Por: Lourdes Willka*


Entre 1933 y 1941 Willy Cohn, historiador alemán de origen judío y héroe de guerra, reportó en sus diarios el sucesivo proceso de deshumanización y eliminación social que sufrieron los judíos alemanes por parte del régimen nazi, en los años precedentes a la Solución Final. En ese sentido, el testimonio de Cohn es una herramienta historiográfica valiosa para reconocer las señales de alerta (red flags) de regímenes totalitarios con una vocación necropolítica incremental -comprometidos con imposibilitar la vida de una minoría poblacional y que ulteriormente, evolucionan a querer finiquitarla.

Como estudiante de doctorado y migrante en Estados Unidos, no puedo evitar preguntarme si vivimos tiempos similares al de Cohn -aquellos que preceden mayores y más sistemáticos horrores. En un contexto de reactivación global de los populismos de derecha , el segundo gobierno de Trump ha emprendido una cruzada contra la inmigración, especialmente la proveniente del ‘tercer mundo’, a la que acusa de envilecer el espíritu americano. Entre las medidas antimigratorias más impactantes está la ampliación de la categoría de ‘deportable’ a estudiantes internacionales; un balde de agua fría para quienes hasta hace poco nos considerábamos parte de una migración de ‘élite’ en el Norte global.

Hay dos procesos centrales que explican, para mí, el ataque del régimen contra estudiantes internacionales. Primero, la conversión de Estados Unidos en un Estado-mafia que despliega un poder arbitrario y usa la amenaza para disciplinar a la población y las instituciones. En este marco, la condición de migrante se reformula como ‘un privilegio’ otorgado por el gobierno y no como un estatus que genere derechos o se regule por la ley. Así, mantener este privilegio requiere nuestro sometimiento a las reglas y demandas que arbitrariamente establece de la administración -por ejemplo, no participar en ningún activismo que el régimen considere ‘antiamericano’ o ‘antisemita’, o mantener un ‘récord disciplinario limpio’.

Segundo, los estudiantes internacionales estamos en el centro del fuego cruzado entre el gobierno y la educación superior. Las universidades son vistas por este régimen como instituciones que sirven a élites progresistas y propagan ideología woke usando dinero público. La estrategia contra ellas es clara: cerrarles el caño financiero para imponerles ajustes ideológicos y de gobernanza . En esta línea, restringir la matrícula o revocar sistemáticamente las visas de estudiantes internacionales, quienes sostenemos una parte importante de las finanzas de las universidades americanas , es una punta de lanza fundamental. Para legitimar esta medida evidentemente abusiva, el gobierno ha apelado representarnos como sujetos hostiles a la nación -acusándonos de ‘antisemitas’ y ‘agitadores , y recientemente, denunciando los supuestos vínculos que algunos estudiantes tendrían con gobiernos enemigos como los de China e Irán . En una movida típicamente maccartista, el régimen ha posicionado el disciplinamiento de las universidades y de sus estudiantes internacionales también como materia de seguridad nacional.

Esta construcción de los estudiantes internacionales como sujetos antagónicos que han sido erróneamente privilegiados con políticas de inmigración ‘dóciles’, contrasta radicalmente con mi experiencia —y me atrevo a decir, la experiencia generalizada— de estudiantes de posgrado extranjeros en Estados Unidos. Ser doctorante en este país, especialmente para quienes somos del Sur Global, implica vivir años en una situación económica vulnerable con un estipendio limitado, que en algunos casos roza la línea de pobreza estadounidense. En mi caso, significó ganar un poco más que mi sueldo como profesional en Perú, pero enfrentando precios de alquiler, comida y ropa tres o cuatro veces mayores. Vivir de mes a mes, en condiciones más precarias que las de nuestro país de origen, se compensa con el placer de poder desarrollar y llevar a otro nivel nuestra pasión por hacer investigación. De esto dan testimonio las noches que pasé el semestre anterior con mi colega china, trabajando 12 o 14 horas diarias motivadas únicamente por el deseo de superación. A esto se suma un propósito ulterior: la apuesta de que este sacrificio nos permitirá, a largo plazo, alcanzar una significativa movilidad social y económica, lo que para muchos incluye emigrar definitivamente de países donde experimentan represión política o discriminación étnica o de género. Apostando todo al doctorado, varios colegas vienen incluso con sus parejas —a quienes no se les permite trabajar— o hijos, confiando en que la vulnerabilidad y precariedad son experiencias temporales y controladas.

