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Foto: Karen Zárate

La tejedora que mueve hilos ancestrales

Nilda Callañaupa, la chincherina que reivindica los telares tradicionales de los antiguos cusqueños .

Publicado: 2013-03-08

Las calles de Cusco están repletas de gente, turistas nacionales y extranjeros las recorren. Hay fiesta, algarabía, música, estruendo de voces y bocinas. Y aunque la sede principal del Centro de Textiles Tradicionales del Cusco (CTTC) está en plena Avenida El Sol, dentro hay silencio. Es una casa de dos pisos. Una recepcionista dispuesta aparece en escena. En un lapso de pocos minutos contesta tres llamadas –todas para Nilda-. De pronto, ella se asoma en traje sastre por las escaleras para dar una señal aprobatoria a la visita y desde ese momento, sus teléfonos fijos y móviles no dejan de timbrar.

Cuando era muy pequeña, Nilda Callañaupa aprendió de su madre y sus abuelas las milenarias técnicas del hilado y el empleo del telar (las mismas que cinco siglos atrás les permitieron a sus ancestros incas desarrollar un arte textil único por su belleza rústica y la complejidad de sus diseños). Las personas mayores, entre ellos su padre, decían que lo mejor era dedicarse a los estudios. El arte textil era visto como una actividad que no tenía futuro. Pero ella de todos modos era feliz cuando iba cada día a las casas de las tejedoras mayores.

FOTO: ALBERTO ÑIQUEN

“Las mayores, las tejedoras, me recibían, pero no me enseñaban de inmediato. Yo tenía que conversar con ellas, ganármelas, ayudarlas en algo cotidiano y luego ellas empezaban a aconsejarme, me guiaban. Yo siempre estaba atenta y llegaba a casa pensando en lo aprendido y practicaba, tejía, mientras mi papá pensaba que estaba haciendo mis tareas”, recuerda mientras se acomoda en su escritorio con su laptop. Para ella, los textiles narran historias, transmiten sabiduría y definen una manera de ver el mundo. “El tejido forma parte de nuestra historia, de nuestra tradición. Cada tejido es una historia propia”, dice sobre su arte. “Yo soy tejedora. Cuando me dicen que teja, soy feliz”, agrega muy resuelta. Pero ahora Nilda ya no teje mucho. Los teléfonos no dejan de sonar y ella debe coordinar con sus colaboradores y clientes.

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Durante cientos de años, el centro poblado Chinchero (3.600 msnm), a hora y media de la ciudad del Cusco, fue reconocido por sus textiles de alta calidad. Pero Nilda y su generación no aprendían del mismo modo que las generaciones anteriores y eso ponía en riesgo la tradición textil que tantos años había sido cuidada. “De chiquilla veía que todo el mundo quería comprar los tejidos antiguos. En los mercados veías cosas lindísimas. Eran textiles que heredabas de tus ancestros, padres, abuelos. Pero también veía que la mayoría de tejedoras producían solamente telares con motivos 'turísticos', de lana sintética, ya no ese tejido bello de las abuelas”, explica. Ella añoraba esos tejidos tradicionales de antaño y entonces decidió volverlos vigentes. Esa era su meta.

De entre todas sus contemporáneas, Nilda fue la única mujer que terminó el colegio en Chinchero. Pero para ella, su educación no acababa ahí, ella quería más. Entonces, ingresó la Universidad San Antonio Abad, a la carrera de Turismo. También fue la primera mujer chincherina en asistir y graduarse en la universidad. Récord número dos.

foto: alberto ñiquen

Desde que comenzó la universidad su mundo se dividió en tres partes equidistantes que convirtieron sus días en un cúmulo de constante aprendizaje y, a veces, un poco de confusión. Se hizo amiga de antropólogos estadounidenses, ganó una beca, viajó mucho y aprendió más.

“Estaba como en tres mundos. Mi mundo de Chinchero, las tejedoras hablando en quechua, maravilloso. Mi mundo de la universidad que era totalmente diferente. Y mi mundo del extranjero que me ofrecía cosas muy interesantes. Probablemente hubiera tenido mucha mejor educación si podía haber insistido o intentado, podría haber conseguido un trabajo mucho mejor remunerado y todo, pero decidí quedarme aquí, no quería estar lejos de las tejedoras”, me cuenta.

Decidió quedarse por decisión propia y entonces, comenzó a concebir el proyecto de rescatar los tejidos tradicionales andinos que desde que era joven veía desaparecer. A finales de los setenta, con la ayuda de un antropólogo amigo también interesado en la revaloración de este arte, Nilda decidió llevar adelante un proyecto de reivindicación de este elemento fundamental de la cultura quechua y comenzó a conformar los primeros grupos de tejedoras, en una empresa que tomó una forma más acabada algunos años más tarde, a finales de los años noventa. Prendas únicas de calidad y tradición cuyo costo varía entre los 10 y 1,500 dólares.

