La casa de Arturo Corcuera, ubicada en Chaclacayo, debe ser uno de los lugares más hermosos que he visitado. La poesía habita cada uno de sus rincones —literalmente: versos de Corcuera se asoman gráciles en las paredes de cada habitación—, disputándose la atención de los huéspedes con la excepcional colección de cuadros, dibujos y grabados que ha ido adquiriendo el poeta a lo largo de su vida. Entre estas obras figuran trabajos de artistas de la talla de Wifredo Lam, Rufino Tamayo, Gerardo Chávez, y, por supuesto, Tilsa Tsuchiya, su entrañable amiga y colaboradora.
A treinta años del fallecimiento de la gran pintora peruana, la recordamos por medio de esta conversación.
- ¿Cómo conoció a Tilsa Tsuchiya?
- La conocí a comienzos del 60, cuando hizo una exposición colectiva en la Galería de Lima, que dirigía Sebastián Salazar Bondy. Fue una exposición de los pintores jóvenes que él consideraba más destacados, más brillantes. No se equivocó.
- ¿Cuál fue la primera impresión que le produjo su trabajo?
- La verdad es que me pareció que Tilsa creaba un mundo muy personal que tenía mucho del aliento andino y de la pintura japonesa. Me produjo una gran impresión. Luego la conocí personalmente por intermedio de Winston Orrillo: fue a través de él que Tilsa se enteró de que yo había terminado un libro de poemas, Noé delirante, en su primera versión, y le había gustado mucho y quería ilustrarlo. Me llegó el mensaje y claro, como soy un poco descuidado, pasaron los días y no la llamaba, hasta que me mandó decir que estaba próxima de viajar a París y que si no le llevaba los originales no iba a poder hacerlo después. Le mandé finalmente los originales. Pensé que me iba a hacer… no sé, cuatro, cinco dibujos, pero me ilustró la mitad del libro. Cuando terminó quedé impresionado con el material. Se lo mostré a un editor, Carlos Milla Batres, y él me dijo: “tiene que hacerte todo el libro”. Y él fue y le habló. Le dijo que iba a ser una gran edición y ella aceptó.
- ¿Por qué cree que funcionó tan bien esa colaboración?
- Tilsa dijo una vez, en un reportaje que le hizo El Comercio, que antes de Noé delirante ella no había dibujado, solamente hacía pintura, y que Noé le había abierto un universo nuevo que la había llevado a dibujar. Yo le agradecí y ella me dijo: “no, yo soy la que te tiene que agradecer a ti porque lo he disfrutado mucho”. Es que había mucho de poesía, de fantasía, de imaginación en su obra. Años después quisimos hacer otro libro juntos, aunque invirtiendo el proceso: que ella pusiera las ilustraciones primero y yo pusiera el texto después. Tilsa llegó a hacer dos dibujos para ese proyecto: El Colibrí y El Cuervo. Desgraciadamente falleció antes de que lo pudiéramos terminar.
- ¿Tuvieron otros proyectos que quedaron truncos?
- Sí, teníamos tres proyectos que nunca logramos hacer. Uno de ellos es que ella me pidió que escribiera un guión para llevarlo a los dibujos animados con la ayuda del cineasta Mario Pozzi-Escot. Y la otra idea era hacer una escultura en un cerro. Pero Tilsa se enfermó…
- ¿Cómo recuerda la personalidad de Tilsa?
- Era muy dulce, muy tierna, pero muy enérgica a la vez. Tenía un gran carácter, fuerte. Y era muy entregada al arte, totalmente. No le importaba demorarse todo el tiempo que fuera necesario para hacer un nuevo cuadro. Yo la he visto borrar cuadros que ya casi los daba por hechos. Era muy exigente consigo misma. Y encontró a un gran admirador de su obra en Rafael Lemor, que era dueño de la galería Camino Brent e iba a su taller y le compraba los cuadros antes incluso de que estuvieran hechos. “Te compro estos cuatro que están en blanco”, le decía. “¿Cuánto quieres por ellos?” Cuando le preguntábamos a Tilsa por qué lo hacía —puesto que vender los cuadros una vez realizados le hubiera dado mucho más dinero—, ella decía: “A mí lo que me interesa es la tranquilidad para pintar, no tener ninguna preocupación de gastos. Yo me conformo con tener eso resuelto. Y él me dice que me demore lo que quiera”. Por eso casi todos los cuadros finales de Tilsa le pertenecían a él. La familia Lemor la admiraba mucho y le pagaban lo que ella pedía.
- ¿Cómo era Tilsa con sus amigos?
- Era una amiga leal y generosa. A mí me regaló muchas cosas. Me decía: “Te regalo porque tienes cuatro hijos y vas a necesitar dinero para educarlos. Utilicen mis cuadros. Véndanlos.”
- ¿Y era así con otros amigos, también?
- La he visto regalando muchos cuadros. Cuando ella estuvo enferma y parecía que iba a salir sana, solía decir: “Ya no voy a pintar para ricos, voy a pintar solo para mis amigos”. Decía: “No sabes cuánto me molesta que muchos de amigos no tengan un solo cuadro mío cuando los millonarios sí pueden tenerlos”. En esa época había en Lima decoradores de mucha fama que, cuando eran solicitados por la gente de dinero para que decoren su cuarto decían: “Acá hay que pedir un Tilsa”. Compraban sus cuadros al precio que pedía. Su fama había llegado a eso.
- Aunque ella era una persona con visiones más bien de izquierda, ¿no?
- Sí, era una chica de izquierda. [Corcuera coge un libro donde aparecen ilustraciones de cuadros de Tsuchiya y me muestra uno de sus lienzos más famosos, Arco Negro.] Mira este cuadro. Se lo dedicó a Juan Pablo Chang, el guerrillero peruano que murió con el Che. Es un pez con dos lágrimas negras.
