Escribe: Hans Enrique Cuadros Sánchez: Profesor universitario. Especialista en Historia del Derecho, Antropología Jurídica y Derechos Culturales.


La asunción constitucional de Dina Boluarte a la Presidencia de la República trajo muchas desgracias a nuestro país. Una de ellas fue el asesinato de, por lo menos 50 personas en las protestas contra su permanencia indefinida en dicho cargo, a pesar de que en campaña electoral había re-jurado que si vacaban a Pedro Castillo ella también se iría. Felizmente, no todo son desgracias, pues en este contexto se elabora musicalmente un disco que grafica muy bien la situación social, no sólo de los aciagos días de diciembre de 2022 y de enero de 2023, sino también de lo acontecido en Ayacucho durante la época del Conflicto Armado Interno o del terrorismo (1980-2000). Cinco jóvenes huamanguinos despliegan su talento para darle música a un proceso que, aun cuando ellos no necesariamente habían nacido, muy probablemente sus familiares, como gran parte del país, sí lo hubieran vivido.

Estos jóvenes son André Zevallos, los hermanos Álvaro y Gonzalo Ochoa, Diego Mujica, y Leonardo Medina que construyen un conjunto de 12 temas en un disco cuyas letras, ritmos y sonidos logran seducir a sus oyentes que destacan por tratar tópicos muy difíciles de hablar públicamente en la sociedad peruana: la violencia política, la discriminación estructural, el centralismo y la política institucional disociada de la realidad. Es muy probable que la masacre que ejecutó el Ejército Peruano el 15 de diciembre de 2022, bajo la responsabilidad política del entonces Ministro de Defensa, Alberto Otárola, en los alrededores del aeropuerto de Huamanga, revivieran los demonios de lo ocurrido en los peores años del Conflicto en Ayacucho y, así, el dolor de un pueblo haya inspirado el concepto de André Zevallos, que junto con sus compañeros muy bien plasmaron en esta obra.

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“La Cosecha de las Malas Siembras” es un título enigmático para un disco que es provocador y que interpela al oyente en su búsqueda de una identidad peruana en un país donde las diferencias culturales y étnicas aun quieren pasar inadvertidas desde el discurso hegemónico de la peruanidad. Estos jóvenes, desde Huamanga, se introducen en la psicología social con la primera canción de este disco: “Retamas o Cantutas”. El título de la primera canción nos recuerda la emotiva canción “Flor de Retama” y la masacre que ejecutó el grupo paramilitar “Colina” en la Universidad “La Cantuta”, ambos sucesos con un elemento el común: el perpetrador fue el Estado y las víctimas estudiantes y profesores universitarios. Sin letra alguna, esta canción presenta una introducción al viaje melódico que, más de 20 años después de la violencia política, no sólo Huamanga, sino gran parte del Perú revivió ese 15 de diciembre de 2022.

La segunda canción “Dogma” nos muestra que la explosión de creatividad musical también vendrá acompañada de unas poéticas letras cuyos enigmas recuerdan mucho al estilo de composición musical de Gustavo Cerati, pero con una oscuridad producto no de los estilos new wave de los 80 sino de una nueva generación de músicos y poetas post-conflicto. Esta canción en sí misma es compleja de interpretar, pero ciertas palabras nos dan luces para hacerlo. “Haz tomado su nombre, haz herido a tu virgen, con un puño en el pecho, olvidas lo que hiciste”, son cuatro frases de este tema cuyo contenido pretende, al parecer, indagar en las mentes de quienes estuvieron involucrados en la violencia política: esencialmente en la mente de los perpetradores.

“Una bala en tus dedos, prometes un infierno, desdibujas un cielo, más de un acto brindado, al Luzbel imputado” la canción continúa y los sonidos suenan aún más retadores. ¿A quiénes quiere interpelar estas letras? Sumergirte en esta canción parece mostrar un camino hacia la tragedia, hacía un iluso heroísmo de dolor y traición a los valores cristianos de una sociedad fervientemente católica y orgullosamente andina en una República cuya promesa de ciudadanía y justicia parece no cumplirse. ¿Cuál es el nuevo dogma que arropa (o pretendió hacerlo) al ser andino después de un proceso de intensa evangelización de casi cinco siglos y una promesa de nación de casi dos? La voz de André pretende comprender (¿o expresar?) el dolor en esa búsqueda al final de la canción.

