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Contra-Historias Musicales (2): Siete genios caletas de la historia del jazz

Publicado: 2014-02-15

La semana pasada inicié una pequeña serie de artículos titulada “Contra-historias musicales” en la que se me ocurrió explorar episodios poco conocidos de la historia de la música que, sin embargo, me parece que vale la pena compartir. Empecé con el tema de las compositoras en el mundo de música clásica contemporánea y tuve así la ocasión de revisitar, por ejemplo, el trabajo de Sofia Gubaidulina y Unsuk Chin, dos notables creadoras de la actualidad cuyo trabajo merece ser más difundido en nuestro aletargado medio.  

Hoy dedicaré una nueva nota de esta serie a un género musical totalmente distinto y me detendré en el tema de las grandes figuras del jazz que, por alguna razón u otra, no han llegado aún a conquistar el favor del público (y quizá nunca lo hagan, pero eso no nos va a quitar el gusto de disfrutar de su arte).

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Pee Wee Russell (1906-1969)

La primera de estas figuras es el clarinetista Pee Wee Russell, contemporáneo de astros tan conocidos como Benny Goodman y Artie Shaw, quienes por su parte casi definen, para nuestra generación, el sonido del clarinete en el jazz, al menos en los años previos a la revolución del bebop. Para mí, sin embargo, está claro: a pesar de poseer una técnica más limitada que la de sus colegas, considero que Russell era incomparablemente superior a cualquier clarinetista de su época por varios factores. Uno: el timbre extraordinario que le sacaba a su instrumento, reminiscente del trabajo tímbrico rugoso de Lester Young. Dos: sus capacidades inigualadas para la improvisación melódica. Tres: Russell es una de las pocas figuras del jazz que ha logrado asimilar con éxito casi todos los estilos que atravesaron la historia del género, desde el dixieland de sus inicios hasta el free jazz que practicó en los sesenta.

Escuchemos dos temas que dan cuenta de su versatilidad:

The very thought of you

Ask me Now (el clásico tema de Monk)

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Herbie Nichols (1919-1963)

El escaso conocimiento que existe en torno a la obra del compositor y pianista Herbie Nichols es prácticamente la razón por la que hice esta lista. Su notable producción, reminiscente de la de músicos mejor conocidos como Thelonious Monk y Andrew Hill, posee sin embargo una individualidad y un brillo propio que, aunque nunca llegó a volverse popular, sí le valió el reconocimiento inmediato de músicos extraordinarios, especialmente el clarinetista Steve Lacy y el trombonista Roswell Rudd, quienes han grabado varios álbumes de tributo a la obra de este gran compositor olvidado.

Aquí van tres temas de Nichols:

House party starting

2300 skidoo

Dance Line

Cabe destacar finalmente que Nichols sí llegó a escribir un gran hit en su carrera, de hecho uno de los standards más famosos del jazz: Lady Sings the Blues, aunque irónicamente aquello se suele olvidar debido a que fue escrito con la co-autoría de la gran cantante Billie Holiday.

Escuchemos este tema interpretado por la voz que lo inmortalizó:

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Booker Little (1938-1961)

Little no es precisamente una personalidad desconocida en el mundo jazz (su breve estadía en la banda de Eric Dolphy en el último año de su vida cimentó su reputación como un brillante improvisador en la tradición de Clifford Brown), pero también es cierto que su trágica muerte prematura cortó en pleno momento de despegue una carrera que podría haber dado muchos otros frutos de incalculable valor para el jazz. 

Tal como quedaron las cosas, me parece que sus grabaciones, por escasas que sean, bastan para garantizarle un lugar entre los más destacados intérpretes de su instrumento, al costado de nombres como Armstrong, Brown, Davis y Hubbard. Otra faceta menos conocida del trabajo de Little es su experiencia como compositor. Me gustaría aprovechar esta ocasión para compartir con ustedes uno de sus temas, un hermoso vals jazzero como hay pocos, apropiadamente titulado Booker's Waltz

(Paréntesis: aquí tienen otro ejemplo de un memorable tema de jazz escrito en tiempo de vals)

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Bill Dixon (1925-2010)

Pasando a un tipo de música totalmente distinto, el free jazz, me gustaría presentarles la producción de una de las figuras más elusivas del género, el trompetista y compositor Bill Dixon. Fallecido en 2010 en medio del que ha sido, me parece, uno de sus más interesantes periodos creativos, el estilo de Dixon se caracteriza por una aproximación atípica a la improvisación libre, en el extremo opuesto de las exhibiciones de capacidad pulmonar y aguante físico que se volvieron a fines de los sesenta moneda corriente en la escena del free jazz. Dixon opta por una aproximación más serena e impresionista: a contrapelo de los esfuerzos de sus famoso colegas Coltrane, Coleman, y otros, su interés parece ser no tanto el de crear densas texturas polifónicas, sino esencialmente el de pintar paisajes sonoros como sus contrapartes en el mundo de la música clásica moderna.

