En los procesos de encierro en las primeras instituciones psiquiátricas en Perú, hubo una lógica de control social y ejercicio del poder de parte de las familias, señaló, en La Mula TV, el historiador Andrés Ríos Molina, autor de “Locura y psiquiatría en el Perú (1859-1947). Instituciones, miradas, juicios y prejuicios” (UNMSM/UNAM, 2023).

En el programa “El Arriero”, Ríos Molina mencionó que uno de los primeros datos que le llamó la atención cuando inició su investigación es que “la gran mayoría de los que entraban, tanto al cercado primero como al Larco Herrera, eran enviados por la Policía en un porcentaje alto que podía ser el 40%”.

“Yo que he revisado material para México y Colombia, donde no era la Policía, eran las familias principalmente, familias que querían deshacerse o no sabían qué hacer con algún pariente loco. En Lima, era la Policía. Había toda una lógica de control social en todo este proceso de encierro, sobre todo contra los extranjeros que vivían en condición de calle, que de pronto caían en el alcoholismo y terminaban viviendo en la indigencia. La Policía los agarraba y los ponía en las puertas del hospital. De hecho, las monjas cuestionaban eso porque por lo menos necesitaban saber el nombre y su lugar de origen”, dijo el historiador.

En entrevista con Javier Torres, el autor resaltó que había una diversidad de experiencias y personas detrás de la gran categoría de “locura”. Había personas que tenían alguna patología evidente, una esquizofrenia o un retraso mental; y personas con niveles altos de alcoholismo. También había personajes transgresores, como hombres que peleaban en la calle cuando se alcoholizaban o provocaban daños en propiedad ajena. En el caso de las mujeres, precisó, se encerraba a aquellas que rompían con el canon de ser mujer.

“Eran las que cuestionaban la autoridad del padre, las que no obedecían, las que eran rebeldes. Eran rebeldías que llegaban a que se encerraban varios días, que no querían comer, gritaban; entonces, ya cuando no era posible controlar a estas niñas desde la disciplina familiar, seguía la disciplina psiquiátrica; es decir, la gente veía la institución psiquiátrica como una continuación de la disciplina familiar. Lo que yo no pude hacer, que lo hagan en la institución psiquiátrica. Se asumía como castigo”, afirmó.

Esto no solo ocurría en Perú, sino que era general. Antes de 1920, no había absolutamente nada para tratar a los pacientes psiquiátricos, solo les daban bromuro, opio, café, los bañaban con agua fría y caliente o les daban buena dieta.

“El encierro se consideraba como la única terapéutica. Los aislaban de la familia, donde estaban los problemas. Hay historias en las que el paciente llegaba y cuando la familia lo visitaba se ponía loco, entonces decían que había que mantenerlo aislado de la familia. En aquella época, era lo único que se hacía”, dijo.

En ese sentido, sostuvo que “el encierro está muy vinculado con el ejercicio del poder, pero no el poder del Estado propiamente, sino también el poder de la familia”. Por ejemplo, mencionó el caso de Paz Soldán, quien decía ver espíritus que le hablaban y jugaban con él, y sostuvo su delirio hasta el final. Él ingresó y salió del centro psiquiátrico porque la familia decidió encerrarlo, pero luego el papá, que era un hombre poderoso, se lo llevó porque se hizo cargo de él.

Con estos casos, sostuvo Ríos Molina, la institución psiquiátrica se muestra como un escenario muy diverso. Las investigaciones históricas más recientes están demostrando la diversidad de pacientes e historias en las instituciones psiquiátricas, agregó el autor.

Ríos Molina mención que su interés por estudiar este tema se motivó en que buscaba una perspectiva regional sobre cómo la psiquiatría llegó y se empezó a relacionar con nuestra sociedad. Se concentró en Perú por personajes como Hemilio Valdizán y Honorio Delgado, y el Hospital Víctor Larco Herrera, referentes de para la psiquiatría latinoamericana.

Mira la entrevista completa aquí:


[Foto de portada: El Peruano]


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