos lealtad, sino al Perú y a su causa de justicia social que la revolución en-carna y representa.

Por eso, este gobierno tiene también el deber de asegurar la continuidad de la revolución. Sería pueril e indefensible que, en el futuro, permitiéramos la destrucción de la obra revolucionaria a manos de un nuevo gobiemo conservador, que trabajaría para restablecer ese pasado contra el cual nosotros insurgimos. Por todo esto, la vuelta al orden constitucional, que tanto reclaman nuestros adversarios, se produciraá únicamente cuando se haya garantizado la permanencia de la revolución y su continuidad; únicamente cuando en una nueva Constitución se con-sagren las conquistas de la revolución; y únicamente cuando no exista posibilidad de que el Perú sea otra vez Ilevado al sistema ominoso que abolimos el 3 de Octubre de 1968.

Cumplidos estos requisitos, el Perú podrá escoger el camino de futuro que decida el concurso de todos sus ciudadanos, el camino que quiera la auténtica voluntad popular. Entonces, y sólo entonces, nosotros consideraremos que hemos cumplido por entero nuestro deber y nuestro compromiso con el Perú, con su pueblo, con su historia. Con nadie más tenemos compromiso alguno; hacia nadie más tenemos un deber. Es-peramos que todos entiendan claramente lo que esto significa. Confiamos en que quienes aún abrigan ilusas esperanzas de volver a disfrutar las prebendas y privilegios de un ayer para siempre cancelado, las abandonen definitivemente.

Y que no se diga que etamos rompiendo la armonía entre todos los peruanos. Ella nunca ha existido en realidad. En el pasado, porque la concordia fue imposible entre un pueblo ex-plotado y sus explotadores. Y en el presente, porque la armonía no puede existir entre quienes defienden los intereses de la oligarquía y quienes defendemos los intereses del pueblo. No puede haber armonía entre la revolución y la antirevolución. El desarrollo, entendido como proceso transformador y revolucionario, tiene un precio que debe ser pagado y que, en gran parte, consiste en la liquidación de todos los privilegios que los pocos tuvieron a expensas de los muchos. Bien poco valdría esta revolución si ella simplemente aspirara a modernizar el país, a introducir cambios secundarios en sus instituciones tradicionales. Para nosotros el desarrollo necesariamente implica alterar de modo fundamental las bases de relación política y económica que hasta hace un año prevalecieron en el ordenamiento social del país. Entre quienes respaldamos esta revolución y quienes a ella se oponen no hay entendimiento possible. La verdadera armonía, la verdadera union nacional, tiene que construirse de ahora en adelante entre los peruanos que apoyan y defienden la necesidad de transformar al Perú. Toda concepción de la unidad nacional en base a poner del mismo lado a los sostenedores de la revolución y a sus enemigos es, por to tanto, falsa y anti-histórica. Aceptarla sería desnaturalizar la revolución.

Transformar una sociedad tan compleja como la nuestra, no es tarea sencilla ni de pronta culminación. Esta revolución apenas ha cumplido un año de existencia. Los peligros más grandes aún no han aparecido. Debemos esperar días difíciles. Y crear en nuestro pueblo conciencia responsable de que tendrán inevitablemente que venir días así. A medida que la revolución se afiance y nuevos privilegios sean abolidos para bien del pueblo, la oligarquía y sus felipillos redoblarán esfuerzos pare frustrarla.

A esa oligarquía empecinada en defender la sinrazón de su propio egoísmo y todos sus agentes declarados o encubiertos, peruanos o extranjeros, hoy les volvemos a decir que no les tememos, que la Revolución no bajará la guardia, que ella continuará su obra de transformación nacional y que seremos implacables en castigar cualquier intento de entorpecer su camino.

Si sentimos así nuestro deber y nuestro compromiso con la revolución, tenemos que velar porque ella sea siempre ejemplo de limpieza, de honradez, de eficiencia, de sacrificio, de entrega generosa. Tenemos que crear conciencia de la inmensa tarea que una revolución entraña. Será necesario enmendar día a día los errores que inevitablemente se cometen en el diario quehacer de la revolución. Seamos capaces de rectificarlos. Tengamos la honestidad, la humildad, la sabiduría y el valor que otros nunca tuvieron para reconocer errores y enmendarlos. Esto, lejos de debilitar a la revolución, le dará mayor fuerza porque le dará mayor autoridad moral. Pero seamos supremamente exigentes con nosotros mismos, aspiremos a ser cada día mejores, estimulemos la crítica honesta que es un aporte invalorable en toda obra de creación. Más, por sobre todo, no olvidemos nunca el sagrado deber de ser siempre leales con esta revolución de la que pende el porvenir de nuestra Patria.

