Escribe: Fernando Villarán, profesor de Ingeniería y Economía en la UARM y la UNI


Donald Trump está mostrando el verdadero rostro que ha tenido su país en las últimas décadas, el de un violento imperio, hoy en inevitable descomposición.

Donald Trump y sus votantes le han hecho un gran favor a la humanidad entera, han quitado las caretas y los velos que cubrian a su país. Ahora, todos pueden ver con claridad lo que Estados Unidos ha sido desde la segunda guerra mundial: un imperio. Calza perfectamente con la definición oficial: un país que somete por la fuerza a otros países para aumentar su poder, mantenerlos bajo su control y extraer sus riquezas. Así como se está recuperando el concepto de imperio, también hay que que empezar a llamar por su nombre a los países sometidos: neocolonias.

A los pocos días de asumir la presidencia, Trump dijo que quería adquirir Groenlandia, anexar a Canadá como un Estado más, recuperar el canal de Panamá, invadir México (supuestamente para combatir a los narcos) y apropiarse de las riquezas minerales de Ucrania. Durante los primeros seis meses de su mandato ha apoyado económica y militarmente la colonización de Palestina por parte de su socio Israel, acelerando el exterminio y expulsión de sus legítimos propietarios. En los últimos días ha atacado y bombardeado a Irán sin provocación alguna, un país soberano e independiente, bajo la excusa que estaba construyendo una bomba nuclear, cuando estaba en pleno proceso de negociaciones sobre ese tema.

Pero, para desgracia de Donald Trump, Estados Unidos está siguiendo la misma trayectoria que todos los imperios anteriores. Así como el imperio romano, el español, el portugués, el ottomano, el francés, el inglés (el más grande de todos), así también, Estados Unidos, ha empezado su inevitable declive.

La trayectoria económica del imperio no admite dudas. En 1960 la economía norteamericana representaba el 40% del PBI mundial, hoy es el 15% (en dólares PPP). En 1990 representaba el 35% del comercio mundial, hoy es el 14%. En 1970 aportaba el 33% de la producción industrial mundial, hoy es apenas un 13%. En 1950, justo después de la segunda guerra mundial, producía el 75% de los automóviles del mundo, hoy sólo produce el 11%; mientras que su rival, China, produce el 33%, y en vehículos eléctricos produce el 70% (contra 10% de Estados Unidos). Hoy China produce el 30% de los robots en el mundo, seguido de Japón con 28%, Europa con 17% y Estados Unidos con sólo 10%. Trump cree que puede revertir estas tendencias; está totalmente equivocado. Las proyecciones del FMI señalan que su país va a crecer en los siguientes años al 2% anual y Europa al 1%, mientras que China lo va a hacer al 5%, India al 6% e Indonsia y otros de la región al 5%. No hay forma de que esto cambie en el futuro próximo.

Políticamente, Estados Unidos también se está quedando solo. Lo apoyan en sus recurrentes guerras, abandonando toda independencia, sólo los países europeos. Hoy día esos países, organizados en el conocido G7, representan el 10% de la población mundial y aportan el 28% del PBI global. Por su parte, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y sus nuevos miembros, que acaban de tener una exitosa reunión en Rio de Janeiro, representan el 50% de la población mundial y aportan el 41% del PBI gobal.

Lo único que mantiene la hegemonía del imperio es su poder militar. En el año 2024 Estados Unidos gastó 970 billones (miles de millones) de dólares en Defensa, contra 235 billones de China, y 146 de Rusia. Su presupuesto representa el 40% del gasto total mundial en defensa. Tiene 800 bases militares en todo el mundo, instaladas en 80 diferentes países, incluyendo América Latina. También tiene un número indeterminado de bases de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 130 países, la mayoría de ellas clandestinas. China tiene una base militar en África y Rusia 21 en países vecinos.

Todo ese poderío militar de Estados Unidos lo ha utilizado para promover, participar y protagonizar muchas guerras. Comenzó con la guerra de Corea (4 años), siguió con la guerra de Vietnam (20 años), luego la de Afganistán (20 años), continuó con la guerra de Irak (8 años), y las guerras más cortas y recientes en Libia, Siria, Somalia, Sudán y Líbano, por encargo de Israel. También ha dirigido y financiado golpes de Estado, la mayoría militares y sangrientos, como el de Irán (1954-contra Mosaddegh), Guatemala (1954-Arbenz), Brasil (1964-Goulart), Bolivia (1971-Torres), Chile (1973-Allende), Argentina (1976-María Estela de Perón), y diversos golpes parlamentarios (blandos) como el de Paraguay (2012-contra Lugo) y Brasil (2016-Rouseff); sólo para citar los casos más notorios. Durante algunos años, la guerra fría contra el comunismo le sirvió de excusa para sus guerras y golpes, pero luego de 1991, con la caída de la Unión Soviética, ya no tuvo ese pretexto y la expansión imperial se presentó en toda su desnudez.

Como lo prueba la historia, el poder militar no es suficiente para sostener al imperio. Estados Unidos empató la guerra de Corea, perdió las guerras de Vietnam y Afganistán, destruyó a todos los países del medio oriente dejando Estados fallidos, inservibles para sus pueblos. Y en los conflictos más recientes, está perdiendo la guerra de OTAN-Ucrania con Rusia, e Irán le ha dado una buena paliza a su socio Israel que tuvo todo el apoyo norteamericano.

Las señales están claras, el imperio norteamericano está en sus últimos años, pero como toda fiera herida todavía puede hacer mucho daño. El escenario optimista es que Trump siga metiendo la pata, tanto en sus políticas internas como externas, y venga una nueva generación de líderes en Estados Unidos que busquen la paz y se adecuen a la realidad multipolar del mundo. El escenario pesimista es que las actuales guerras escalen, se abran nuevas guerras, y el imperio arrinconado prefiera destruir el planeta antes que aceptar una nueva derrota.

-