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En 1999, cuando el proyecto adquirió el nombre oficial de Centro de Textiles Tradicionales del Cusco (CTTC), ella había logrado extender a otros poblados de la región cusqueña la costumbre de reunir dos veces por semana a las artesanas experimentadas junto con las jóvenes. El trabajo del CTTC consiste en grabar las técnicas de tejido que hasta ahora habían existido únicamente en la memoria de las tejedoras, ofrecer talleres para enseñar antiguas técnicas a una nueva generación de tejedoras y ofrecerles la oportunidad de vender sus productos. En este último aspecto radica lo más revolucionario e impactante. La razón principal por la que la tradición de textiles se fue perdiendo es que en la economía moderna el tejido no ofrece una fuente de sustento económico. Nilda lo ha cambiado, y como resultado se aprecia una drástica expansión en la fabricación manual de textiles tradicionales en toda la zona.

Desde el CTTC, Nilda ayuda con la organización y con todo lo concerniente a la comercialización posterior de los productos. Para ello, debió insertarse en la tradición oral y en las producciones textiles de las ancianas tejedoras con el objetivo de rescatar las técnicas, la historia, los diseños y los significados de los tejidos propios de Chinchero y de otros pueblos, para transmitir todo este conocimiento a las nuevas generaciones de tejedoras.

foto: alberto ñiquen

“Cuando empezamos, teníamos que convencer y a veces hasta rogar a cada una de las tejedoras para que aceptaran unirse a los grupos. Ahora vienen muchas mujeres a pedirnos que las aceptemos, pero no tenemos lugar para todas”, cuenta.

Hoy su radio de acción llega a otras comunidades como Pitumarca, Chahuaytire, Sallac, Accopia, Santo Tomás, Accha Alta, Patabamba y Mahuaypampa. Lugares de tradición artesanal en la sierra cusqueña. “A diferencia de los productos industriales, los tejidos artesanales de cada región son únicos –aclara–. De ahí mi interés en que no se pierdan las características propias de las diferentes localidades andinas”, dice. “No existen dos prendas confeccionadas por una misma tejedora que sean iguales”, afirma.

foto: alberto ñiquen

Campo de colores

Chinchero es un lugar apacible. La sede del CTTC ubicada en este centro poblado (Awai Riccharichiq en quechua) parece otro mundo. Un universo colorido en donde los ovillos de hilos de oveja trazan el paisaje. Nilda se pasea como “la jefa”, por el patio central lleno de pasto. Allí trabajan las tejedoras adultas y también las más jóvenes. Se lucen vestidas de manera con chaquetas rojas, faldas negras y sombreros, y trenzas cayendo de sus cabellos. Ahí están con los hilados, el teñido, la urdimbre, la trama, los detalles finales.

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A un costado aparecen los productos acabados: lliqllas, chuspas, chullos, mantas, tapices, chumpis, guantes, gorros, mochilas, entre otros. Cada una de las prendas lleva una etiqueta con el nombre y la foto de la artesana que la elaboró, junto con una reseña de las características del arte textil predominante en su región de origen. “Nuestra meta es lograr tejidos de calidad, usando tintes artesanales y los estilos de nuestros antepasados. Elaboramos prendas únicas para vender a un precio justo”, anota.

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Al cruzar esta zona, Nilda empuja una puerta y una veintena de niñas entre los 10 y 18 años están sentadas en un amplio jardín. Se sienten invadidas por un momento, pero Nilda les habla en quechua y sonríen. Sus sonrisas vuelven y siguen con su labor. Cada una cumple etapas distintas en la elaboración de un tejido. Así le debe haber ocurrido a Nilda. Le dicen “mamá”, con respeto y cariño, y de la misma manera ella se dirige a sus pequeñas. Se sienta y les conversa, les pregunta cómo van, cómo se sienten con lo que hacen. Ella quiere que estos grupos de tejedoras florezcan como modelos para las generaciones venideras, y que aprendan a valorar la tradición.

foto: alberto ñiquen

De pronto, llega un grupo de turistas estadounidenses y Nilda los recibe hablando en inglés. Les enseña los productos que se exhiben en la galería de la casa. Les explica parte de la historia de la textilería cusqueña y de Chinchero. Su audiencia la escucha con interés y se entusiasma cuando ella cambia del inglés al quechua y viceversa. Lo hace con notable facilidad. Mientras tanto las tejedoras trabajan las fibras naturales y tintes procedentes de plantas que crecen de manera silvestre en el campo. Como todo tejido, el de Chinchero tiene sus propias características. Entre sus motivos figuran lo humano y lo divino, así como simbolizaciones de la naturaleza y hasta elementos que identifican a cada tejedora.

Sus celulares no han dejado de timbrar, pero ella no contesta y se mantiene concentrada en lo que hace. Confiesa que está por publicar un nuevo libro sobre arte textil y que siempre estudia sobre estas materias. Además, remarca que su sueño es tener un gran museo de tejidos y que le gustaría exportar el modelo del Centro de Textiles Tradicionales del Cusco a otras comunidades donde el tejido corre el riesgo de desaparecer.


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Escrito por

ALBERTO ÑIQUEN G.

Editor en La Mula. Antropólogo, periodista, melómano, viajero, culturoso, lector, curioso ... @tinkueditores


Publicado en

Redacción mulera

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