Esta semana falleció Baldomero Cáceres Santa María, psicólogo, investigador y figura clave en el estudio de la hoja de coca, la marihuana y otras plantas psicoactivas o, como él las llamaba, "plantas maestras". Tenía 93 años y llegó a ser homenajeado en vida.
En agosto de 2022, LaMula.pe fue testigo del homenaje que la Comisión Nacional para el Desarrollo de una Vida sin Drogas (Devida) le rindió a Cáceres, bajo la dirección de Ricardo Soberón. A sus 90 años, Cáceres ofreció allí una lección de lucidez y compromiso. En su discurso, instó a los países andinos a replantear sus políticas sobre drogas ante las Naciones Unidas y reivindicó el rol de las llamadas “plantas maestras” en la salud, el trabajo y la cultura. Citando a la vicepresidenta colombiana Francia Márquez, afirmó:
“Industrializar la marihuana y la coca sería darle paz y trabajo al campesinado”.
Cáceres comparó los avances de Colombia con el estancamiento peruano. Denunció la hipocresía social y mediática del país frente al uso de estas plantas:
“Estos temas no se tocan en público, no se hacen reportajes televisivos porque no deben estar dentro de la agenda”.
Durante la ceremonia, Soberón reconoció públicamente las distancias históricas entre Devida y el pensamiento progresista de Cáceres, y propuso avanzar hacia una reforma del mercado legal de la coca. “Devida y tú no han sido amigos entrañables”, dijo. “Pero estoy intentando resarcir esa diferencia”. Y cerró con una promesa: “Verás cambios pronto, Baldomero. Ese sería el mejor homenaje”.
El tributo de un discípulo
Tres años después, tras la muerte de Cáceres, Soberón, ya fuera de Devida, volvió a recordarlo con un mensaje en sus redes sociales. Narró su primer encuentro con “Baldo” en 1989, en un evento de la Comisión Andina de Juristas sobre Políticas de Drogas, y su posterior cercanía en los foros sobre la hoja de coca en Cusco, Trujillo y La Paz.
“Todo lo que sé de este tema se lo debo a sus escritos, sus conferencias, las conversaciones”, escribió.
Recordó también una carrera improvisada en los pasillos de un hotel cusqueño, donde descubrió —de la mano de Cáceres— los efectos positivos del coqueo andino. Destacó su consecuencia intelectual, su carácter atlético y su capacidad de polemizar sin ceder.
“Nunca hubo un defensor más fiero de la coca como puente entre la cultura andina y criolla”, sostuvo.
“Te prometo, Baldo, que no cejaremos en la defensa de la planta de la coca. Un abrazo y buen viaje, ya nos veremos, querido amigo y maestro”.
Un pensador herético que nunca cedió al consenso
Como escribió el periodista Czar Gutiérrez tras su muerte, Baldomero Cáceres fue “un sabio herético, un psicólogo disidente del conocimiento domesticado”. Su pensamiento nació fuera de las comodidades académicas. Se formó en la altura, chacchando coca; en foros internacionales, desafiando la hegemonía penal global; y en su casa de Miraflores, donde formó a generaciones desde la libertad.
Fue coautor del libro Hablan los diablos (2008), junto a Soberón, Roger Rumrrill y Hugo Cabieses, una obra pionera en plantear una salida justa a la criminalización de la hoja de coca. El libro anticipó, con evidencia y propuestas, lo que hoy exigen gobiernos como los de Colombia y Bolivia: una revisión del fallo de 1950 que condenó sin justificación a esta planta milenaria.
Una visión epistémica de las plantas
Para Cáceres, la coca no era una simple mercancía, sino una forma de saber. Su enfoque articulaba psicología social, epistemología andina y crítica cultural. Cuestionó la psiquiatría tradicional, defendió el reconocimiento de la inteligencia indígena y abogó por una mirada despatologizante del uso de plantas psicoactivas.
“Después de chacchar coca con Jan Szeminski, Baldomero estudió la planta desde adentro, como un iniciado sin dogma”, escribió Gutiérrez.
Cáceres desmontó el racismo bioquímico y la colonialidad médica que han marginado al coqueo andino y al uso tradicional del cannabis. Fue uno de los primeros en advertir que no se puede transformar la política de drogas sin cuestionar el marco conceptual que la sustenta.
Decía que, para entender un problema complejo, hay que salir de los marcos de referencia tradicionales. Por eso, en sus intervenciones mezclaba crítica estructural, evidencia científica y experiencia vital.
Hoy, sus palabras cobran relevancia: mientras los cultivos de coca aumentan en la Amazonía y el Perú ya cuenta con tres leyes promulgadas sobre cannabis, estos temas siguen fuera de la agenda mediática masiva. El Ejecutivo mira hacia otro lado ante la ausencia de regulación para el uso adulto —e incluso medicinal— del cannabis: no existen licencias de cultivo con producción efectiva, y quienes cultivan o consumen siguen siendo criminalizados. Predomina, como advertía Cáceres, la colonialidad médica: una receta puede convertirse en la diferencia entre la libertad o la cárcel, y solo se considera legítimo el uso por enfermos con diagnósticos graves. Con la coca ocurre algo similar: mientras Bolivia exige a la OMS la reclasificación internacional de la planta, el Estado peruano persiste en negar su uso tradicional, negando también su propia historia. La voz de Baldomero Cáceres, libre de tutelajes y arraigada en la tierra, sigue invitándonos a repensar el país desde sus raíces más profundas.

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