- Tsuchiya era muy cercana a los poetas. ¿Por qué cree que esto era el caso?
- Por ese hálito de poesía que tenía su obra. Se alimentaba de poesía y de música. Cuando pintaba escuchaba conciertos de Albinoni. Ella me enseñó a escuchar a Albinoni. Y a Wagner. Yo me puse de modelo para ese cuadro… [El poeta me señala un rincón de su sala donde tiene colgado un dibujo basado en el famoso cuadro de Tsuchiya Tristán e Isolda, cuyo nombre proviene de la ópera homónima de Richard Wagner.]
- ¿Para Tristán e Isolda? ¿Usted hizo de modelo?
- Solo para los ojos. Es que éramos muy amigos. Ese cuadro no lo vendió nunca. Se lo dio a su hijo. [Corcuera está mirando ahora unas reproducciones de obras de Tsuchiya en un libro que tiene entre las manos] Acá está el colibrí. Yo llegué a hacer ese poema... [Voltea las páginas del libro como si estuviera buscando un cuadro en particular. Lo encuentra: es el lienzo titulado Mujer y mono.] Este fue el último cuadro de Tilsa. Es un cuadro premonitorio: acá hay un mono negro y hay una luna negra también.
- Es una obra del 79. ¿Ya estaba enferma en ese momento?
- No. Es antes de eso. Pero ya estaba muy cerca.
- ¿Cómo fueron esos últimos momentos con Tilsa?
- Nos comunicábamos por teléfono. Ella siempre me llamaba a mi oficina en el Instituto de Cultura y me conversaba, pero yo casi no la oía porque su voz era muy débil, ya se estaba extinguiendo. Pero fingía oírla. Había cosas que le entendía, otras cosas que no. Y entre ellas, lo que capté fue que Tilsa había reflexionado mucho todo ese tiempo que había estado enferma y se había dado cuenta que pintaba para gente adinerada. Siempre me llamaba pero no se la podía visitar.
- ¿Cómo era su relación con otros artistas peruanos de su generación?
- Era buena amiga de muchos de ellos. Por ejemplo, con Szyszlo se apreciaban mucho.
- ¿Cómo se llevaba con Gerardo Chávez? Siempre me ha parecido que él es uno de los que más cerca está del mundo mitológico de Tsuchiya.
- Si no me equivoco, Chávez era el más joven del grupo de artistas de su generación pero se llevaban muy bien. Chávez la admiraba mucho. Ahora, no estoy seguro de que sus universos respectivos fueran tan cercanos entre sí. Puede haber un aire generacional en común porque convivieron en la Escuela de Bellas Artes, pero cada uno tenía su personalidad propia.
- ¿Qué piensa usted del hecho de que Tilsa fuera a menudo agrupada con los surrealistas, al igual que Chávez?
- Podía tener algunas cosas pero no había una voluntad de hacer surrealismo. Porque era una pintura enraizada en la tierra pero también en el cielo.
- ¿De qué le gustaba conversar con sus amigos?
- Hablaba mucho sobre la Revolución Cubana, por ejemplo. Llegó a exponer en la Habana, en una muestra colectiva con varios pintores latinoamericanos. Ellos la querían mucho y hasta ahora la recuerdan.
- ¿Hasta qué punto se consideraba ella peruana?
- Siempre se consideró muy peruana. En primer lugar porque se inspiró en los mitos, en muchos mitos peruanos. Y, claro, esos mitos los recrea, los hace suyos. Incluso hay personajes que se acercan un poco a esos seres poderosos del Ande, como los personajes que aparecen en la pintura de Sérvulo Gutiérrez. Tilsa me contó una anécdota interesante sobre Tristán e Isolda —que se llamaba en esa época “Mito del origen”—. Cuando la empleada de la casa lo vio, así pasando, dijo: “Están besándose con el ombligo”. Y ella dijo: “Eso es lo que quería hacer”. La chica captó exactamente lo que ella había querido decir. Me hizo recordar la historia de un poeta chino que le leía sus poemas a la criada y el poema que no entendía ella, lo destruía. Tilsa le daba mucha importancia a la palabra, a la visión, de personas que no han recibido una educación artística. Yo creo que Tristán e Isolda es el punto más alto en su producción. Mira esto, parece un chancay. Tiene muchas raíces en la pintura precolombina.
- ¿Cuál es el recuerdo más grato que conserva de Tilsa?
- Bueno, que le llamara tanto la atención Noé delirante, que tuviera esa voluntad, que le dedicara tantas horas me dejó a mí perplejo. Y encima lo que dijo, que la había alimentado mucho.
- ¿Alguna vez la vio pintar? ¿Cómo era su ritual?
- Ponía su música y agarraba unas pastillitas de menta que chupaba. Fumaba mucho. Conversaba, también. A mí me daba la impresión de que conversaba con uno pero estaba a la vez increíblemente concentrada en su pintura… Como que podía desdoblarse. Y era extraordinario su manejo de las veladuras, iba poniendo capa sobre capa para hacer transparencias, todo eso mientras conversaba. Y trabajaba horas de horas.
- ¿Qué últimos recuerdos tiene de ella?
Murió en la mejor edad, a los 50 años, cuando los pintores alcanzan la madurez. Fue muy rápido, no tuvo tiempo para terminar varios de los proyectos que había emprendido. Ella se fue a hacer un chequeo médico con su hermana y ahí le detectaron el cáncer avanzado. Empezó el tratamiento de inmediato. Tilsa fue una persona superior, una gran amiga que ayudaba a pintores que no estaban en buena situación. Yo creo que es una de las más grandes artistas que ha dado el Perú.
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