Escuchemos, de Dixon, el primer track del disco seminal que lanzó su proyecto estético: Intents and Purposes, de 1967.

El álbum, casi imposible de encontrar en tiendas durante décadas y considerado un valioso ítem de colección, fue reeditado en 2011, 4 décadas después de su concepción original. Aunque el panorama del jazz ha cambiado muchísimo desde esa época, queda claro que el sonido de Dixon sigue estando en una categoría aparte. El disco merece por supuesto una segunda vida por su extraña belleza, por la originalidad de su concepción y porque documenta el inicio de la carrera de un trompetista cuyo trabajo representa quizá el salto estilístico más pronunciado en la historia del instrumento desde los experimentos cool de Miles Davis en los cincuenta.

Entre los otros grandes álbumes de Dixon podemos señalar (ya que no es fácil encontrar su música en youtube) títulos como November 1981, Son of Sysiphus (1988), Vade Mecum vol. 1 y 2 (1994), Tapestries for Small Orchestra (2009) y dos notables esfuerzos tempranos en los que Dixon participa como sideman: el clásico Conquistador! de Cecil Taylor (1966) y un excelente disco de 1962 en el que el trompetista graba, en un estilo más post-bop, junto al saxofonista Archie Shepp para el sello Savoy.

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Carla Bley (1938)

Otra interesante figura del mundo del free jazz que merecería ser más recordada es la compositora y pianista Carla Bley, de cuyo trabajo destaca sobretodo la ópera-jazz Escalator over the hill (1968-71), que no dudaría en calificar como uno de los proyectos más ambiciosos y excitantes en la historia de la composición jazz.

Aunque sus detractores podrían fácilmente calificar la obra de arroz con mango (y no les faltaría razón dadas la mezclas estilísticas no siempre felices presentes en este gran mosaico musical), creo que ninguna otra creación de la época traduce tan bien esa sensación de renovación e infinitas potencialidades que se abría a los jóvenes a fines de los años 60.

Escuchemos la obertura de esta ópera:

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David Murray (1955)

David Murray tampoco es un total desconocido, aunque su carrera solista, y en especial su faceta de líder de un extraordinario octeto en los ochenta, casi ha pasado desapercibida frente a sus logros como integrante del famoso World Saxophone Quartet junto a sus virtuosos colegas Oliver Lake, Julius Hemphill y Hamiet Bluiett.

De Murray me gustaría hacerles escuchar un álbum que, a pesar de no haber logrado captar el favor del público, para mí no puede no figurar en una lista de lo mejor que nos ha dado el jazz en la década de los ochenta: Ming (1980).

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John Carter (1929-1991)

Terminaré esta lista de genios caletas del jazz con una mención del trabajo del compositor y clarinetista John Carter, que no ha dejado de fascinarme desde que descubrir su serie de álbumes inspirados en la historia de la música norteamericana, cinco suites tituladas en conjunto Roots and Folklore: Episodes in the development of American folk Music.

El trabajo de Carter profundiza los experimentos de grandes colegas suyos como Ellington y Mingus en la creación de un estilo “sinfónico” de jazz con elementos programáticos y dispositivos composicionales mejor definidos (como se puede notar por ejemplo en el soberbio álbum Castles of Ghana), sin dejar por ello de darle una parte importante a la improvisación, de la que fue una figura notable.

Curiosamente, Carter, que se inició en el jazz tocando el saxofón, fue conocido en esta primera etapa de su carrera como una suerte de émulo de Ornette Coleman hasta que decidió cambiar de instrumento: con el traspaso al clarinete Carter cambió por completo de dirección y fue a partir de ese punto que empezaron a emerger las características que hacen de su estilo algo único.

Escuchemos para cerrar esta nota un extracto de su álbum Fields, de 1988.

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Escrito por

Alonso Almenara

Escribo en La Mula.


Publicado en

Redacción mulera

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