Jeffrey Sachs, reconocido como uno de los economistas e intelectuales más lúcidos de nuestro tiempo, aborda en su último artículo los desafíos estructurales del sistema político estadounidense. Con una trayectoria académica destacada —PhD en Economía por Harvard, exprofesor de esa universidad, y actual docente en Columbia y Director del Instituto de la Tierra—, Sachs analiza cómo el poder político en Estados Unidos está dominado por los súper ricos y lobbies sectoriales, lo que ha moldeado tanto su política interna como sus decisiones en política exterior, especialmente en Medio Oriente. Su visión ofrece una crítica profunda al statu quo y plantea interrogantes clave sobre el futuro de la democracia estadounidense.


Por: Jeffrey D. Sachs / Publicado originalmente en: Common Dreams

Traducción de: Fernando Villarán


Estados Unidos es un país de indudables fortalezas tecnológicas, económicas y culturales, pero su gobierno está fallando profundamente a sus propios ciudadanos y al mundo. La victoria de Trump es muy fácil de entender. Fue un voto contra el statu quo. Queda por ver si Trump arreglará, o incluso intentará arreglar, lo que realmente aqueja a Estados Unidos.

El rechazo al statu quo por parte del electorado estadounidense es abrumador. Según Gallup en octubre de 2024, el 52% de los estadounidenses dijeron que ellos y sus familias estaban peor que hace cuatro años, mientras que solo el 39% dijo que estaban mejor y el 9% dijo que estaban más o menos igual. Una encuesta nacional de noticias de NBC en septiembre de 2024 encontró que el 65% de los estadounidenses dijo que el país está en el camino equivocado, mientras que solo el 25% dijo que está en el camino correcto. En marzo de 2024, según Gallup, solo el 33% de los estadounidenses aprobaba la gestión de los asuntos exteriores por parte de Joe Biden.

En el centro de la crisis estadounidense se encuentra un sistema político que no representa los verdaderos intereses del votante estadounidense promedio. El sistema político fue hackeado por el gran dinero hace décadas, especialmente cuando la Corte Suprema de Estados Unidos abrió las compuertas a las contribuciones ilimitadas a las campañas. Desde entonces, la política estadounidense se ha convertido en un juguete de donantes súper ricos y lobbies de intereses particulares, que financian campañas electorales a cambio de políticas que favorecen los intereses creados en lugar del bien común.

Dos grupos son dueños del Congreso y de la Casa Blanca: los individuos súper ricos y los lobbies sectoriales.

El mundo vio boquiabierto cómo Elon Musk, la persona más rica del mundo (y sí, un brillante empresario e inventor), desempeñó un papel único en el respaldo de la victoria electoral de Trump, tanto a través de su vasta influencia mediática como de su financiación. Muchos otros multimillonarios contribuyeron a la victoria de Trump.

Muchos (aunque no todos) de los donantes súper ricos buscan favores especiales del sistema político para sus empresas o inversiones, y la mayoría de esos favores serán debidamente entregados por el Congreso, la Casa Blanca y las agencias reguladoras con personal de la nueva administración. Muchos de estos donantes también impulsan un objetivo general: más recortes de impuestos sobre los ingresos corporativos y las ganancias de capital.

Muchos donantes empresariales, añadiría, están francamente del lado de la paz y la cooperación con China, por ser muy sensato tanto para las empresas como para la humanidad. Los líderes empresariales generalmente quieren paz e ingresos, mientras que los ideólogos dogmáticos quieren la hegemonía a través de la guerra.

Habría habido muy poca diferencia en todo esto con una victoria de Harris. Los demócratas tienen su propia larga lista de los súper ricos que financiaron las campañas presidenciales y legislativas del partido. Muchos de esos donantes también habrían exigido y recibido favores especiales.

Las exenciones fiscales sobre los ingresos del capital han sido debidamente aplicadas por el Congreso durante décadas, sin importar su impacto en el creciente déficit federal, que ahora se sitúa en casi el 7 por ciento del PIB, y sin importar que el ingreso nacional antes de impuestos de EE.UU. en las últimas décadas se haya desplazado poderosamente hacia los ingresos del capital y se haya alejado de los ingresos laborales. Medido por un indicador básico, la proporción de los ingresos laborales en el PIB ha disminuido en alrededor de 7 puntos porcentuales desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A medida que los ingresos se han desplazado del trabajo al capital, el mercado de valores (y la superriqueza) se ha disparado, y la valoración general del mercado de valores ha aumentado del 55% del PIB en 1985 al 200% del PIB en la actualidad.