“Sombras”, la tercera canción, personalmente es mi favorita de este disco, pero no es aún a donde el clímax de éste llegará. Una desafiante percusión acompaña al vocalista, mientras la guitarra eléctrica despliega unos reefs que el bajo melódicamente encausa a unas letras que hablan explícitamente de la discriminación en la sociedad peruana. Esta canción cuestiona directamente desde su inicio el típico discurso ciudadano de la sociedad nacional: que todos somos iguales ante los ojos de Dios (el católico) y ante los de la ley (peruana) que nos vende como un país mestizo e integrado, una superficial interpretación del “país de todas las sangres” de Arguedas. La canción parte de un elemento esencial de la formación de la identidad: el lugar de nacimiento, que en el Perú suele ser decisivo para tu grado de acceso a los derechos civiles. Asimismo, también desbarata el cínico argumento de que “el pobre es pobre porque quiere”, ya que no todos nacemos en las mismas condiciones, ni tenemos los mismos privilegios. Es más, en realidad el acceso a derechos depende esencialmente de los recursos económicos para poder disfrutar de ellos. El inicio de esta canción lo señala precisamente. La primera estrofa concluye con una referencia muy fina a la frase atribuida a María Antonieta de Austria, esposa del Rey Luis XVI, ejecutados ambos en los inicios de la Revolución Francesa. Y es que aquello es cierto en este país: no todos comemos pastel, al menos no todos podemos.

El coro de “Sombras” es realmente fenomenal, pues se hace de los rótulos que la sociedad peruana y sus medios de comunicación masivos usan para etiquetar a quienes no son el modelo ciudadano del Estado-Nación sobre el cual se funda la República en el siglo XIX: letrado, propietario y “de buenas costumbres”. Estas palabras son “salvajes”, “indiferentes”, “delincuentes”, “ignorantes”, “no entienden”. Pareciera que The Waris se hubiera sumergido en los primeros 100 años de la república para describir muy bien los despectivos calificativos con que las élites criollas revestían a quienes consideraban los indios, es decir la gran mayoría de la población peruana esencialmente rural, y que en muchos casos estaba sometida al sistema de explotación de las haciendas conducidas por familias de terratenientes que eran justamente las que hacían las leyes en el Perú decimonónico.

El destacado sonido rock que encamina la canción parece representar el grito reflexivo de los descendientes de aquellos que ya no están sometidos al sistema de dominación de haciendas, pero que ahora lo están a la vorágine de la producción de la riqueza como fuerza de trabajo, pero no como élite directiva sino como empleados asalariados; o sea, nuevamente, la gran mayoría de peruanos. Aun cuando la canción no toque explícitamente la migración rural al espacio urbano, “estar entre las sombras” nos hace referencia a esa sensación periférica de quienes no estamos en el centro de visibilidad que puede darse en los medios de comunicación, la publicidad y el espacio institucional peruano. Casi casi como si “estar entre las sombras” fuera ser marginal, situación que obviamente no es así, pero que ante la voz de protesta o descontento viene el rótulo de quien concentra el poder hegemónico para descalificar el reclamo por una mejora en las condiciones de vida o simplemente por tener los mismos derechos que tienen las élites o “quienes estarían en la luz”.

¿Cuál es la cruel comedia que interpretamos los peruanos? ¿La del mensaje de superación económica para una mejora de condiciones de vida que nos permitan realmente sentirnos ciudadanos? No peruano, no todos somos iguales. Como se señala en la canción, existen variados sectores de la sociedad peruana que aún piensa que “todos están donde deben estar”. Es como si tu origen definiera el camino o la posición donde debes estar. Peor aún si hablamos de ejercicio de derechos ciudadanos, tu protesta, si no es en Lima o en otro centro urbano del país, no tendrá la misma visibilidad que si es en tu comunidad. El asesinato de peruanos que protestaron en la sierra sin que a la fecha se pretenda siquiera hallar a los responsables es una cruel tragedia que todos interpretamos, aunque no queramos siquiera asumir el papel de un actor de reparto. ¿Salir de las sombras es realmente posible?

