Esa es la pregunta muchos se han hecho a lo largo de los últimos años cuando estallaba un escándalo en el Congreso o se denunciaba los malos manejos de un alcalde, cambiaban a un ministro o la aprobación ciudadana del presidente bajaba abruptamente en las encuestas. Normalmente la pregunta es por qué eligen mal los demás, porque es más fácil detectar los errores ajenos que los propios.

Para el gurú de la derecha Aldo M., la responsabilidad de elegir malos gobernantes y congresistas la tiene lo que llama el “electarado”, es decir, aquellos que son mayoría y no votan por los candidatos del fujimorismo y de la derecha. Muy pocos se han fijado en cuál ha sido la actuación del parlamentario por quien votó. Más aún, la mayoría no sabe quiénes son los congresistas de su departamento y ha olvidado a qué congresista eligió.

Pero la pregunta encierra si no una falacia, al menos una imprecisión, porque los gobernantes y representantes elegidos son responsabilidad de, al menos, dos agentes: los electores y los partidos que escogieron a los candidatos y candidatas. Hay también otros como los publicistas que venden persuasivamente a los candidatos como si fueran jabones o cervezas; y los periodistas que, fingiendo neutralidad, trabajan solapadamente en favor de unos o de otros y terminan convenciendo a los desinformados.

¿Cómo somos los peruanos como electores? Desde siempre, la mayoría de los peruanos se desinteresa totalmente de la política porque, hoy más que ayer, ve a sus agentes -los políticos- como mentirosos, ladrones, incapaces, abusivos, ignorantes e hipócritas, que se dedican a pelearse y embarrarse entre sí. Las pruebas, aunque son abundantes, no demuestran que se pueda prescindir de ellos, porque en las sociedades actuales, no se puede prescindir del Estado, ese poder que pone orden y maneja nuestros impuestos; manejado por los políticos.

Hay una minoría consciente de la necesidad de elegir a gobernantes y representantes, pese a su pésimo o mediocre desempeño y, aunque sabe que su voto es infinitesimal, cree en la posibilidad de formar una voluntad general de la mayoría de peruanos y peruanas para elegir a los mejores, como timoneles de la nave del Estado. Según Hernán Chaparro esa esperanza débil, pero esperanza al fin, asoma entre los electores menores de 39 años.

Si, como enseña la máxima “información, es poder”, la mayoría de peruanos carecen de la información adecuada y, por tanto, no pueden elegir bien. Y no tienen la información porque la mitad de los peruanos y peruanas tienen que trabajar duro y no tienen tiempo para informarse, comprar un diario o una revista. La radio y la televisión pasan píldoras de la información que se necesita; porque todo se concentra en la crónica de asaltos y muertes, fútbol y espectáculos. Además, como prima la desconfianza en los políticos y los partidos sólo exhibe caras y lemas y no propuestas de solución factibles, la elección más se parece a una rifa.

Entonces, los peruanos, hasta los más informados, votan con una gran dosis de incertidumbre, porque, además, los políticos y los partidos cambian de bando (o banda) sorpresivamente, por no decir, oportunistamente, cuando ejercen el poder y el poder sobre las cosas y los hombres les hace creer que son superiores. Hace pocos días, antes del cierre del padrón de afiliados de los partidos, se ha visto una feria del transfuguismo con gente que pretende renovarse cambiando de camiseta por tercera o cuarta vez.

¿Se puede medir el desinterés de la política y el rechazo a los políticos? Una forma de hacerlo es viendo las respuestas que da la gente en las encuestas cuando le preguntan si confía en los partidos, si pertenece a alguno de ellos. Los peruanos figuramos al fondo del ranking en Latinoamérica en cuanto a confianza en los partidos y, más aún, en nuestras convicciones democráticas. Hay ls que preferirían la mano dura de un dictador para enderezar las cosas.

Otra manera es ver cuánta gente no va a votar o. Así, por ejemplo, en las elecciones del 2011, 2016 y 2021 la cantidad de gente que no fue a votar fue el 16.3 %, 18.2 % y el 30 %, respectivamente. Es decir, la cantidad ha ido creciendo, hasta llegar a 7.5 millones que no votaron en abril del 2021. Además, si nos fijamos en cuánta gente votó en blanco o anuló su voto en la elección de congresistas en el 2021, veremos que la institución clave de la democracia moderna, es decir, la representación, se debate en una profunda crisis, pues, el 30.1 % de los electores no eligió a nadie para representarlo. En otras palabras, de los 25.3 millones llamados a votar, sólo 12.4 eligieron a los congresistas. Algunos especialistas calculan que esas cifras aumentarán en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias.

¿Cómo votamos los peruanos? Como el voto es obligatorio, para la mayoría se ha convertido en un acto rutinario, casi automático. En realidad, no votamos por los que quisiéramos, sino por los candidatos que ponen los partidos, fachadas sin ideas ni programas, convertidos en vientres de alquiler que venden sus candidaturas ofrecen pulpa, pero han demostrado que ponen mucho pellejo y huesos en sus listas.

Muchos votan por el mismo partido o el mismo símbolo desde hace años y por lo menos una quinta parte de los que votan se deciden en la cola de votación. La mayoría le hace caso a la gente de confianza de su entorno o por quien más propaganda ha hecho y le “suenan” los nombres de algunos candidatos. Otros votan por las caras, o por los gestos de los y las candidatas, otros porque los vieron hablar bonito y se convencieron. No falta aquellos que votan por unos por no votar por otros, es decir votan por A para que B no gane. Se ha hecho frecuente votar por el mal menor, aquel que parece menos incapaz o menos hablador o menos corrupto que los demás; es decir votan porque “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, rindiéndose ante lo que creen es un destino trazado por los dioses desde los tiempos de la Conquista. Finalmente, hay los que votan con miedo, porque como Kahneman y Tversky demostraron, se fijan más en las posibles pérdidas que traiga su decisión que en las ganancias ofrecidas; sin contar con los que, sin dudas, ni vergüenza escogen al corrupto, con la disculpa de “roba, pero hace obra”.

En conclusión, los peruanos votamos con el hígado, el corazón o los riñones, pero no con la cabeza. En otras palabras, los peruanos no somos electores racionales, conscientes, informados, que ponen en una balanza imaginaria los discursos y las conductas de los candidatos; las promesas y la dimensión de los problemas; las promesas del futuro y el pasado del que postula; los costos y los beneficios de las ofertas de un partido; la propaganda y el historial del partido.

El cambio de época que trajo la revolución tecnológica, ha traído al homo videns (al menos entre los jóvenes de las grandes ciudades) quien cree que sólo existe lo que ha pasado por la televisión o las redes sociales y, por tanto, sus decisiones tienen que ver con las imágenes de candidatos y candidatas que observen en los días previos a la jornada electoral. Obviamente, los tres o cuatro candidatos que más aparecen en la televisión (invitados por los editores que quieren direccionar la votación) reciben la mayor cantidad de votos. Pero no hay que olvidar que los jóvenes que habitan en las redes sociales también tienen la capacidad de verificar que no le pasen gato por liebre. Esto, como se verá, está influyendo crecientemente en las decisiones sobre votar o no votar; o si anular o votar en blanco; o por cuál lista votar.


[Foto de portada: Andina]


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