El segundo grupo que tiene su control sobre los Washington es el de los lobbies monotemáticos. Estos poderosos lobbies incluyen el complejo militar-industrial, Wall Street, las grandes petroleras, la industria armamentística, las grandes farmacéuticas, las grandes empresas agrícolas y el lobby israelí. La política estadounidense está bien organizada para atender a estos intereses especiales. Cada lobby compra el apoyo de comités específicos en el Congreso y líderes nacionales seleccionados para ganar el control de la política pública.

Los beneficios económicos del cabildeo de intereses especiales suelen ser enormes: cien millones de dólares de financiación de campaña por parte de un grupo de cabildeo pueden ganar cien mil millones de desembolsos federales y/o exenciones fiscales. Esta es la lección, por ejemplo, del lobby israelí, que gasta unos pocos cientos de millones de dólares en contribuciones de campaña y cosecha decenas de miles de millones de dólares en apoyo militar y económico para Israel.

Estos lobbies de intereses especiales no dependen de la opinión pública ni se preocupan mucho por ella. Las encuestas de opinión muestran regularmente que el público quiere control de armas, precios más bajos de los medicamentos, el fin de los rescates de Wall Street, energía renovable y paz en Ucrania y Oriente Medio. En cambio, los grupos de presión se aseguran de que el Congreso y la Casa Blanca brinden un acceso fácil y continuo a pistolas y armas de asalto, precios altísimos de los medicamentos, engreimientos a Wall Street, más perforaciones de petróleo y gas, armas para Ucrania y guerras en nombre de Israel.

Estos poderosos lobbies son conspiraciones alimentadas por el dinero contra el bien común. Recuérdese la famosa frase de Adam Smith en La riqueza de las naciones (1776): "Las personas del mismo oficio rara vez se reúnen, ni siquiera para divertirse, sino que la conversación termina en una conspiración contra el público, o en algún artilugio para aumentar los precios".

Los dos lobbies más peligrosos son el complejo militar-industrial (como nos advirtió Eisenhower en 1961) y el lobby israelí (como se detalla en un nuevo y brillante libro del historiador Ilan Pappé). Su peligro especial es que continúen llevándonos a la guerra y más cerca del Armagedón nuclear. La reciente e imprudente decisión de Biden de permitir los ataques con misiles estadounidenses en el interior de Rusia, defendida durante mucho tiempo por el complejo militar-industrial, es un ejemplo de ello.

El complejo militar-industrial tiene como objetivo el "dominio de espectro completo" (full-spectrum dominance) de Estados Unidos. Sus supuestas soluciones a los problemas mundiales son guerras y más guerras, junto con operaciones encubiertas de cambio de régimen, sanciones económicas de EE.UU., guerras de información de EE.UU., revoluciones de colores (lideradas por la Fundación Nacional para la Democracia) e intimidación en política exterior. Estas, por supuesto, no han sido soluciones en absoluto. Estas acciones, en flagrante violación del derecho internacional, han aumentado drásticamente la inseguridad de Estados Unidos.

El complejo militar-industrial (MIC) arrastró a Ucrania a una guerra desesperada con Rusia al prometer a Ucrania la membresía en la OTAN frente a la ferviente oposición de Rusia, y al conspirar para derrocar al gobierno de Ucrania en febrero de 2014 porque buscaba la neutralidad en lugar de la membresía en la OTAN.

El complejo militar-industrial está promoviendo actualmente, increíblemente, una próxima guerra con China. Esto, por supuesto, implicará una enorme y lucrativa acumulación de armas, el objetivo del MIC. Sin embargo, también amenazará con una Tercera Guerra Mundial o una derrota catastrófica de Estados Unidos en otra guerra asiática.

Mientras que el Complejo Militar-Industrial ha avivado la ampliación de la OTAN y los conflictos con Rusia y China, el lobby israelí ha avivado las guerras en serie de Estados Unidos en Oriente Medio. Benjamín Netanyahu de Israel, más que cualquier otro presidente de Estados Unidos, ha sido el principal promotor del respaldo de Estados Unidos a las desastrosas guerras en Irak, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y Siria.

