ya acabó su novela

El alcohol y los escritores (V): el incurable Raymond Chandler

De cómo el alcohol fue una rutina inútil, y sin embargo necesaria, para el famoso escritor de novelas policíacas. 

Publicado: 2014-01-25

En El Largo adiós, el personaje Terry Lennox, visitando el bar Victor, nos da una famosa receta de cómo preparar un gimlet: “Aquí no saben prepararlo (...) Lo que llaman gimlet no es más que jugo de lima o de limón con gin, una pizca de azúcar y licor de raíces amargas. El verdadero gimlet está hecho mitad de gin y mitad de jugo de lima de Rose y nada más. Deja chiquito al Martini”.

Será el gimlet la bebida que simbolice la unión solidaria entre Lennox y el detective Philip Marlowe. Así, cuando el primero desaparezca le indicará a Marlowe, en una carta, que se beba uno de estos tragos en su honor, como una forma de recordarlo. En este sentido el alcohol cumple una función de camaradería, afianzador de la amistad, un código especial de intimidad. 

Sin embargo, Chandler también nos ofrece una visión desalentadora del beber, concibiéndolo un acto rutinario, sin sentido, insustancial, por esto el mismo Lennox dirá: “El alcohol es como el amor (...) El primer beso es magia; el segundo, intimidad; el tercero, rutina”.

Esta amarga concepción, conforme avance El largo adiós, cobrará relieve con la personalidad de Marlowe, quien cada vez sentirá más anomia existencial, más desengaño de la vida, en medio de un escenario frívolo de Los Angeles donde el alcohol no es más que vulgares borracheras con whisky o cerveza (como sucede con Roger Wade, el escritor ebrio que aparece en la novela).

A nivel biográfico el alcohol era para Chandler una especie de terapia -al igual que en el caso de Poe- para superar la muerte de su esposa en 1954, pero se convirtió en una excusa para beber imparablemente, así para 1956 comenzaba el día bebiendo vino blanco y finalizaba con dos botellas de escocés. 

Por otra parte, lo considero una condición indispensable para la escritura. De hecho solo pudo salir de su bloqueo de escritor y concluir el guión de la película La dalia azul en 1945 estando alcoholizado (parte de su desayuno eran tres martinis dobles).  De esta manera en 1958 confesó en una carta: “Desde que soy un abstemio, debido a una hepatitis, mi mente parece parece no tener la exuberancia de antes (...) No extraño el alcohol físicamente del todo, pero sí lo extraño mental y espiritualmente”.  

No obstante, como se menciona en El largo adiós, el alcohol terminó siendo una rutina. De aquí que su novela Playback -en buena cuenta la confesión final de Chandler- nos recuerde cómo el alcohol ya no pudo ayudarlo a sobrevivir (entre la soledad, tentativas de suicidio, depresiones), escribiendo así: “El alcohol no fue la cura para esto”. 

Enlaces relacionados:

El alcohol y los escritores (I): Ribeyro, Bukowski, Faulkner

El alcohol y los escritores (II): El ajenjo

El alcohol y los escritores (III): La agonía Edgar Allan Poe

El alcohol y los escritores (IV): La muerte de Dylan Thomas


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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