Escribe: Daniel Rojas Bolívar


Ahora, cerca de fines de 2024, pareciera que hablar de la pandemia sería un despropósito, considerando que la emergencia sanitaria internacional concluyó hace dos años. Sin embargo, el tema sigue siendo muy vigente, a pesar de que probablemente no lo deseemos observar, ya sea porque es recordar nuestros duelos dentro de esta tragedia nacional o porque fue una de las evidencias más duras del valor que el sistema económico y político —encarnado en la clase gobernante— ha asignado a nuestros cuerpos. En estos apuntes compartiré algunas reflexiones a partir del conversatorio en torno al libro "Voces desde la primera línea", escrito en coautoría con Carmen Yon, que fue presentado en la Biblioteca Amazónica de Iquitos el 12 de septiembre junto con el Dr. Juan Carlos Celis, el obispo Miguel Ángel Cadenas y Raúl Asensio, director del Fondo Editorial del Instituto de Estudios Peruanos (IEP).

El objetivo del libro fue describir las experiencias de los trabajadores de salud durante el primer año de la pandemia. Se realizaron entrevistas a profesionales y estudiantes de ciencias de la salud de las regiones de Lima, Iquitos, Ucayali y Puno. Fueron siete entrevistas al personal de salud de Iquitos. Los principales hallazgos fueron las condiciones del sistema de salud frente a la pandemia, las condiciones laborales de los trabajadores de salud, y las decisiones que se tomaron en el contexto crítico de los pacientes en el final de la vida. En cuanto a las condiciones del sistema de salud, la falta de equipamientos e insumos, como el oxígeno, las camas UCI y las pruebas diagnósticas, fue uno de los principales problemas del país. Por otra parte, la fragmentación del sistema de salud diferenciaba su atención según el nivel económico de los pacientes: la población pobre afiliada al SIS casi no contaba con recursos, mientras que el seguro social (EsSalud), a pesar de contar con más infraestructura y equipamiento que el SIS, enviaba a sus pacientes a los establecimientos del Minsa, causando que los pacientes transiten de un subsistema a otro y con ello aumenten los tiempos de espera y, por ende, la severidad de la enfermedad. Por otra parte, el sistema privado incrementó sus precios al punto que numerosas familias tuvieron que vender todas sus pertenencias y recayeron en la pobreza. Estas desigualdades fueron más pronunciadas en las regiones, específicamente en la Amazonía, donde la disponibilidad de profesionales de la salud, así como de infraestructura y medicamentos, es mucho menor.

Respecto a las condiciones de los trabajadores de salud, fueron numerosos los reportajes que mostraron la falta de mascarillas y equipo de protección personal. Los médicos que contaban con factores de riesgo, como obesidad, diabetes e hipertensión, fueron prácticamente forzados a retornar a los establecimientos de salud, debido a las normas del Minsa, que los expuso y vulneró a tal punto que —según datos del Colegio Médico del Perú— fallecieron 166 médicos por la COVID-19. Todo este contexto de precariedad, crisis y deficiencias del sistema de salud empujó a los médicos a tomar decisiones: primero seleccionando a las personas que accedieron a las camas UCI, que, en teoría, deberían tener mayores probabilidades de supervivencia, por ejemplo, jóvenes, sin factores de riesgo; sin embargo, la realidad nos mostró que estos criterios no se cumplieron. Recordemos el caso “Los Ángeles Negros de EsSalud”, donde el personal directivo pedía miles de soles para que las personas accedieran a una cama en el Hospital Almenara de Lima. Además, a través de las entrevistas, se pudo saber que los hospitales tenían camas vacías y disponibles para ser usadas cuando un trabajador de este hospital enfermara. Entonces, no solo hubo desigualdad en el acceso a la salud por las condiciones sociales, sino discriminación directa por nivel económico o social.

La otra decisión que se tomó tuvo que ver con el manejo de los pacientes en el final de la vida. A través de las entrevistas, encontramos que los médicos estuvieron frente a pacientes terminales que no tenían oxígeno ni cama UCI y decidieron inducirles la muerte con el uso de midazolam y morfina, que son medicamentos que causan depresión respiratoria.

En cuanto a Iquitos, realizamos siete entrevistas a diferentes profesionales de la salud. Los entrevistados comentaron sus experiencias donde la escasez de oxígeno fue crítica, así como la disponibilidad de camas. La solución que plantearon los familiares de los pacientes fue armar carpas para que los pacientes esperen, pero rápidamente se tornaron en espacios donde se brindó la atención. Sin embargo, dada la escasez de médicos e insumos, los pacientes murieron sin recibir atención alguna dentro de estas carpas. Los médicos narraron que los muertos en las guardias hospitalarias se contaban por decenas y las medidas tomadas fueron insuficientes. Además, dada la escasez de médicos, se contrató rápidamente a médicos jóvenes con poca experiencia clínica. Por otra parte, las condiciones laborales fueron muy complicadas para los profesionales y la evacuación de los médicos infectados a Lima se realizó con muchas dificultades. Asimismo, fue durante los primeros meses del brote de la pandemia en Iquitos cuando se decidió la inducción de la muerte. Si bien es cierto que no todos los médicos aplicaron esta medida, sí hubo casos de médicos que lo decidieron.

