De tanto repetirse en la radio y en la tele, la falacia se está asentando como si fuera una verdad sólida: “los electores tienen la culpa de la crisis política porque han elegido mal”. En realidad, la única y sólida verdad es que los electores sólo pueden elegir entre los candidatos que ponen los “partidos”. Y lo que nos ofrecen es menudencia, cartílagos, puro hueso y hasta carne podrida. Los resultados están a la vista: empobrecimiento, delincuencia y corrupción al galope.

No es necesario abundar en las características de la mayoría de gobernantes (presidenta, gabinete, gobernadores, alcaldes) y de representantes (congresistas, consejeros y regidores) que están destruyendo la escasa institucionalidad que daba un cierto orden a la República y que vemos descender a nivel, ya no bananero, sino africano. De los improvisados y oportunistas, se ha descendido a los ignaros y negociantes y peor, a los incapaces y corruptos. La gente del común se pregunta con vergüenza ajena ¿cómo tenemos ese nivel de alcaldes o congresistas? Hay, por supuesto, honrosas excepciones que todos conocen y que pertenecen a distintos grupos políticos o son independientes.

Son pocos los ilusos que creen que con la creación del Senado las cosas mejorarán. Si uno revisa la conformación de las directivas de los nuevos “partidos” (varios parientes y nombres que se repiten en varios cargos), sin ideas, con programas que son de una generalidad estratosférica, más preocupados de armar sus listas de candidatos que, se dijera, en discutir las salidas a los problemas, nada ni nadie garantiza que las próximas elecciones tengan resultados distintos a las del último cuarto de siglo.

Pero esta nota no quiere ni puede profundizar en las causas y menos en los remedios para tan tremenda y grave crisis. Apenas quiere plantear al debate una reforma electoral pensada, ya no desde la perspectiva de cómo reforzar a los partidos y reconstruir el sistema político, sino desde la perspectiva de los electores comunes y corrientes.

Como se sabe, de los 26 millones de electores, de cinco a seis -más o menos- están absolutamente desinteresados de la política y los políticos (aunque los padecen) y por costumbre no acuden a votar. De los 20 millones restantes, tres se interesan por la vida política ya sea porque les guste o porque la detestan y acuden a votar o aceptan ser miembros de mesa o personeros de las listas presentadas. De los 17 millones que quedan, al menos cuatro (hay encuestas sobre eso) deciden su voto el mismo día de la elección o en la cola y ya se imaginan cómo será ese voto si ni siquiera conocen la oferta de candidatos y otros cuatro o cinco, votan blanco o nulo. En resumen, alrededor de diez millones de peruanas y peruanos, agobiados por sus problemas económicos y familiares y las traiciones y abuso de confianza de los políticos no les va ni les viene lo que decida la mayoría en la jornada electoral.

Como hace rato no tenemos partidos con doctrina, programas, planes de gobierno, escuelas internas, la campaña electoral futura va a ser un bombardeo no de ideas ni propuestas de soluciones a los problemas, sino de publicidad chata y repetitiva, es decir caras, caretas y slogans y jingles pegajosos. Hace rato que los mítines políticos, donde había discursos e ideas (una gran tradición en Chile o Uruguay) se convirtieron en conciertos de cumbia y reguetón, como se hace en Centroamérica. Más aún, con las redes sociales de internet, los mítines serán cosa del pasado. Toda la publicidad se volcará a los teléfonos celulares, mezclada con música, chistes, calatas, fútbol y cadenas de oración. En esas circunstancias, ¿cómo puede informarse bien un elector? Difícil, no?

Otra cosa pasa en Chile, Argentina, Estados Unidos, Japón o España, donde la mitad de los electores se interesan en política, con partidos bien organizados, con doctrina, programas y tradición, las campañas son sostenidas por millones de militantes de los partidos, que tratan de ganar la preferencia de los electores no sólo con la publicidad sino con el convencimiento puerta a puerta, persona a persona. Esos son los sistemas de partidos que funcionan.

En las próximas elecciones generales puede haber 30 listas de candidatos que, serán una jungla enrevesada, oscura y peligrosa. ¿Cómo pasar del elector que pasivamente se somete a las decisiones de las cúpulas partidarias que han escogido a las listas de candidatos, a una postura más activa y verdaderamente decisoria?

Desde las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1978 se aplica el doble voto preferencial en las elecciones parlamentarias. Pero el voto preferencial sólo es válido dentro de una lista. Y aunque el elector cree haber votado por los mejores, al haber votado por toda la lista, sin querer está votando también por el hueso, los nervios y el sebo que pusieron más plata en la campaña o salieron más por la tele o la radio.

La reforma que se propone va más allá del voto preferencial dentro de una lista parlamentaria. Le otorgaría al elector el derecho de escoger a sus representantes ante el Congreso no sólo en una lista sino entre todas las listas de candidatos. ¿Cómo? Por ejemplo, si un elector de Piura o La Libertad debe votar por la lista de un partido y escoger a dos entre los siete candidatos (porque siete congresistas les corresponden a Piura y La Libertad), esta reforma le permitiría escoger a sus siete representantes entre todos los grupos o listas de candidatos. Lo mismo pasaría con los electores de Junín, Cusco y Puno que elegirían a cinco o los de Arequipa que le corresponde seis. Si un elector quiere escoger a todos los candidatos del partido de su preferencia, podría hacerlo; pero si durante la campaña vio a dos o tres candidatos interesantes de otras listas partidarias, tendría la libertad de escogerlos. Saldrían elegidos los candidatos más votados de todos los distritos electorales y ya no sería necesario usar la fórmula D’Hondt y la cifra repartidora para repartir las curules por partidos. Inclusive no sería necesaria la valla del cinco por ciento de votos congresales para aspirar a una curul.

Sería un vuelco total, porque el elector podría traspasar los límites de las listas para escoger a los que considere mejores, ya sea por su experiencia, sus ideas, sus discursos, su simpatía, sus propuestas o su honestidad. Porque en estas circunstancias en que todos los grupos se parecen, y la desconfianza es abrumadora, ninguno puede darse el lujo de concentrar a los mejores, sino que éstos estarán repartidos en muchas listas. De manera que el elector, haciendo ejercicio de su libertad puede optar por varias banderas y símbolos escogiendo a todos o sólo a algunos que considere que pasa su valla subjetiva de la calidad. El resultado sería que entrarían al Congreso los que conquisten más votos de todos los distritos electorales y no se verían el espectáculo de hoy con congresistas elegidos por dos puñados de votos preferenciales. Y es muy posible que los que hoy son la excepción, crezcan en número, siempre y cuando los honestos y capaces quieran ensuciarse los zapatos y ser candidatos y candidatas.

Ojalá que esta propuesta sea admitida a debate por expertos, periodistas y políticos, para que luego, la población pueda ser enterada.


[Foto de portada: Andina]


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