El objetivo de Netanyahu es conservar la tierra que Israel conquistó en la guerra de 1967, creando lo que él llama el Gran Israel, y evitar un Estado palestino. Esta política expansionista, en contravención del derecho internacional, ha dado lugar a grupos militantes propalestinos como Hamás, Hezbolá y los Hutíes. La política de larga data de Netanyahu es que Estados Unidos derroque o ayude a derrocar a los gobiernos que apoyan a estos grupos de resistencia.

Increíblemente, los neoconservadores de Washington y el lobby israelí unieron fuerzas para llevar a cabo el desastroso plan de Netanyahu para las guerras en todo Oriente Medio. Netanyahu fue uno de los principales partidarios de la guerra en Irak. El ex Sargento Mayor del Comando de la Fuerza Aérea Dennis Fritz ha descrito recientemente en detalle el gran papel del lobby israelí en esa guerra. Ilan Pappé ha hecho lo mismo. De hecho, el lobby israelí ha apoyado guerras lideradas o respaldadas por Estados Unidos en todo el Medio Oriente, dejando a los países objetivo en ruinas y al presupuesto de Estados Unidos profundamente endeudado.

Mientras tanto, las guerras y los recortes de impuestos para los ricos no han ofrecido soluciones para las dificultades de los estadounidenses de clase trabajadora. Al igual que en otros países de altos ingresos, el empleo en la manufactura estadounidense cayó bruscamente a partir de la década de 1980 a medida que los trabajadores de la línea de montaje fueron reemplazados cada vez más por robots y "sistemas inteligentes". La disminución de la participación del trabajo en la producción de los EE.UU. ha sido significativa y, una vez más, ha sido un fenómeno compartido con otros países de ingresos altos.

Sin embargo, los trabajadores estadounidenses se han visto especialmente afectados. Además de las tendencias tecnológicas globales subyacentes que afectan los empleos y los salarios, los trabajadores estadounidenses han sido golpeados por décadas de políticas antisindicales, el aumento de los costos de la matrícula y la atención médica, y otras medidas antiobreras. En los países de ingresos altos del norte de Europa, los "programas sociales" (atención médica, matrícula, vivienda y otros servicios públicos financiados con fondos públicos) y los altos niveles de sindicalización han sostenido niveles de vida decentes para los trabajadores. No es e caso en Estados Unidos.

Sin embargo, esto no fue todo. El aumento de los costos de la atención médica, impulsado por las aseguradoras privadas de salud, y la ausencia de suficiente financiamiento público para la educación superior y las opciones en línea de bajo costo, crearon un movimiento de pinza, apretando a la clase trabajadora entre la caída o el estancamiento de los salarios, por un lado, y el aumento de los costos de la educación y la atención médica, por el otro. Ni los demócratas ni los republicanos hicieron mucho para ayudar a los trabajadores.

La base de votantes de Trump es la clase trabajadora, pero su base de donantes son los súper ricos y los lobbies. Entonces, ¿qué pasará después? ¿Más de lo mismo, guerras y recortes de impuestos, o algo nuevo y real para los votantes?

La supuesta respuesta de Trump es una guerra comercial con China y la deportación de trabajadores extranjeros ilegales, combinada con más recortes de impuestos para los ricos. En otras palabras, en lugar de enfrentar los desafíos estructurales de garantizar niveles de vida decentes para todos, y enfrentar abiertamente el asombroso déficit presupuestario, las respuestas de Trump en la campaña electoral y en su primer mandato fueron culpar a China y a los migrantes por los bajos salarios de la clase trabajadora y el gasto “fuera de control” que generan los déficits.

Esto ha tenido un buen desempeño electoral en 2016 y 2024, pero a largo plazo no dará los resultados prometidos para los trabajadores. Los empleos manufactureros no regresarán desde China, ya que nunca fueron en grandes cantidades a China. Las deportaciones tampoco harán mucho para elevar el nivel de vida de los estadounidenses promedio.

Esto no quiere decir que falten soluciones reales. Se están mostrando a plena vista, si Trump decide aplicarlas, por encima de los grupos de intereses especiales y los intereses de clase de los partidarios de Trump. Si Trump elige soluciones reales, lograría un legado político sorprendentemente positivo en las próximas décadas.