En tan solo 4 meses, los consecutivos e incrementales ataques del Estado-mafia nuestra contra, ha disparado dramáticamente nuestra sensación de incertidumbre y precariedad. El secuestro de Rumeysa Otzurk, estudiante doctoral de la Universidad de Tufts, fue una de las primeras noticias que alarmó de manera generalizada a mis colegas; muchos borraron redes sociales temiendo que expresar posiciones políticas fuera motivo de detención. Inmediatamente, llegaron noticias de la revocación del estatus migratorio a estudiantes con antecedentes menores, incrementando la ansiedad y confusión ¿me detendrán o deportarán por la multa de tráfico de hace dos años? Finalmente, la noticia de la presencia de agentes de ICE en el campus nos hizo saber que el enemigo estaba respirando en nuestros cuellos. En ese momento el pánico y la paranoia llegaron a sus picos; estudiantes de bachillerato se encerraron en sus habitaciones dejando de ir a clase y sólo pidiendo alimentación por delivery para evitar exponerse a una detención; y colegas del doctorado se preguntaban aterrorizados si perderían la custodia de sus hijos en caso de ser detenidos. Bajo la amenaza de ser deportados y hasta detenidos, nuestros proyectos de movilidad social e incluso nuestra libertad individual están ahora sometidas al dedo pulgar del emperador.

Reconocerse deportable y detenible tuvo un impacto emocional descomunal en mí; por varios días no pude dormir de miedo y ansiedad. Y es que la arbitrariedad y celeridad con la que actúa del Estado-mafia dirigido por Trump hacen tremendamente difícil la resistencia: uno siempre se siente por detrás del poder, intentando primero descifrar cuál es el patrón de la nueva medida para luego, de alguna manera, intentar evadir ser categorizado como ‘deportable’. Apenas uno se percibe más o menos a salvo, las noticias de una nueva embestida suenan otra vez. A pesar del poco margen de maniobra, la solidaridad al interior del estudiantado, entre estudiantes y profesores, y de manera transversal entre ciudadanos americanos y migrantes han sido loables y trascendentales para construir una infraestructura de resistencia. Desde crear chats grupales para reportase a salvo, organizar documentos compartiendo recursos legales, hasta organizarse para presionar a las autoridades de la universidad a proteger la información personal de los estudiantes internacionales. Así, saltando entre ansiedad, paranoia y solidaridad hemos sobrevivido el primer semestre bajo la presidencia de Trump.

Escribo esto a días de que el régimen intentara quitar a Harvard su licencia para matricular a sus casi 7,000 estudiantes internacionales, lo que debía ‘servir de advertencia para otras universidades del país’ . Es evidente que para este Estado-mafia, doblegar a las universidades es una prioridad y que las Ivy League son sólo el test inicial de un modelo de asalto que se desea industrializar a todas las instituciones educativas en Estados Unidos ¿Cómo afrontar el sombrío futuro próximo? En mi opinión, densificar nuestras redes de solidaridad dentro y fuera del campus será fundamental, no sólo frente a los ataques directos del régimen sobre nuestro estatus migratorio sino frente a la administración de las universidades que en muchos casos cederán y servirán a sus estudiantes internacionales sobre la mesa para evitar el default financiero. Igual de imperativo, no obstante, será seguir desarrollando nuestra lectura del régimen y ser lo suficientemente reflexivos para determinar el momento en que la resistencia directa debe ser reemplazada con la huida.

Aceptar la huida como posibilidad es doloroso cuando hay tantas aspiraciones y sacrificio de por medio, y no todos los estudiantes internacionales pueden volver a casa o moverse fácilmente a otros países. No obstante, para quienes sí tenemos esas facilidades, tener un plan de salida concreto en caso llegue el momento, es absolutamente vital para conservar un mínimo control sobre cómo y dónde reconstruir nuestros proyectos de vida. Así también lo consideró Willy Cohn, cuando en 1938 viajó a Palestina para conocer los kibbutz en los que los que varios judíos europeos habían decido refugiarse del nazismo. Desafortunadamente, por diversas razones incluyendo la percepción de que su condición de veterano le proveería de cierta protección, Cohn y su familia retornaron a Alemania, de la que ya no pudieron escapar. Permanecer vigilantes, aprender a leer las 'señales de los tiempos', y no confiar en sentidos comunes previos (pensamientos del tipo ‘es imposible que esto pase/me pase a mí’), es la lección más grande que dejan quienes vivieron totalitarismos en proceso de radicalización. Como estudiantes y migrantes es doloroso pero necesario afrontar con perspectiva histórica este autoritarismo salvaje que ahora se consolida en el país que alguna vez pretendió ser el vector de la libertad en el mundo.


*Pseudónimo