Escribe: Ing. Ayar Gustavo Escobar La Cruz


Lo que hoy ocurre con los incendios forestales en el Perú, aunque no es nuevo, este año tiene ribetes alarmantes que conllevan necesariamente no solo a actuar, sino también a mirar el escenario desde varios ángulos para buscar mejores soluciones. Comparto algunas reflexiones desde mi experiencia y conocimientos.

En los Andes, es ahora verano y época de seca y estiaje. La radiación y el calor se incrementan, así como las heladas por la noche y, sobre todo, al amanecer. Allí, las quemas son usuales en esta época. En el caso de los pastizales altoandinos, que es donde más frecuentemente se inician y cunden, se hacen para acabar con la vegetación de estratos altos que les hace sombra a las de estratos bajos e incorporar algunos nutrientes inorgánicos. También se hacen en los pisos más bajos para eliminar la cobertura vegetal residual de una cosecha previa, aunque mucha de esta va también para la alimentación de animales (e incluso en los últimos años se ha empezado a incorporar al suelo para enriquecerlo como práctica agroecológica, pero que requiere un buen manejo); para preparar el suelo para la próxima siembra y como una forma de control de diferentes plagas y enfermedades que quedan en latencia en el suelo. Existe incluso el concepto técnico de "quema controlada". En el interesante libro Manejo de praderas y pasturas altoandinas en el Perú (Florez y Malpartida, 1987), hay un ítem al respecto y también un documento de la UNALM titulado “Protocolo de la tecnología de quema en pastizales de la sierra central”. En ambos, se alude que es una herramienta de manejo de praderas, pero también se advierte de sus riesgos. No obstante, lo más frecuente es que se salga de control, como muchas cosas en el Perú, dado que los mensajes de la academia no llegan bien al usuario final, el habitante del campo.

En algunos lugares turísticos de caminata también puede ser que algún grupo de caminantes irresponsables (en esta época son numerosos, por ejemplo, en la Cordillera Huayhuash, en el límite entre Áncash, Huánuco y Lima) haya hecho una fogata y no la apagó bien, y de allí se propagó. También pueden ocurrir por descuido en una quema aparentemente pequeña o por la caída de rayos, aunque menos frecuente en esta época, en la que todavía no hay muchas tormentas, salvo en la puna y con menos incidencia este año. A todo esto, por cierto, abona también el cambio climático; este año la radiación y la temperatura han sido más intensas, y algunas lluvias esporádicas que ocurren en la sierra casi no se han dado. En la selva, sí hay un notorio y alarmante descenso de las precipitaciones pluviales, que ha bajado de forma preocupante el caudal de los ríos. Asimismo, hay que considerar que los tipos de vegetación también influyen en la propagación del fuego. En pastos de altura o matorral seco (caso de Amazonas, según el alcance de un amigo forestal) se propaga más fácilmente el fuego que en un bosque húmedo o en vegetación densa de selva baja.

Tampoco se puede descartar una “mano negra” con otros fines. Esto aplica sobre todo para el caso de la Amazonía. Allí cabe pensar en el factor político (esto lo conversaba con un amigo sociólogo). Podría haber un interés sutil, por un lado, de grandes empresas en ampliar los cultivos de palma aceitera o agrocombustibles, o más producción cárnica para la demanda asiática, ahora que se tendrá el Puerto de Chancay y al amparo de la nueva Ley Forestal N° 31973, aprobada por el Congreso el 11 de enero de este año, que dejó desprotegidos los bosques. Por otro lado, de las actividades extractivas ilegales, que a veces juegan en pared con las legales, aunque se quiera negar. Eso, por cierto, dentro del marco neoliberal que se afianza cada vez más y nos engulle en todos los planos, no solo el económico.

Las razones culturales también son varias y merecen mención aparte. Se dice que se practican las quemas desde tiempos ancestrales, lo cual no está muy claro. Más bien, parece que si existían en el Perú precolombino, no eran de gran magnitud y eran controladas, pero se incrementaron luego de la invasión española, debido al interés en disponer de tierras, alterándose la cobertura vegetal, como se menciona en el libro "Historia Ambiental del Perú S. XVIII y XIX" (MINAM, 2016). Ahora, se las refiere con un tono señalador y un tufillo de discriminación, cuando más bien se les debe prestar la debida y seria atención, porque nos interpelan como una sociedad fragmentada, con poca intención de mirarse como un todo y forjar una gobernanza intercultural; y un racismo soterrado vigente. En algunos lugares se dice que es para llamar la lluvia; en otros, que es para que el ganado aumente o para abrigar a la Pachamama, etc. Todo esto tiene un sustrato antropológico que debe ser interpretado para entender procederes y comportamientos, cualesquiera que sean. Si solo se emiten juicios de valor y se dictan sanciones punitivas, como han expresado varios funcionarios, ligeramente y con escasos o nulos conocimientos científico-sociales o con una idea gaseosa de la diversidad y los procesos al respecto, lo único que se hará es crear temor y resistencia, y se acrecentará la ya amplia brecha de ilegitimidad del Estado ante sus ciudadanos. No caben solo las sanciones punitivas, sí las debe haber, pero también capacitación con enfoque intercultural para que los campesinos y agricultores interioricen los conceptos y se logren acuerdos consensuados y sostenibles en el tiempo. Esto ha fallado (y sigue fallando) mucho, desde las instituciones. Ayer, en una entrevista al Director de Ordenamiento Territorial del MINAM, se le preguntó al respecto y dijo que ellos hacen labor preventiva y habían alertado oficiando a los gobiernos locales, indicando que "se debe modificar el comportamiento de la población" y "hacer modificaciones normativas con sanciones" para que no se haga la quema. Le preguntaron varias veces “por qué no llega el mensaje", y divagó. Eso, aparte de las desatinadas declaraciones y el actuar del premier y la presidenta. Esta es una brecha histórica en el país, a la lúgubre luz incandescente de 15 muertos, miles de hectáreas quemadas y otras que siguen ardiendo y muchos animales muertos. Las consecuencias posteriores no se están previendo, y eso es grave.

Los fuegos son diversos en el Perú de hoy. Son la punta del iceberg de temas más complejos que requieren abordarse desde una mirada multidisciplinaria y ciudadana, aterrizando en la realidad y actuando consistentemente frente a los hechos. No es un problema de “malas prácticas de gente ignorante” o de la desatención del Estado, que sí es algo evidente en muchos campos y con un balance negativo desde que somos una república “independiente”. Es mucho más que eso. Si no, seguirán ardiendo no solo nuestros pastizales y bosques, sino también nuestra sociedad...

P.D.: Agradezco a Fernando Rubio, ingeniero forestal; Alejandro Chirinos, sociólogo; y Quirino Ibáñez, técnico agropecuario y campesino, por sus alcances.


[Foto de portada: Red AMA]


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