El cuarto tema es “Tiempo”, una canción con mucha potencia que aun así es un preámbulo al clímax que se vendrá después. Aquí se podría decir que el disco entra a su segundo capítulo. La armónica es un grito introductorio a lo que se vendrá, como quien escenifica una película western antes de que los pistoleros se encuentren en el desierto, sólo que esta vez, el lugar elegido serán las áridas y pedregosas quebradas de Huamanga. La guitarra en el intermedio de la canción puntea las emociones que pueden surgir con el sonido de la percusión que, junto a ese bajo, ese bendito bajo, demuestra que el vínculo filiatorio de los hermanos Ochoa no sólo se aprecia en la sangre sino también en la música que hacen. Una compenetración que son el contexto ideal para las letras que André da vida: “Y ahora que en los años deshiciste el mundo, décadas de risa no aprecias ni un segundo; días en los meses, minutos en milenios; gotas en la lluvia, hombres en el tiempo.” Aquí parece que el Cerati del disco “Doble vida” hubiera, justamente eso, vuelto a la vida en esas letras y en nuestros andes. Así como me cuesta entender al tiempo, comprenderlo, creo que me cuesta descifrar esta canción; por eso, el teclado de Diego parece consolar al oyente, mientras Andrés parece solidarizarse también y le reclamara al tiempo su propia naturaleza.

“Alegoría” es el tema clímax este disco. Una canción definitivamente para dedicar a quien quieres que se introduzca en tu ser andino, para poder conocerte mejor y poder reconocer también su identidad en esta melodía. Más aún si tu sangre viene de la zona históricamente wari que, como es obvio, no solamente te ubica geográficamente en la actual región de Ayacucho, sino que abarca también gran parte de la costa y sierra norte desde las actuales regiones de Lambayeque hasta parte de Arequipa, y el centro sur del valle del Mantaro hasta Cusco. Su inicio es simplemente impecable, imponente, una reminiscencia al huayno expresado en la tradicional guitarra ayacuchana, de herencia hispana, que continúa rockeando con sonidos eléctricos y con ello confirma que esta banda es genuinamente ambiciosa y creativamente explosiva. Si The Strokes salvó al rock estadounidense, The Waris no sólo salva al rock huamanguino, sino también a su huayno.

Esta alegoría musical también nos hace pensar en los carnavales huamanguinos y su constante innovación en sus motivos o tópicos (por ejemplo, los sociales o políticos), pero no necesariamente en sus ritmos. Esta canción te interpela tanto como Dogma, pero mientras ésta última lo hace más íntimamente, Alegoría lo hace más externamente. Dogma se sumerge en la psique, mientras ésta lo hace en la physis y termina desbordándose en tu propio cuerpo y sus necesidades materiales: “¿Qué es lo que quieres beber?, ¿Qué es lo que quieres tomar? Se evapora tu sangre ya, ahora la buscas más.” ¿A qué ritual alegórico nos invitan estos jóvenes? ¿A uno de sangre y religiosidad como en los tiempos prehispánicos? ¿A uno que nos salvará en el paraíso o nos condenará en el infierno? ¿Si la hostia consagrada es el cuerpo de Cristo que se puede consumir, será el cuerpo del amante deseado tan fácil de engullir también? ¿Es un ritual santo o uno profano?, ¿Uno de dos cuerpos que se encuentran y se hacen tanto el amor hasta sangrar y ser insaciables a la vez? O tal vez, y solamente al final, esta canción nos invite a quitarnos la piel de la cristiandad y, luego de sangrar, reconocer nuestras carnes andinas que los extirpadores de idolatrías pretendieron incendiar. Finalmente, la percusión que antecede al órgano parece una metáfora de muerte antes de la resurrección, una compasiva resurrección que se expresa en el teclado que lo sigue y que cuando parecía que te llevaba al paraíso se ve irrumpida por la misma percusión que te recuerda que en estas tierras lo que nos corresponde probablemente sea el ukupacha y no el cielo.

“Sequía”, sexto tema, es el cierre glorioso de este segundo capítulo, como si los dioses andinos, las huacas y los apus, fueran tan conscientes de nuestras contradicciones y paradojas y sintieran compasión de nosotros. Como si luego de haber presenciado el ukupacha, ellos nos afirmaran que también hay un Hanan Pacha celestial, muy similar al paraíso cristiano o al olimpo helénico, al que podemos acceder, pero no ahora. Al menos no en vida.

