Alejandro G. Iñárritu parece haber abandonado por completo el estilo narrativo que lo llevó a la fama en Hollywood, pero su tema favorito sigue siendo el mismo: ¿qué cosas desconocidas pueden salir de un hombre cuando se enfrenta a situaciones extremas gracias a la mala suerte y la malicia? En The Revenant, el director mexicano lleva este eje temático a nuevos límites, mimetizando la lucha por la supervivencia física con la supervivencia del espíritu en una narración lineal que subraya la relación entre la belleza y la violencia, entre la fragilidad y el arraigo de la vida en el cuerpo. 

El personaje en el que se intersectan todos estos conflictos es Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un americano angloparlante que ha convivido por años con la tribu indígena de los pawnees, formando una familia, aunque un incidente violento lo ha llevado a la vida nomádica de los cazadores de pieles de alce y tejón. En la expedición en que lo encontramos, liderada por el capitán Henry (Domhnall Gleeson) Glass es el único que conoce el territorio y sirve como guía para conseguir llevar las pieles recolectadas por un camino lleno de peligros de tres frentes: en primer lugar, el clima y la geografía del extremo norte de América; en segundo, varios grupos de pueblos originarios cuyas tierras están siendo usurpadas y saqueadas por los colonos; en tercero, las enemistades entre los mismos descendientes de europeos, tanto entre anglo y francoparlantes como entre los ingleses.

En medio de un retorno ya accidentado hacia el fuerte de los ingleses, habiendo perdido buena parte de la carga y ganado la enemistad de algunos miembros de la expedición, Glass tiene la pésima suerte de ser atacado por una osa grizzly gigantesca. En una escena inverosímil, protagonizada por un mamífero creado con animación por computadora y un DiCaprio siendo arrojado de un lado a otro mientras da de alaridos, The Revenant da su cohetazo inaugural y presenta la primera de muchísimas tomas que hacen más que justificar la nominación del actor para el premio Oscar. Bajo las situaciones extremas del rodaje ideado por Iñárritu y el lente del extraordinario Emmanuel Lubezki, el eterno aspirante al premio mayor de Hollywood entrega una actuación que amerita la espera: durante dos horas, DiCaprio se revuelve ante la cámara como lo hizo Jack Nicholson en el papel que le mereció su primer Oscar (en One Flew Over the Cuckoo's Nest) mientras Glass trata de sacar del fondo de su ser alguna razón para justificar el irresistible impulso de seguir viviendo.

Quizá lo más extraordinario de esta nueva entrega del existencialista Iñárritu sea la transformación por la que pasa la razón de Glass para sobrevivir y cómo esa transformación crea los vínculos para una narración simple, pero tan contundente que obliga al espectador a seguir mirando a pesar de lo incómodas y hasta dolorosas imágenes con que tiene que enfrentarse en la pantalla. Mientras el cuerpo de Glass/DiCaprio parece vertirse sobre el barro y la nieve entre la saliva, el sudor y el vómito, su mente divaga en un mundo onírico que en última instancia permite que el motor de su búsqueda -la venganza por el asesinato de su hijo- se difumine para ser solo eso: un móvil, un sentido para aferrarse a la vida a pesar de haberlo perdido todo, porque -y este parece ser el punto de Iñárritu en toda esta aventura- aferrarse a la vida no es opcional.

No tan espectacularmente logrado, aunque igual de interesante, es el contraste entre el personaje de DiCaprio y el de Tom Hardy, que parece ser el único que toma decisiones reales en una historia llena de giros de la buena y mala fortuna. Con una filosofía de vida basada en la pura supervivencia, el Fitzgerald de Hardy es un hombre cínico que compara a Dios con una ardilla que se puede convertir en la primera comida de un hombre en días. Los paralelos entre Fitzgerald y Glass se esconden bajo un revestimiento moral que en última instancia es lo único que convierte a Glass en el héroe y a ‘Fitz’ en el villano, cuando el único verdadero villano es el entorno extremo, la tierra de nadie en que tienen que sobrevivir, y el verdadero heroísmo es la sola posibilidad de la vida humana bajo estas condiciones.

Esta relación entre el hombre y la naturaleza es fuertemente subrayada por el trabajo de cámara de Emmanuel Lubezki, que este año podría llevarse su tercer Oscar seguido. La íntima confianza de Iñárritu en las ideas descabelladas de Lubezki como, en este caso, filmar toda la película con la ‘luz mágica’ natural que solo podía conseguirse una hora cada día, sumada al estudio conceptual que el director de fotografía parece dedicar a cada uno de los proyectos en que participa achican al público, lo aterrorizan y convencen de una cualidad espiritual que puede o no estar en The Revenant.

Sin duda merecedora de sus 12 nominaciones en los premios Oscar, especialmente para la actuación de DiCaprio y la fotografía de Lubezki, The Revenant demuestra una vez más que lo mejor de Hollywood viene de fuera de Hollywood y que Iñárritu está en camino de convertirse en uno de los mejores cineastas de la historia.


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