La frase que da inicio al famoso relato de Cortázar –inspirado en el boxeador argentino Justo Suárez– bien pudo haberla citado Jonathan Maicelo en el año que pasó desde que fuera derrotado por el ruso Rustam Nugaev. 

El viernes por la noche, sin embargo, derrotó por puntos al armenio y rankeado mundial Art Hovhanyssian y dejó atrás la magra imagen de esa primera caída profesional. 

Al mismo tiempo, silenció por el momento a los que abusaron de la crítica artera en ese momento difícil de su carrera. Y si bien su victoria se concretó dejando algunas dudas sobre una posible pelea por título mundial –aspectos en defensa y en equilibrio técnico que todavía debe corregir–, no debemos perder de vista la trascendencia de la misma. 

Se trata del primer triunfo de un pugilista peruano en televisión nacional norteamericana desde que Mauro Mina derrotara a Henry Hank en 1962. Pero más importante aún, se trata de una lección para Jonathan: La comprobación de que su futuro profesional puede prescindir del ínfimo medio nacional y sus miserias cotidianas.

(Columna publicada en el Suplemento DT de El Comercio)

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