“Masa” es el sétimo tema que consideraría es un tercer capítulo que nos devuelve a la realidad del Kay pacha, donde el tiempo y el espacio son uno mismo en su encuentro y nos recuerda que cada uno en sumatoria somos todos. Los que vivimos en el mundo de arriba y en el mundo de abajo, en el Hanan Pacha y el Uku Pacha y que es éste, el Kay Pacha, el lugar de encuentro entre estos dos mundos/espacios. El mundo donde los vivos convivimos con los muertos y que estas letras muestran con crudeza y mucho dolor que Ayacucho, y propiamente Huamanga, fue ese epicentro de encuentro, donde día a día, noche a noche, y noticia a noticia, un vivo pasaba a ser un muerto de un momento a otro en la época del Conflicto Armado Interno. ¿Fue sólo durante esta época así? No lo sé. Lo que si me queda claro es que este punto de encuentro entre los vivos y los muertos, de forma brutal, puede rastrearse, según las crónicas, hasta la guerra entre los chankas y los incas, donde éstos últimos terminarían arrasando con quienes serían sus enemigos acérrimos para iniciar su gran expansión bajo el mandato de victorioso gobernante: el recientemente nombrado Pachacútec, quien “volteó el mundo”. La primera estrofa parece gritarnos esta relación entre la vida y la muerte y presentarnos a los más cercanos a éstos: los niños y los ancianos, envueltos inocentemente en la guerra, cualquier tipo de guerra.

“Retamas y Cantutas”, la octava canción del disco inicia con un lejano sonido a sirenas de emergencia y a un anochecer de zona urbana/rural donde, por las letras, parece ocurrir una incursión armada. “Estallan las calles que nunca se vieron teñir” ¿Ha ocurrido un atentado con cochebomba y el Ejército y la PNP han salido encontrar a los causantes de aquello? “Hay quienes ríen. La sangre sigue.” Parece que este acontecimiento logró su objetivo: generar terror. Y, lamentablemente, alguien lo disfruta. Esta dramática situación se camufla en un sonido que demuestra la clara influencia musical de Pink Floyd y su crítica a las estructuras de poder político. En esta oscura situación, la guitarra rockera grita por quienes se ven envueltos en este sangriento conflicto y el piano eléctrico pone un ritmo que genera intriga en saber qué ha pasado y qué pasará.

“Penumbra de hambre y mentira disfraza el festín” es la frase más enigmática de esta canción que, acompañada de un fondo musical que toma protagonismo, revela una profundidad conceptual mayor de la que se presenta en el ritmo y la melodía. En esa confusión que hay entre la luz y la oscuridad de la penumbra hay quienes ríen mientras la sangre sigue, pero las flores aún viven a pesar de que está seca la retama y herida la cantuta manchada.

“Hanaq Pacha Ratukuna” única canción del disco cuyo título está en quechua -idioma plenamente vivo en la región de Ayacucho- corta con la intriga que plantea su antecesora para darle un sentido melancólico al ritmo que ya parece presentar un dolor humano a causa de lo acontecido en la canción anterior. Esta canción, cuya instrumentalidad pretende reflejar la desesperación y el temor de saber las consecuencias de un acontecimiento trágico que está más allá del control humano y los deseos de uno, remata esos poco más de cuatro intensos minutos con un audio grabado de la voz de una madre, a lo mejor campesina e indudablemente quechuahablante que reclama lo siguiente:

A mi hijo por favor díganme

¿Dónde está?

Entréguenmelo

Aunque lo hayan matado acá

Bótenlo el cadáver de mi hijo

Le he dicho

Se han amargado

Y hasta el momento no sé nada, nada, nada

Quiero saber

Quiero saber

Dónde está mi hijo

Inevitable no dejar caer unas lágrimas.

La cuarta y última parte de este disco, que también podría ser un libro, inicia con una parte de estrofa del himno nacional que hace referencia a la parte trasera del cuello, la cerviz, que cuando se muestra inclinada hacia abajo es señal de sumisión y que en nuestro himno nos enorgullece cuando ésta “se levantó”. “Cerviz”, la décima canción, prosigue con una potencia sonora que bien podría ser la más notable del disco, no sólo en sus ritmos sino también en sus letras. Así pues, esta canción cuestiona directamente la noción de ciudadanía imperante en la sociedad nacional peruana, mientras muestra el estilo más rockero de The Waris.

