La consagración de Domingo de Ramos
Con su Obra Reunida publicada por el Fondo Editorial del Congreso, un poeta clave del Perú contemporáneo vuelve al centro de la escena, desde sus márgenes.
La idea de ver a Domingo de Ramos publicado por el Congreso de la República y consagrado como una figura del establishment literario peruano puede, quizá, provocar alguna disonancia cognitiva en los lectores.
Miembro fundador del Grupo Kloaka en los años 80 y caracterizado desde entonces, al menos en la imaginación, por su existencia fuera de los circuitos oficiales y académicos de la literatura nacional, De Ramos es tal vez el menos apto de nuestros poetas para los fastos y los oropeles, sobre todo porque su obra insiste en negarlos con una virulencia que es en realidad poco frecuente, y ha sido desde el principio saludable.
Esto es, sin embargo, lo que ha sucedido: es bajo el sello del Fondo Editorial del Congreso que nos llega la primera recopilación de la obra completa de este autor, bajo el título de In-Sufrido Fuego. Poesía reunida (1988-2011), en volumen que se presentó hace un par de semanas.
La aparición de De Ramos en estas circunstancias hace parte de un proceso que tiene ya algunos años, y que continúa: la recuperación de Kloaka, movimiento que en su breve existencia se quiso fundamentalmente subversivo de las formas (y el espíritu) de la oficialidad. Ya en 2012, al cumplirse 30 años de la fundación de Kloaka, vimos el pequeño escándalo de la cancelación de una muestra celebratoria programada en Petroperú, entidad estatal, debido a presiones políticas. Para algunos, el escándalo inicial quizá haya sido que Kloaka buscara celebrarse en esos espacios, no que una entidad oficial, su enemigo de siempre, se lo impida (tras haber aceptado)
Esta última visión quizá sea miope. Pues, como ha dicho Róger Santiváñez, fundador y líder del movimiento (y otro poeta cuya relativamente reciente consagración continental es de celebrarse), Kloaka sucedió hace 30 años. Sus miembros y asociados han continuado trabajando y produciendo, alejados ya de esa historia aún si conservan, de alguna manera, parte de su intención inicial. El reconocimiento de sus aportes es, casi, una cosa natural conforme corren los años.
Y así llegamos entonces a esta publicación de Domingo de Ramos, que resulta quizás un momento consagratorio. Y merecido. Porque si algo ha estado claro desde el principio, desde aquellos lejanos años 80, es que la obra de De Ramos tiene la rara cualidad de ser absolutamente central a la tradición peruana al tiempo que se escribe, en más de un sentido, desde sus márgenes. Profundamente original, la poesía de este autor llega a nosotros como una tromba verbal, y construye un universo que es propio y personal pero no irreconocible o cerrado a la comprensión. Al contrario, es uno anclado en experiencias compartidas, y compartibles, y situado en un mundo que es irrenunciablemente limeño, de la Lima más urgente y (al menos en el momento de su concepción) actual.
La narrativa de otra marginalidad
Ya desde sus inicios, con Arquitectura del espanto (1988) pero en particular con Pastor de perros (1993), quizá su mejor libro, la poesía de Domingo de Ramos ha buscado asumir como propios dos momentos de la tradición inmediata, íntimamente vinculados entre sí e incluso inextricables el uno del otro: la radicalización del proyecto coloquialista y la construcción desde la escritura de una subjetividad inscrita en los márgenes del espacio social.
Como buena parte de la poesía escrita en el Perú desde la segunda mitad del siglo XX, el trabajo de Domingo de Ramos asume una textualidad fundamentalmente narrativa. La tradición más cercana a la que responde es doble: el conversacionalismo de la llamada “generación del 60” y su re-conversión local y urbana, algunos años más tarde, por los poetas del grupo Hora Zero. Más que identificar influencias y correspondencias, lo importante aquí es descubrir una reacción estilística ante el formato conversacional.
A diferencia de otros poetas surgidos a la escena en la misma época, como José Antonio Mazzotti e incluso Róger Santiváñez, Domingo de Ramos está menos interesado en recomponer textualmente los gestos de la situación coloquial que en encontrarles alternativas. El resultado es una narratividad que se hace de fragmentos aleatorios, acumulativos, cercana por momentos a la técnica de enumeraciones caóticas propia de la poesía de vanguardia y en especial del surrealismo:
Dije esto y acurruqué la cabeza en el desgano
entre garras blancas que me zaleaban por incesantes aguas
que violineaban mis nervios como retazos
como un insecto pulmonado bajo la luna
De este modo, sin abandonar la estructura compositiva del relato, definido por identidades pronominales/personales (“tú” y “yo” principalmente, “nosotros” en algunos casos) y verbos activos, el texto abre una semántica poblada por imágenes desprovistas de la inmediatez que caracteriza la poesía conversacional, trasladando sus sentidos hacia territorios de menor control y mayor apertura.
