Escribe: Augusto Rubio Acosta *

El país que tenemos, en el que no es posible expresar nuestras ideas, pensamientos y emociones con total libertad y sin temor a represalias, no vive una democracia. Hace mucho que no existe un verdadero poder o gobierno del pueblo; las decisiones y responsabilidad ante los graves hechos que ocurren está en manos de quienes cercenan nuestras libertades, de quienes violan y destruyen sistemáticamente cada día los pilares fundamentales de toda sociedad coherente, de toda comunidad que se respeta y valora, que aspira a ser viable.

Lo que ha ocurrido con la censura a los artistas puneños, Ruth Ingaluque y Juan Carlos Condori, en la Biblioteca Nacional del Perú, al retirar sus pinturas -sin mayor explicación- de la V Bienal de Pintura Brisas del Titicaca, porque retratan el pensamiento, clamor de justicia y reconocimiento; así como la identidad puneña en el marco del Bicentenario, es inaceptable y deplorable desde todo punto de vista. Sucedió igual hace unas semanas con el historietista Juan Acevedo, a quien por publicar historias que cuestionan la represión gubernamental contra las protestas, el racismo, la eliminación de la educación sexual integral, entre otros temas de coyuntura social, seguramente censuraron y no le entregaron el premio de la Casa de la Literatura Peruana.

Con el cine peruano ha venido sucediendo lo mismo. Al gobierno y sus aliados no les gusta que se produzcan películas incómodas al poder, films que retratan temas como la violencia de género y el concepto de justicia. Controlar la memoria y silenciar [mediante iniciativas legislativas] todo aquello que recuerde las violaciones de derechos humanos, que ocurrieron en décadas pasadas y continúan ocurriendo hasta ahora en nuestro país, es el objetivo de quienes censuran la libertad de creación artística y la producción de películas.

La censura al Dúo Arguedas, en el Gran Teatro Nacional, acontecida el mes pasado, se alinea también en una cada vez más prolongada lista de recorte de libertades y amenazas que enfrentan los trabajadores de las artes en el Perú, a quienes se intenta controlar respecto a lo que piensan, dicen o representan en sus obras.

Si el gobierno considera que censurando el arte protege el orden público o moral, de lo que considera "ofensivo", "perturbador" o promotor de una "agenda ideológica peligrosa", está equivocado. Trabajar y legislar para proteger los intereses de las élites y grupos de poder es lo amoral, vergonzante y antidemocrático. Lo mismo sucede con la justicia social y los derechos de los grupos marginados en el Perú, a quienes la clase gobernante desprecia y aniquila de múltiples formas. ¿Qué es lo que sigue entonces en un gobierno como este, perseguidor de periodistas que buscan la verdad y son atacados por decirla abiertamente? ¿Sigue la quema de libros considerados "peligrosos, antisistema y subversivos", por ser contrarios a la ideología de los poderosos? ¿Sigue la persecución de autores y artistas para intentar silenciarlos?

Ni la quema de libros en la Alemania nazi, la censura al arte durante la Guerra Fría, y muchos otros casos de censura a la libertad de expresión, ha impedido a los artistas y a la población en general pensar y expresar sus ideas libremente. Si bien es cierto, hay grandes sectores de la ciudadanía sumidos en el miedo y desconcierto derivados del terruqueo y las amenazas gubernamentales de no movilizarse ni marchar o protestar en las calles, por ser considerado "un acto de traición a la patria", la creatividad del pintor, del escritor y del artista no se reprime. El desafío ante el control y la represión se activa a la hora de crear, al momento en que pensamos en que la manipulación del espíritu reflexivo de la población está en juego. Necesitamos ciudadanos libres, fiscalizadores de lo que ocurre, con capacidad crítica y de discernimiento, que persigan siempre decisiones orientadas al bien común. Organizar acciones concretas en espacios públicos para contrarrestar la oleada de control y censura de la memoria que se nos viene imponiendo, quizá sea el camino.


•⁠ ⁠Escritor y gestor cultural


[Foto de portada: "Puno sí es el Perú", de la artista Ruth Ingaluque]