Nuevas tareas nos aguardan en este segundo año que hoy se inicia. Ellas serán otros pasos en el cumplimiento del programa revolucionario, que todo el Peru conoce ya. El balance de estos primeros tiempos es positivo. Pero no nos sintamos satisfechos, porque en verdad mucho queda por hacer en el Perú. Que este segundo año de la revolución nos encuentre más fuertes y mas unidos y que este movimiento siga obedeciendo a su inspiración primera: la conquista que el Pueblo y la Fuerza Armada del Perú, unidos, hagan del ideal de lograr una nación con justicia social para todos sus hijos.

Creo mi obligación hacer público nuestro reconocimiento al gran sector de ciudadanos que, identificados con el espíritu y la obra de la revolución, laboran en diversos campos de actividad; principalmente al selecto grupo de técnicos y profesionales que con patriotismo y desinterés trabajan por la causa de la transformación nacional. Al hacerlo, muchos de ellos atraen sobre sí los odios y la injuria de los grupos reaccionarios. Esos ciudadanos que enfrentan riesgos y peligros por su identificación con el espíritu revolucionario, merecen de nosotros respeto y gratitud, porque sabemos muy bien con cuanto desprendimiento están trabajando por el Perú. Con ellos nos sentimos solidarios y la revolución, de la cual son parte importante por la calidad del trabajo que realizan, los de-fenderá contra todas las amenazas y todos los peligros. Al igual que nosotros, ellos son tam-bién soldados de la revolución.

En un país donde muy pocos supieron ser consecuentes con sus propios principios, donde muchos se doblegaron ante los halagos o las amenazas, esos ciudadanos han dado a todos un ejemplo de coraje al apoyar decididamente una revolución que encarna los ideales nacionalistas y revolucionarios por los cuales ellos, con valor, supieron luchar en el pasado. Por eso, yo quiero esta noche reliever el significado de un gesto así, patriótico y valiente. Y reiterar a esos dignos ciudadanos el reconocimiento y el respaldo de la Fuerza Armada que nunca olvidará el esforzado aporte que ellos están dando a la causa sagrada del Nuevo Perú.

Quiero, para terminar, dirigirme en primer lugar a quienes hasta hoy no militan en la revolución y, en segundo lugar, a los campesinos del país. A los primeros, quiero decirles en nombre del Gobierno Revolucionario, que en esta gesta nacional hay un lugar para todos los peruanos que sinceramente deseen un cambio profundo en nuestro país. Sólo están excluidos de la revolución, los que de una manera u otra se sientan comprometidos con la oligarquía o con el pasado de oprobio contra el cual insurgimos. Esta es una minoría del Perú. La inmensa mayoría, los obreros, los empleados, los intelectuales, los hombres de industria, los estudiantes, los profesionales, es decir, el verdadero pueblo del Perú, no tiene por qué sentirse solidario con el pasado, ni por qué defender los intereses de los enemigos de la revolución. Para ellos y con ellos queremos hacer esta revolución.

Mis palabras finales de esta noche serán para los campesinos, porque la revolución ha comenzado por la reforma agraria; por esta reforma agraria que muchos soñaron, pero que muy pocos creyeron ver realisada algún día en nuestra Patria; por esta reforma agraria que está despertando al campesino y que concita la admiración y el respeto del mundo entero. Sin embargo, como lo previmos el día en que ella fue promulgada hace sólo tres meses, ya es blanco de los intentos de sabotaje y entorpecimiento.

A esos campesinos, para los cuales se hizo la reforma agraria, hoy les decimos que no se dejen engañar; que piensen en lo poco que por ellos hicieron quienes desde el poder dieron una ley de reforma para defender a los poderosos de la tierra; que comprendan que no puede ser sincera la propaganda de quienes hoy tratan de confundir y crear desconcierto; y que estén listos a defender con sus propias vidas si fuera necesario las tierras y las aguas que son y serán suyas.

Mucho del destino de la revolución depende del esfuerzo y responsabilidad de los campesinos para hacer exitosa la reforma agraria. Existen y existirán problemas en su implementación. Esto es inevitable. Pero los campesinos deben estar alertas contra todos los enemigos de su reformas, que son los enemigos de su revolución. No deben olvidar jamás que esta reforma y esta revolución se está hacienda para todo el pueblo, para todos los pobres del Perú. Los beneficios de la reforma agraria, también deben alcanzar a otros sectores de nuestra sociedad que fueron igualmente explotados por la misma oligarquía que hundió a los campesinos en la miseria. La revolución comenzó por el campo pero no se detendrá en él. El horizonte de la revolución es el horizonte mismo de la Petria.

Si tenemos el poder, debemos aceptar la responsabilidad de triunfos y derrotas. De nosotros depende el futuro de la revolución. Pero ella vencerá. Tenemos de nuestro lado la fuera de la razón, pero también la razón de la fuerza.


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