Este soporte formal le permite a de Ramos incorporar una doble subversión a su lenguaje. De un lado, la norma linguística se quiebra en un sistema de adjetivaciones y frases adverbiales sin referentes estables, y gobernada en ocasiones por el habla popular de substrato andino; de otro lado, el espacio del poema se convierte en un mecanismo de significaciones múltiples, donde el léxico y la imaginación convocan al mismo tiempo una tradición poética (informada doblemente por la vanguardia y el coloquialismo) y una inserción social específica:
Un gato blanco salta por el techado
y llegamos a una hilera de puestos de periódicos
y triciclos pardos donde hierve el caldo se cuecen las tripas
y el pescado herido
con el humilde tufo de cebollas trinches y palas
con que despedazamos vorazmente el mendrugo
El poema “A la Hora del Pay”, de Pastor de Perros (como los que he citado previamente) podría servir como una suerte de manifiesto, una virtual arte ética de la marginalidad que define al sujeto que habla en esta poesía, enunciado en esta ocasión como “nosotros”. Quizás a la manera de Enrique Verástegui (una influencia que recorre las páginas de De Ramos con considerable energía), esta ética se construye como una oposición de filiaciones románticas entre el sujeto de la experiencia y el espacio físico de la ciudad, marcado por los signos del poder:
...y recorremos acelerándolo todo contra todo
porque apresamos el rencor de la luz contra el pecho
hombres babeantes sumisos por el esplendor del acero
y bajo ella los hijos de la herrumbre pilosos cetrinos
constantemente segregados por las leyes de tránsito
Fragmentos del sujeto
En uno de los ensayos que enmarcan In-Sufrido Fuego, el crítico Víctor Vich ha observado con agudeza que la marginalidad de la que estamos hablando, esa que define al sujeto poético en el trabajo de Domingo de Ramos (Vich la llama una "subjetividad subalterna"), no tiene el fácil sentido sociológico que podría atribuírsele; se trata más bien, dice, de una forma de crítica a los discursos sobre la marginalidad urbana promovidos desde las ciencias sociales en los años 80, cuando De Ramos entraba a la escena literaria. No se trata, según Vich, de la representación de un sujeto nuevo, "emergente", con una identidad orgánicamente constituida, sino de "fragmentos sometidos a presiones cada vez más extremas".
Esta observación es importante porque destaca uno de los valores esenciales de la poesía de Domingo de Ramos, más allá incluso de su originalidad y de sus abundantes logros formales: lo que representa desde su inscripción marginal, lo que construye con su lenguaje excesivo y estallado, es un sujeto esencialmente poético, no uno demarcado por condicionamientos o miradas externas: un sujeto múltiple, en efecto fragmentario, desasido de formaciones colectivas pero tendiente a ellas (ese "nosotros" que aparece y desaparece continuamente en la tensión de los poemas) y enfrascado irremediablemente en la producción del lenguaje que lo define, lo alimenta y lo vincula con el mundo.
Es desde esta misma posición que De Ramos ha explorado uno de los temas centrales en su trabajo, el del amor erótico, que atraviesa toda la obra y se concentra específicamente en Erótika de klase (2004). La fragmentariedad y descomposición del sujeto no se resuelve tampoco en el erotismo (Así me persigue esa imagen que se nutre cuando no llegas cuando no / vienes o me cojudeas con tus frondosidades y soy un montón de nudos). Por el contrario, el encuentro con el cuerpo ajeno, el vínculo amatorio y sexual, es otra fuente de tensión y de violencia, otro espacio en el que el sujeto se desarticula y se coloca al borde de la inteligibilidad. Erótika de klase, sin embargo, termina con una nota que quizá sí implica la posibilidad de la recomposición: un retorno a la materia básica del cuerpo, y a la infancia:
entrar y salir
sofocado mojado
espeso brillo
gruta del panal
el panal de Violeta
el manjar del jardín
Violeta violácea
rondín que mis nervios tocan al sobar tus bordes
y asirlas lentamente
como un niño que mama que besa que chupa
desconsoladamente olfativo
rota y pura
como una ola en mi amanecida carne
Un proceso similar, otro (inusual) momento de estabilidad subjetiva se da en los poemas que buscan y presentan, como atisbos de una temporalidad distinta, memorias de infancia del hablante. Como el amor y la sexualidad, algunos aspectos de de la vida familiar parecen sugerir una opción alternativa al sufrimiento del sujeto marginal. Por ejemplo, "De la madre", el texto que cierra Pastor de perros. Ahí, De Ramos suena una nota de tibia, tierna melancolía, reinscribiendo los signos de la experiencia urbana popular en una clave autobiográfica y desarticulando los significados de la experiencia social para focalizarse en un relato personal, de voces íntimas:
me levanto a tientas a danzar alrededor de su falda
y ella cavilosa y runa contempla el paisaje
(...)
ya no seré el hijunagramputa que se incendia falcado
en su regazo y me abrace con su chompa podrida sus cerezos
(...)
una mujer como el día me golpea en la nuca y yo quisiera
al voltear mi tristeza en su tristeza
y bendijese oh sí el altar de este catre desnudo me dé
su inextirpable sonrisa que me azula.
Estas instancias de recomposición subjetiva, infrecuentes pero vastamente significativas en la obra reunida de Domingo de Ramos, matizan pero no cancelan lo que está en el centro de su visión, y el mensaje que repetidamente comunica. La imposibilidad de las afiliaciones y de las identidades, la necesidad discursiva de constituir un sujeto desde espacios disueltos y finalmente imposibles, hacen de su escritura un testimonio insoslayable de la experiencia peruana de los últimos años, y uno de los logros más altos de la poesía peruana contemporánea. Descentrado, violento, volátil, el sujeto que De Ramos construye es, en su radical individualidad, nuestro del modo en el que sólo puede serlo la más auténtica literatura, y su lenguaje singular es el mejor que tenemos.
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