La incertidumbre fue grande entre los trabajadores de la salud, a tal punto que se tomaron medidas desesperadas con el fin de tratar de mitigar los efectos de la enfermedad, pero sin resultado alguno. Ante una enfermedad nueva y desconocida, no se supo qué intervenciones implementar y se tomaron las recomendaciones iniciales de la literatura internacional que sugería el uso de ivermectina, hidroxicloroquina y azitromicina. En Iquitos se comenzó a usar la cloroquina (medicamento usado contra la malaria) dado que es precursor de la hidroxicloroquina y se vio que no hubo resultados favorables. Las investigaciones a nivel internacional paulatinamente mostraron que estos medicamentos no son efectivos —e incluso son nocivos— para el tratamiento de la COVID-19 y dejaron de ser recomendados; sin embargo, el Ministerio de Salud siguió recomendando su uso, probablemente por motivos económicos en vez de técnicos. No obstante, frente a la evidencia científica disponible, hubo médicos que dejaron de usar estos medicamentos.

Los reportes sobre la pandemia en Iquitos fueron numerosos y los más importantes fueron escritos por Barbara Fraser y Valerie Robin, quienes describieron cómo las deficiencias del sistema de salud impactaron directamente sobre la salud y la vida de los pacientes. Las características del sistema de salud —fragmentado, mal financiado, precario y corrupto— impedían una adecuada vigilancia epidemiológica, una atención apropiada e incluso un manejo adecuado de los cadáveres, como lo reportó Valerie Robin, quien describió cómo los cuerpos siguen hasta hoy en fosas comunes y los deudos tuvieron que pagar miles de soles, además de ser forzados a renunciar a su derecho a denunciar al Estado, para poder —probablemente— reconocer a sus familiares y enterrarlos en un cementerio, lo cual ella describe como un necrolucro.

Otro punto importante fue la participación de las familias en la pandemia. Si bien es cierto que la pandemia mostró el fracaso de las instituciones del Estado y la perversidad del sector privado, la institución donde recayó la responsabilidad del cuidado y protección de los ciudadanos fue la familia. En Iquitos, los familiares de los pacientes se organizaron para el armado de carpas en los hospitales, para la obtención de oxígeno y el cuidado de los pacientes. La Iglesia también se organizó para la obtención de medicamentos, oxígeno e insumos para los cuidados de los pacientes, lo cual muestra el rol de apoyo y soporte de esta institución en Iquitos.

Por otro lado, el rol de las tecnologías de la información ha sido crucial en la lucha contra la pandemia. Los médicos se organizaron en redes a través de WhatsApp y compartieron información basada en evidencias científicas y pudieron brindar una mejor atención, a pesar de las deficiencias del sistema de salud. Estas organizaciones y redes persisten hasta hoy y siguen beneficiando tanto a los profesionales de la salud como a los pacientes. Un ejemplo fue la detección de un brote de meningitis bacteriana en la provincia de Putumayo, cerca de la frontera con Colombia. A través de la comunicación entre médicos por WhatsApp, se logró brindar un tratamiento oportuno y prevenir esta enfermedad potencialmente mortal a una parte importante de la población. El Minsa llegó dos días después de que se detectó el primer caso y los tiempos administrativos hubieran demorado aún más el control de esta enfermedad.

Entonces, ¿por qué es importante recordar la pandemia? Barbara Fraser en el 2023 describió la situación del dengue en el Perú, que fue el país con mayor mortalidad por dengue en las Américas y las condiciones cambiaron poco o incluso empeoraron desde la pandemia. Actualmente vivimos en un contexto político autoritario, donde los grupos conservadores tomaron el poder con la matanza de más de 50 civiles y tomaron una serie de medidas que aumentaron los niveles de pobreza y hambruna en el país, así como beneficiaron a grandes empresarios; el Ministerio de Salud ha implementado improvisadamente y con serias deficiencias una evaluación para los médicos del servicio rural y urbano marginal en salud (Serums), cuyos resultados mostraron que más de la mitad de los médicos tienen una calificación deficiente. Entonces, frente a una nueva pandemia, el efecto podría similar o aún más trágico que el vivido en el 2020.

Y se replantea la pregunta anterior: ¿por qué se cae en el olvido? Durante la presentación del libro se mencionó que en la Amazonía se tiende a olvidar con frecuencia los hechos trágicos. Y ciertamente Loreto ha pasado por muchas tragedias, como las masacres del Putumayo en el boom del caucho, los constantes derrames de petróleo en los ríos y los efectos devastadores de la pandemia. El olvido puede ser una forma de evitar un pasado doloroso, un trauma colectivo. No obstante, hay que considerar las diferentes formas de recordar y narrar las tragedias. Por ejemplo, entre los kukamas, la memoria se preserva a través de sus pinturas, que incluso en la actualidad siguen mostrando barcos caucheros de inicios del siglo XX.

Entonces, con la pandemia aprendimos o recordamos que estamos en un país profundamente desigual, donde los servicios de salud tienen un efecto negativo, en ocasiones letal, sobre los pacientes, y donde hay una discriminación profunda hacia las personas pobres. Solamente la organización social nos permitirá afrontar los nuevos retos que se avecinan y preservar y difundir la memoria es importante para recordarnos como miembros de una comunidad y para que no se repitan estas tragedias.