“La bandera no está a tu favor; la madre patria no tiene pudor. ¿La humillada cerviz levantó? O sólo te cerro la boca de un gol.” Es la interpelación directa al sufrido hincha peruano, acérrimo seguidor de la selección que se expresa con efusividad en un estadio, pero que no puede o no quiere hacerlo en una protesta ciudadana por sus derechos. “Tú sabes a que sabe la libertad, tú sabes quien no puede opinar. Es fácil para los que ven sol, decir que la luz llega a todo lugar.” Desigualdad.

“No fue hasta que la sangre llegó a tus pies, que viste que la tierra ardía también. No fue hasta que algo explotó en tu ciudad, para que entiendas que todo anda mal”. Es otra interpelación, esta vez más directa al citadino que no sale de los lugares más seguros de su urbe y que no cuestiona la problemática cotidiana que se vive fuera de ella. Una interpelación que, en efecto, es muy atrevida, pero necesaria más aun en un país donde las extorsiones, el sicariato y los atentados criminales ocurren a plena luz del día y ante la complacencia (y mediocridad) de las autoridades de turno.

Hay una notoria rebeldía musical entre esta canción contemporánea y el himno compuesto en el siglo XIX. ¿Será también así de contrastante la actitud política de la ciudadanía contemporánea respecto a quienes lucharon por la independencia del Perú? Claro, en el sentido que es nuestra cerviz la que no se levantó. Esta es una canción de protesta y es la protesta hecha canción. ¿Gritarás? ¿O callarás? Por los que YA no podrán hacerlo. ¡Viva el Perú!

La décima primera canción es, nuevamente, una plenamente instrumental donde las voces de André y Álvaro se unen a los instrumentos para mostrar el “Ocaso”, pero ¿qué ocaso? Varias imágenes pueden recorrer la mente del oyente al escuchar la diversidad de instrumentos ahí presentes, interactuando en diversos sentidos, pero con una armonía que muestra a un grupo que logra encontrarse musicalmente en una apuesta arriesgada y que se prepara para el cierre de esta obra conceptual maestra.

“Alba” es el episodio final de este viaje. Se siente como una canción de otro disco, una melodía esencialmente acústica que finalmente se encuentra con sonidos digitales y fondos de niños y aves que, en efecto, nos muestran un nuevo amanecer luego del ocaso. ¡Qué bella canción! A pesar de la oscuridad, crudeza, tristeza y desesperanza que pudo prevalecer en la época del conflicto armado interno, especialmente en Ayacucho, The Waris parece querer cantarle al mundo que aún hay esperanza para un mañana mejor, para un nuevo amanecer.

“El alba aquí siempre estará;

Toda noche tiene que terminar.

La siembra y cosecha volverá a comenzar;

Y desde nuevas semillas

Una flor indistinta…

Y vendrás

A llorar

Y a cambiar

Lo que se hizo mal.

Y verás acabar

Lo que parecía

No tener final.”

Esta canción no acaba ahí. Los invito a escuchar detenidamente lo que dicen las niñas al finalizar. Es poesía, una bella poesía.

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Lamento haberme extendido en lo que inicialmente pretendió ser una breve reseña del disco “La Cosecha de las Malas Siembras” (2023) y que culminó casi como un artículo, pero consideré necesario profundizar en los detalles conceptuales que The Waris introdujo en este álbum. Producto con un profesionalismo artístico que, en el sentido conceptual de desarrollar una temática definida, sólo puedo encontrar en tres LP’s extranjeros en lengua hispana: “Re” (1994) de Café Tacvba, que profundiza sobre el proceso de mestizaje mexicano; “Moctezuma” (2014) de Porter, que narra poéticamente la dramática destrucción de la cosmovisión azteca frente a la hispano-cristiana; y “Doble Vida” (1988) de Soda Stereo que se sumerge en el claroscuro relacional que es la existencia humana. En la música rock peruana podemos encontrar un lejano antecedente en el disco “Signos e instrumentos” (1997) de El Polen, cuya idea conceptual pretende mostrarnos nuestras raíces andinas en una música contemporánea, objetivo que logran no sin éxito pero que considero no logra la linealidad narrativa y continuidad temática que The Waris alcanza con este disco.