Para nadie es un secreto que Daniel Alarcón es uno de los escritores peruanos mejor valorados a nivel internacional. Su condición de migrante en los Estados Unidos (su lengua literaria es el inglés) , le ha permitido plasmar en su narrativa un mirada diferente, alejada quizás de un excesivo existencialismo (ese afrancesamiento propio de algunos autores peruanos). En su última novela, De noche andamos en círculo (Seix Barral, 2014), el escritor ahonda en las consecuencias generadas por la guerra contra el terrorismo y las relaciona con la experiencia carcelaria y el teatro.
En De noche... se hace más evidente un tono periodístico (recordemos que es editor de la revista Etiqueta Negra y productor ejecutivo del proyecto radial Radio Ambulante) que ya había desplegado en Guerra a la luz de las velas (especialmente en el cuento "Ciudad de Payasos") y en su posterior publicación, El rey está por encima de pueblo.
El libro tiene como narrador a un joven periodista que se interesa por la vida de un aspirante a actor y contemporáneo suyo, Nelson. En una narración que huele o remite a las técnicas del Nuevo Periodismo Norteamericano, Alarcón retrata con solvencia la vida del protagonista. El aspecto principal de este retrato es la relación con Sebastián, su padre. Ambos están ligados por su gusto por el teatro y, por supuesto, por la guerra interna: "Para cuando Nelson ingresó al Conservatorio, en 1995, la guerra había terminado hacía algunos años pero su recuerdo aún se mantenía fresco. Gran parte de la capital estaba siendo reconstruida. Aunque tal vez sea más correcto decir que la ciudad estaba siendo reimaginada, como una versión de sí misma en la que toda esa desagradable historia reciente jamás hubiera ocurrido. No había estatuas de homenaje a los muertos..." (Pág.17).
La vida de Nelson transcurrirá alrededor de esos dos elementos, más aún cuando decide postular al histórico grupo teatral Diciembre, cuyo líder, Hernán, fue acusado de terrorismo y encarcelado. Por lo demás, la obra de teatro en la que participa, titulada El presidente idiota, es una denuncia al poder y la mediocridad de los políticos, y fue presentada en diversos pueblos de la sierra durante los tiempos de la guerra interna; ahora, Diciembre se prepara para salir de gira como celebración por sus quince años de fundación.
Hernán es el otro gran protagonista de la novela. Su condición de expresidiario es un elemento que el narrador maneja con cautela. Como si fuera un papiro, su historia se desenrrolla con astucia. Una estrategia que mantiene cautivo y atento al lector.
Este personaje ha sido marcado por su estancia en la cárcel Recolectores (una versión literaria de la cárcel de Lurigancho). Ahí descubrirá el lado más perverso de la humanidad, pero también comenzará una relación homosexual con Rogelio, un hombre acusado de transportar droga y que morirá en la cárcel: "Su nuevo amigo tenía una sonrisa radiante y grandes ojos pardos. Tenía la piel color café con leche y era musculoso sin llegar a ser imponente. La mayor parte de la ropa que usaba provenía de la cárcel, prendas dejadas por hombres que se marchaban, de las que Espejo o algún otro hombre poderoso se apropiaban y luego vendían. (...) Los ojos le brillaban cuando tenía algo que decir.
Como si fuéramos cómplices, pensó Henry" (Pág. 213).
Junto con Patalarga, tercer integrante de colectivo teatral, harán diversas presentaciones durante las cuales descubrirán un país cambiado, un país post-guerra interna: "Caminaron despreocupadamente por la ciudad, asimilando el movimiento con una agradecida mezcla de pánico y asombro. Los sesenta mil o más residentes de San jacinto vivían en una llanura plana y seca, y hacían trueque de cualquier cosa y de todo siguiendo reglas que solo ellos entendían" (Pág. 132).
Poco antes del término de la gira, la novela da un vuelco narrativo cuando los actores llega al pueblo natal (nunca se menciona el nombre) de Rogelio. Ahí Nelson explorará los límites de la actuación y de la ética artistica, cuando tenga que adoptar la identidad de Rogelio y engañar a la madre de este.
La páginas que abarcan el cambio de identidad revelan un deseo de permanecer anclado en el pasado. Noelia revivirá la relación que tenía con su hermano Rogelio y querrá evitar que Nelson se vaya. Su performance posibilita que tanto Noelia como su madre permanezcan en una burbuja. Una especie de encierro emocional, una negativa al presente: "Ambos hermanos evocaron ese episodio: la última vez que los tres estuvieron juntos fue en una fiesta en San Jacinto, a comienzos de la década de los ochenta. (...) No estaban hablando conmigo ahora, pensó Nelson. Es como si ni siquiera estuviera aquí. Mantuvo los ojos bien abiertos, los oídos alerta, e hizo todo lo posible por inhalar ese recuerdo, por hacerlo suyo, como si la fidelidad de ese detalle sentimental pudiera marcar alguna diferencia para doña Anabel" (Págs. 236-237).
De igual forma, para Nelson, su presencia en este pueblo, más allá de la gira, es un proceso de reflexión. Al igual que su compañero tiene una mochila emocional pesada que involucra el fallecimiento de su padre; la relación con su hermano que emigró a los Estados Unidos; y su amor por Ixta, la mujer que no puede olvidar.
Por su parte, el narrador (el chico Solís) no solo reporta la historia también es un testigo de la transformación Nelson. Un deber pesado que lo llevará a entrevistar a todas las personas que se relacionaron y, más grave aún, revivir sucesos dolorosos. Solís, entonces, a partir de un caso particular revive la historia de la violencia política y las consecuencias que dejó para el presente y el futuro. La escena final enfrentándose a un Nelson cambiado, despojado de todo sueño, es simbólica: muestra como un sujeto puede verse inmerso en un tragedia por la obsesiva (y nefasta) tendencia de los demás por esconder una verdad dolorosa.
Con esta novela, Alarcón demuestra su madurez como escritor y consolida su propuesta estética. Vale mencionar que por esta novela, el escritor estuvo nominado al Premio Pen/Faulkner, que finalmente recayó en Karen Joy Fowler.