La sala estaba llena antes de que la luz se apagara en el Festival de Cine de Lima. Afuera, Lima seguía su curso ruidoso; adentro, el silencio fue interrumpido por los sikuris. Sus zampoñas y tambores no fueron un preámbulo musical, sino un llamado: recordar a quienes ya no están y escuchar a quienes aún claman justicia. 

Sold out dos noches seguidas, como si la memoria, tantas veces negada, encontrara un resquicio en la pantalla.

Uyariy —que en quechua significa escuchar—, la más reciente película de Javier Corcuera, no se limita a registrar. Abre un espacio de duelo, de dignidad y de esperanza en medio de la herida. En la pantalla desfilan los rostros y voces de familiares de las víctimas de la masacre del 9 de enero de 2023 en Juliaca, donde la represión estatal arrebató decenas de vidas. 

La película también enlaza esas muertes recientes con una historia larga de resistencia en Juliaca y el sur andino. Así, aparecen los ecos de la masacre de 1965, cuando pobladores que exigían agua potable fueron reprimidos, y de la rebelión de Huancho Lima en 1923, cuando los pueblos aimaras se levantaron por el derecho a la educación. Cada memoria se entrelaza con la de 2023, como hilos de una misma trama de lucha y dignidad.

foto: audrey cordova

Entre la indignación y la esperanza: lo que dejó Uyariy

El impacto fue inmediato. la exprimera ministra Mirtha Vásquez confesó, conmovida: “Uno termina de ver el documental cargado de emociones. Hay rabia y frustración porque la justicia aún no llega, pero también una fuerza que nos tiene que movilizar. La memoria es parte de la justicia, y este documental contribuye a mantenerla viva.”

Por su parte, la excongresista Indira Huilca resaltó que Uyariy no solo recoge el dolor de las familias, sino el de todo un país fracturado: “Veo la solidaridad, pero también esa gran división que existe entre Lima y el resto del Perú. Nos vamos con la lección de que hay mucho por lo que seguir luchando.”

El propio Corcuera agradeció la independencia con la que pudo gestarse la película y resumió el aprendizaje del proceso: “Ha sido un camino de dignidad, empatía y apoyo mutuo. Frente al dolor profundo, la vida triunfa y la esperanza —que es un deber— sigue presente.”

"Gracias a las productoras que hicieron posible que esto exista. Es una producción absolutamente independiente. Hemos tenido la solidaridad y el apoyo de La Mula, de Rolando Toledo, de Otra Mirada, de Salomón Lerner, de Quechua Films del instituto de cine de Madrid, entre otros", añadió el director de la película. 

FOTO: AUDREY CORDOVA

En la penumbra, los rostros de las víctimas se levantan desde el cine y reclaman algo más que justicia: reclaman memoria. Porque lo que mata no es solo la bala, sino también el olvido.

Corcuera no habló de estadísticas, habló de personas. A su lado, los familiares repitieron lo mismo que llevan meses gritando en plazas y calles: que sus hijos no eran terroristas, que no eran enemigos, que eran ciudadanos. Sus palabras no hicieron ruido: hicieron eco.

La música no es figura secundaria en esta historia, sino que se convierte en un canal que atraviesa las imágenes para contarnos el sentir del pueblo de Juliaca. Edith Ramos, directora musical de la película, le dio latido andino: “Puno es un lugar donde muchas cosas se dicen con música. Es parte de nuestra esencia”.

FOTO: AUDREY CORDOVA

Estrenada primero en Juliaca, ante el mismo pueblo que lloró a sus muertos, y luego en Lima, Uyariy no es solo cine: es un acto de memoria, una vigilia colectiva que se resiste al olvido.

Cuando la proyección llegó a su fin, la sala entera se levantó en aplausos que acompañaron cada crédito hasta el último segundo. Y entonces las voces del público rompieron el silencio con un grito que resonó en las butacas: “¡La sangre derramada jamás será olvidada!”, “¡Siempre de pie y nunca de rodillas!”. En ese eco quedó claro que la película había cumplido su destino: transformar el dolor en memoria viva.