Uno

Se sienta en el piso de la galería desierta,

se abraza las rodillas, contempla

cada uno de sus lienzos (meses

de pinceladas menudas vueltas a cubrir

por otras pinceladas menudas),

me pregunta ansiosa y aterrada: ¿y ahora

que voy a pintar?

No estaba vacía,

sólo se había cerrado por un momento

la región donde la realidad oscila

entre lo arcaico y la utopía, entre

el pasado remoto y el futuro deseado.

En los lienzos estaban los personajes

no conocidos, pero tampoco desconocidos.

No le dije:

Hay cosas conocidas y cosas desconocidas,

en medio

se encuentran The Doors (Jim Morrison)

Ella dijo: no soy onírica. ¿Has ido

a las Lomas de Lachay en invierno? Las rocas

y los árboles, entre la neblina, parecen salir

de tu cabeza dormida, pero puedes golpearte

contra una piedra y sangrar de verdad, puedes

trepar a los árboles

y abrazar con las piernas

las ramas desnudas,

y nada es de sueño.

Tampoco soy arbitraria

ni caprichosa ni odiosamente intelectual:

no soy surrealista entonces. Me desvelo

por pintar la realidad que uno puede alcanzar.

La realidad es lo que uno puede alcanzar

o imaginar.

Vámonos, ya se acabaron las filiaciones,

vámonos

que el guardián está impaciente por cerrar.

Dos

Riega helechos

en el pequeño patio soleado, con cielo

de una esfera más optimista. De pronto dice:

¿por qué asocian sordidez con inteligencia?

He visto estudiantes de arte

dibujando carne sin pellejo, carne

viva, a lo Bacon, y creyendo

que van a entregar

la gran revelación:

nuestro centro es así, revulsivo – dicen.

Debe ser la inocencia

o el mal perfume que han dejado los viejos.

Ninguna esperanza de artista debe ser fácil.

Yo prefiero el arte

que escamotea el dolor.

Nunca lo olvides -dijo Kobayashi Issa-

paseamos encima del infierno

contemplando las flores.

Hay que pintar con dura alegría las flores

y todo lo que esté encima de ellas.

Helechos, sólo riega helechos porque

dice que son

de la edad primaria de la tierra.


Tres

Entré en el cobertizo

buscando herramientas: el agua había rebasado

la acequia de los manzanos.

En la luz moteada vi viejas imitaciones de Miró

en cartones, estudios

como secretos abandonados

que algunas gallinas ensuciaban.

Sí, Miró estaba en mis figuras del ’68:

personajes planos como láminas

en fondos profundos y espaciales.

Un día empezaron a pedirle carne,

volumen, redondeces. Esa fue la exigencia

que oía, el ruego:

encárnanos hasta la voluptuosidad.

Nunca cesaron de pedirme cuerpo

para la alegría

y, muchas veces, para la solar y limpia

lujuria.

La lujuria de la gente, de mis vecinos,

es como la de los monos, te digo:

muy chirriante.

Debería ser así (y señala a sus amantes

de cuerpo pleno, Tristán e Isolda) así,

como ellos, casi dioses.

Ellos no son felices en la exaltación

sino en lo ceremonial, en el goce

despacioso

e interminable.

Cuatro

Desde el balcón de su casa

contempla una venta: pescados

en canastones de carrizo.

Si miras un pez

ya es un pez subjetivo, ya es de tu alma

donde muta rápidamente:

se hace rojo, adquiere forma

sospechosa

y al final en mi lienzo es

cabalgadura

del deseo.

He visto todo

y todo está allí, en mis amados personajes

y bestezuelas.

Desde el balcón ningún pescadito

era lúbrico, dice riéndose

mientras el pescado objetivo

se dora en la sartén.


Publicado originalmente en Libros & Artes, revista de cultura de la Biblioteca Nacional (Numero 2 / Julio de 2002).



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