La primera es enfrentar el complejo militar-industrial. Trump puede poner fin a la guerra en Ucrania diciéndole al presidente Putin y al mundo que la OTAN nunca se expandirá a Ucrania. Puede poner fin al riesgo de guerra con China dejando muy claro que Estados Unidos cumple con la política de una sola China y, como tal, no interferirá en los asuntos internos de China enviando armamento a Taiwán a pesar de las objeciones de Beijing, y no apoyaría ningún intento de secesión por parte de Taiwán.

La segunda es enfrentar al lobby israelí diciéndole a Netanyahu que Estados Unidos ya no luchará en las guerras de Israel y que Israel debe aceptar un Estado de Palestina que viva en paz junto a Israel, como lo pide toda la comunidad mundial. De hecho, este es el único camino posible hacia la paz para Israel y Palestina, y de hecho para el Oriente Medio.

El tercero es cerrar el déficit presupuestario, en parte recortando el gasto inútil —sobre todo en guerras, cientos de bases militares inútiles en el extranjero y precios altísimos que el gobierno paga por los medicamentos y la atención médica— y en parte aumentando los ingresos del gobierno. El simple hecho de hacer cumplir los impuestos vigentes tomando medidas enérgicas contra la evasión fiscal ilegal habría recaudado 625.000 millones de dólares en 2021, alrededor del 2,6% del PIB. Se debería recaudar más mediante la imposición de las crecientes rentas del capital.

La cuarta es una política de innovación (también conocida como política industrial) que sirve al bien común. Elon Musk y sus amigos de Silicon Valley han tenido éxito en la innovación más allá de las expectativas más descabelladas. Todos los elogios a Silicon Valley por traernos la era digital. La capacidad de innovación de Estados Unidos es vasta y robusta, y es una envidia del mundo.

El reto ahora es ¿innovar para qué? Musk tiene el ojo puesto en Marte y más allá. Esto es cautivador, sin embargo, hay miles de millones de personas en la Tierra que pueden y deben ser ayudadas por la revolución digital en el aquí y ahora. Un objetivo central de la política industrial de Trump debería ser garantizar que la innovación sirva al bien común, incluidos los pobres, la clase trabajadora y el medio ambiente. Los objetivos de nuestra nación deben ir más allá de la riqueza y los sistemas de armas.

Como Musk y sus colegas saben mejor que nadie, las nuevas tecnologías digitales y de IA pueden marcar el comienzo de una era de energía de bajo costo y cero emisiones de carbono; atención médica de bajo costo; educación superior de bajo costo; movilidad eléctrica de bajo costo; y otras eficiencias habilitadas por la IA que pueden elevar el nivel de vida real de todos los trabajadores. En el proceso, la innovación debe fomentar empleos sindicalizados de alta calidad, no el empleo precario que ha hecho que los niveles de vida se desplomen y la inseguridad de los trabajadores se dispare.

Trump y los republicanos se han resistido a estas tecnologías en el pasado. En su primer mandato, Trump dejó que China tomara la delantera en estas tecnologías prácticamente en todos los ámbitos. Nuestro objetivo no es detener las innovaciones de China, sino estimular las nuestras. De hecho, como Silicon Valley entiende mientras que Washington no, China ha sido y debe seguir siendo durante mucho tiempo el socio de Estados Unidos en el ecosistema de innovación. Las instalaciones de fabricación altamente eficientes y de bajo costo de China, como la Gigafactory de Tesla en Shanghai, ponen en uso las innovaciones de Silicon Valley en todo el mundo, cuando Estados Unidos lo intenta.

Estas cuatro medidas están al alcance de Trump y justificarían su triunfo electoral y asegurarían su legado en las próximas décadas. No estoy conteniendo la respiración para que Washington adopte estos pasos sencillos. La política estadounidense ha estado podrida durante demasiado tiempo como para un verdadero optimismo en ese sentido, pero estos cuatro pasos son todos alcanzables, y beneficiarían en gran medida no solo a los líderes de la tecnología y las finanzas que respaldaron la campaña de Trump, sino a la generación de trabajadores y hogares descontentos cuyos votos devolvieron a Trump a la Casa Blanca.


[Foto de portada: EFE]


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