El barrio conocido como La Huerta Perdida se encuentra en el distrito del Cercado de Lima, en uno de los extremos de Barrios Altos, muy cerca al río Rímac. Si uno sube desde la avenida Abancay, éste se encuentra antes de llegar al cementerio El Ángel.
Básicamente, tiene tres entradas: una de ellas por prolongación Amazonas, que es un camino paralelo y al frente del río. Otra entrada que está a la altura de la cuadra quince del jirón Ancash. Y la otra, por la bajada de Santo Cristo.
La Huerta Perdida es un nombre que algunos vecinos quisieran desechar de la memoria del lugar.
- el día que las niñas se reunieron para bailar festejo
Cuando fui mensajero en una empresa que repartía recibos de teléfono y otro tipo de documentos, escuché varias veces a colegas con muchísimo más tiempo de experiencia en el rubro decir que si la empresa quería que ellos llevaran unos sobres más (o menos) a la La Huerta Perdida, debía aportar un poco más dinero, como una forma de motivar la chamba. Algunos -la mayoría de mensajeros en realidad- simplemente preferían no entrar allí, ya que era considerado como 'zona peligrosa', categoría usada para justificar que los sobres destinados al sitio no sean entregados, sino más bien devueltos a la empresa por el mismo mensajero.
Ahí, sin embargo, bastantes vecinos del barrio -los de mayor edad sobre todo- no quieren saber más de la denominación Huerta Perdida, por todo ese paquete de asociaciones casi funestas con que se le ha cargado. Prefieren usar Jardín Rosa de Santa María (JRSM), el nombre oficial del lugar. Si has revisado las noticias en los medios sobre este barrio de calles no muy anchas, de casas que se elevan hasta el tercer piso, sabrás que por lo general están asociadas a la delincuencia, a la microcomercialización de drogas, violencia, y otras historias que son habituales en la sección 'policiales'. Como si los mismos medios alimentaran el mito del espacio temible.
Z., vecino del Jardín desde que tiene memoria, recuerda de su niñez que en los límites de su barrio, cuando peloteaba sobre terraplenes inclinados y cañas, había una playa de estacionamiento cerrada con un portón metálico, repleta de perros. Ahora de ello queda un alto muro tapiado en donde se encuentra dibujado un gran diseño del club Alianza Lima, al frente de lo que no es, aún, una alameda. Z. cuenta que antiguamente solía llegar a la entrada de ese lote un anciano, quien, una vez allí, golpeaba duramente la plancha metálica varias veces para que los perros, corriendo, se acercaran ladrando. El hombre empezaba entonces a lanzarles pedazos de carne del paquete que habitualmente cargaba. Luego simplemente se iba. Lo hizo durante mucho tiempo. Solo se acercaba allí para hacer eso. La historia termina de contarse con una risa entre tres.
Desde la nostalgia, La Huerta Perdida es el lugar donde en vez de asfalto cerca del río Rímac, hubo ramas y maderos, y donde podías bañarte en unas pardas aguas que ahora ya no están más a la vista de los vecinos. Además, los huertos y espacios verdes que rodeaban el lugar forman ahora parte de la crónica histórica sobre Lima. En este momento, hay organizaciones que hablan de este barrio como un espacio de exclusión y vulnerabilidad, entendido ello como un lugar donde los vínculos familiares y sociales están rotos, el acceso a servicios de salud es precario y el desempleo, manifiesto. Clasificar a un barrio como 'vulnerable' apunta también a estimular intervenciones a la altura de las necesidades y demandas de sus habitantes.
A inicios de 2013, en un día fuertemente soleado de verano, Susana Villarán inauguró la losa deportiva que se ha vuelto el centro del Jardín, su especie de plaza de armas. Por entonces, su equipo municipal no previó que la mesa para ping-pong que instalaron en la losa junto a la cancha de fútbol, se volvería un sillón estirado para los que quieren fumar marihuana o pasta, o acaso beber alcohol a la vista de todos, frente del lugar comunal y de la iglesia, a cualquier hora del día. Es el mismo lugar en el que los niños juegan, se sientan, conversan, y vuelven a jugar. Es una mesa que cumple distintas funciones.
Un jueves a las seis de la tarde, las esquinas de la cancha son espacios cómodos y dedicados para fumar y beber, escena habitual a la vista de los niños, y de los padres que los llevan de la mano. Ocurre también entre sus calles estrechas, donde encuentras a algún vecino alcoholizado y sin embargo amable, que te saluda. De vuelta a la losa, dos grupos de hombres fuman marihuana; el olor simplemente cada cierto tiempo se establece. De un lado, dos chicos; de otro, cuatro o cinco jóvenes. Alguno se aleja a fumar a otro lado, o luego aparece alguien más que se acopla al círculo. Unos señores, del lado opuesto de la cancha, beben alcohol. Eran también cuatro.
Al frente de aquellos, en la entrada del espacio comunal, un grupo de niñas del barrio empiezan a reunirse para practicar el baile del festejo, como parte de una iniciativa impulsada por la gente del espacio de escucha y acogida "El Jardín", proyecto promovido por el Centro de Investigación de Drogas y Derechos Humanos (CIDDH), perteneciente a la Red de Organizaciones que Intervienen en Situaciones de Sufrimiento Social (ROISSS). El trabajo lo hacen en el barrio a partir de la definición de La Huerta Perdida como una zona de exclusión y de vulnerabilidad, una zona insegura. Sus vecinos son muy conscientes de esto último, lo recuerdan y lo dicen: alguno señala con un gesto 'por allí roban bastante', o 'por allí venden drogas'.
Los operadores del espacio de escucha y acogida "El Jardín" saben que los resultados del trabajo comunitario que allí realizan aparecerán de forma lenta. La misión de este equipo, que trabaja desde el centro del JRSM, es mejorar las condiciones de vida y propiciar la reintegración social no solo de consumidores problemáticos de drogas, sino de usuarios de drogas en general, además de personas afectadas por la violencia, por el VIH y la TBC. No buscan ser asistencialistas. Están allí para escuchar a quien lo necesite, y derivar o conectar a la gente que vive allí con otros servicios, si así fuese necesario.
Es una especie de proceso de seducción. Si quieren ayudar, la estrategia no es ir con ideas preconcebidas sobre lo que sus vecinos pueden necesitar, como si tú o alguien más tuviera representaciones mentales sobre lo que hacen, dicen o creen, sin conocerlos en persona. No son frontales ni abordan a los vecinos ostentando recursos. Entonces su presencia se vuelve habitual, diaria. Es entonces cuando alguien se acerca a decir algo. Es allí cuando oyen, registran y evalúan la dimensión del problema o la demanda.
Y el día que las niñas del JRSM bailaron festejo, volvemos a ello, ese jueves, antes de que se reunieran en el espacio comunal, en la carpa del lugar de escucha una operadora hablaba con una señora a quien le caía en la espalda el atardecer. Ella estaba hablando, contando algo. Daba curiosidad sin duda. Quizá por lo que ella pudiera haber narrado. Pero también por lo que el proyecto puede hacer a favor de los vecinos.
Saber que existen este tipo de proyectos, y saber además que trabajan todos los días para cumplir su cometido, estimula la expectativa de que las cosas pueden ser realmente distintas; de que existen alternativas a marginar y excluir, a favor de escuchar y atender a quien de verdad lo necesite.
->Puedes entrar a la pagína de Facebook del proyecto aquí, y ver lo que ellos están haciendo<-
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