- Escribe: Augusto Rubio Acosta *
Todos hablan de Trujillo. En múltiples idiomas, todos se indignan ante la repentina caída del techo de una construcción que simboliza la modernidad y el neoliberalismo, el consumo a ultranza, el modelo de vida que las grandes mayorías abrazan. De pronto, ante la tragedia, la población de la urbe más violenta del país se volvió "empática" [así, de improviso], se solidariza con las víctimas [no sucede cuando la represión gubernamental asesina manifestantes] y hasta ha caído en la cuenta de que "es momento de unirse para sacar adelante a la ciudad", porque "somos más grandes que nuestros problemas".
El país se cae a pedazos hace mucho desde su íntima dentrura. Nadie ha querido ver lo que pasa, sin embargo, reconocer de manera autocrítica lo que somos: una sociedad corrupta y podrida, que avala y normaliza la criminalidad y la antiética, que elige alegremente en las ánforas a impresentables e incapaces provenientes de asociaciones ilícitas para delinquir [ellos le llaman partidos políticos], que hace alarde de una imbecilidad sin límites frente a coyunturas históricas que deciden el futuro [razonar es pedir demasiado].
Todos hablan de Trujillo y exigen en los medios y en las redes sanciones "ejemplares", clausuras definitivas del centro comercial, así como persecución judicial a los responsables, como si con las leyes, autoridades e instituciones "tutelares" que tenemos, eso fuese posible. Lo ocurrido en Real Plaza y Puente Chancay es sintomático respecto a lo que somos y no queremos reconocer. ¿A quién nos vamos a quejar ahora, si como ciudadanos somos los grandes responsables de la tragedia de ser peruanos sin consciencia ni razonamiento crítico al momento de elegir a nuestros representantes?
Lo de anoche en Trujillo nos duele y conmociona, al igual que la extorsión, la criminalidad y la violencia exacerbada que no cesa en la ciudad y en todo el norte del país. No bastan, sin embargo, las palabras ni la espontánea indignación por los caídos en el mall. Necesitamos transformar nuestra forma de pensar, mirar la clase de niños y jóvenes que estamos formando, el ejemplo que les damos con nuestra educación y nuestros actos, la clase de autoridades que elegimos, nuestra capacidad de indignación y de respuesta como ciudadanos frente a los graves hechos que acontecen en el ámbito social y en la política. Somos responsables de lo que ahora tenemos, en el tiempo que viene decidamos organizarnos, movilizarnos y expectorar la podredumbre que destruye Trujillo, que le niega el futuro.
*Escritor y gestor cultural
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