Pachayatiña/Pachayachay, proyecto binacional liderado en Perú por el Senamhi, Helvetas y Predes, propone mejorar la comprensión de los procesos del comportamiento climático, los servicios climáticos, el uso de la información adecuada a las demandas de los agricultores y generar herramientas para la gestión del riesgo de la sequía.
Puno es famoso por su historia prehispánica y colonial, su flora y fauna, el Lago Titicaca, sus ecosistemas, sus fiestas, su legado cultural y sus destinos turísticos. Pero también es conocida su vulnerabilidad ante las heladas, granizadas y sequías. Cada año, algunos de sus pueblos reciben ayuda humanitaria desde diversas zonas del país debido a las inclemencias del clima; ante estas ocurrencias el Estado declara emergencias y hace campañas reactivas para ayudar a peruanas y peruanos de esta región. Esto último es coyuntural, ciertamente ayuda en el momento, pero ¿no sería mejor tener planes y estrategias de prevención de largo plazo?
Durante los últimos 40 años, los episodios de sequía más extremos en nuestro país se registraron en 1983 y en 1992. La sequía de 1992 provocó pérdidas en la producción agropecuaria de 15% al 58% principalmente en la región Puno. A finales de 2016, el gobierno de entonces declaró la emergencia por el déficit hídrico para la agricultura en ocho regiones del país, incluido Puno.
Según un estudio elaborado por el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi), en la región Puno se han identificado 10 años secos antes de 1960. La sequía más prolongada fue en 1940, que duró hasta 1947 y coincidió con El Niño de 1940-1941. Las sequías de 1966, 1983 y 1992 tuvieron un mayor alcance regional (más del 50% de las estaciones meteorológicas reportaron deficiencias) y coincidieron con un calentamiento de la temperatura superficial del mar; en tanto que la de 1990 estuvo relacionada con condiciones neutras en la Región Niño 3.4 (Pacífico Central).
Por otro lado, la recurrencia de sequías en promedio en toda la región Puno es de menos de cuatro años; para las sequías moderadas, más de seis años; para las sequías severas, más de 15 años y para las sequías extremas más de 25 años. Además, las sequías son más recurrentes en el centro-norte del departamento. Y en cuanto a las tendencias de las sequías (1964-2019), en la mayoría de estaciones meteorológicas esta tendencia no es significativa, es decir, según los datos observados no hay evidencia de cambios abruptos; sin embargo, se observa un patrón hacia condiciones más húmedas al norte y hacia condiciones más secas al sur de Puno.
A esto se añade la publicación de la primera parte del Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, en el que se señala –entre otros aspectos– que la crisis climática intensificará el ciclo hidrológico con una mayor intensidad de las precipitaciones y las inundaciones asociadas, por un lado, y una mayor frecuencia de sequías en el sur de Centroamérica y en Sudamérica, por el otro.
El reciente monitoreo y previsión del Senamhi no descarta que en la primavera del 2021, estación en la que inicia la temporada de veranillos en la sierra sur, y ante el inicio de un nuevo evento de La Niña en el Pacífico Central (probablemente entre débil y moderada), estas condiciones puedan incidir en acentuar condiciones particularmente secas, principalmente en la sierra sur, similar a las condiciones suscitadas también en la primavera de 2020. Si bien una sequía puede generar grandes estragos, ella es silenciosa, lo que la hace más peligrosa, y por ende, es necesario establecer estrategias de prevención ante los riesgos que conlleva.
La región Puno cuenta con un clima semiárido entre abril y noviembre (llueve muy poco), lo que representa un problema crítico para la disponibilidad de pastizales durante la mayor parte del año. Además, hay una tendencia a menor cantidad de lluvia que condiciona la ocurrencia de sequías durante eventos del Fenómeno de El Niño. El altiplano es la zona con mayor vulnerabilidad a los días secos (el impacto de éstos es más evidente entre setiembre y noviembre). Debido a la variabilidad climática, las siembras y cosechas agrícolas (Puno es la región con la más alta producción de papa, quinua, oca, entre otros productos) ya no tienen la misma periodicidad de antes, y no se trata de que solo cambie el inicio de las temporadas de lluvias, sino que también ha aumentado la intensidad de éstas, y a ello se suman temporadas secas más fuertes.
“Antes, la temporada seca podía durar tres meses, con algunos momentos de lluvia; ahora puede durar cuatro meses y con menos lluvia. Eso es el cambio climático, pero nosotros nos estamos preparando, con nuestro saber ancestral y con el proyecto Pachayatiña/Pachayachay”, dice Betty Chuquicallata, puneña quechua del distrito de Taraco (provincia de Huancané).
El distrito de Taraco sufre la falta de agua dulce. Sus habitantes cuentan con pozos de agua, pero la mayoría de ellos no son aptos para consumo humano. “Tenemos que recurrir a otras zonas para traer agua dulce”, cuenta Betty, quien además es una de las promotoras de campo de este proyecto. Ella narra que deben caminar entre 7 y 8 kilómetros durante una hora en busca de conocidos de otras zonas que tengan agua dulce. A ellos les piden que compartan agua a cambio de algunas frutas, panes u otros productos.
Las temporadas secas se perciben con dureza en esta pampa ubicada a 3,800 metros sobre el nivel del mar. Betty nos habla con preocupación: “Sin lluvia, sin agua, afecta principalmente a la ganadería, porque los pastos están secos y no crece tanta alfalfa, forraje. Por eso es que los comuneros hacen sus pozos y aprovechan los meses de lluvia para recolectar el agua”, añade.
Isidro Pari, yachachiq y productor agrícola de Pusi (provincia de Huancané), recuerda la sequía de 2016: “Los granos ya no producían. Hubo muy poca producción de papa y mucha pérdida de quinua, así como de forraje para los animales”, narra. Él, que se dedica a la crianza de ovinos, cuyes, gallinas, porcinos y vacunos (mayormente para consumo familiar) tuvo que cultivar flores amarillas para venderlas durante las festividades.
Pusi se encuentra a 2 kilómetros del lago Titicaca, a 3,825 metros sobre el nivel del mar. Tiene un promedio de 9 mil habitantes, la mayoría de ellos, adultos mayores, pues los jóvenes aprovechan la cercanía con Juliaca para viajar a esta ciudad para desarrollar otro tipo de actividades, aunque según Isidro suelen regresar para la campaña agrícola. Pusi, al igual que los otros distritos pilotos del proyecto , también es una zona agropecuaria.
Por su parte, Aldo Coila, joven yachachiq y también productor del distrito de Mañazo (provincia de Puno), comenta que la sequía es un enemigo casi invisible para ellos. En su distrito, ubicado a 4,900 metros sobre el nivel del mar y con aproximadamente 5 mil habitantes, se dedican exclusivamente a la ganadería y la agricultura. Cosechan algunas variedades de papa, quinua, cebada, avena y habas. Además, crían llamas, alpacas, ovejas y vacas. No en vano, dice Aldo, Mañazo es conocida como “la cuenca lechera”. “Esa es su fuente de economía. Con eso educan a sus hijos, eso es el sostén de su familia”, enfatiza.
Sin embargo, estas actividades no son tan sencillas en el altiplano debido a las inclemencias del tiempo. “En la zona alta de Mañazo es 100% ganadería. Allá no se hace agricultura porque hay demasiado frío, nada crece allí”, comenta, y añade que sus paisanos deben ingeniárselas para trabajar con la poca agua de la que disponen. “En las zonas altas hay ojos de agua, y pueden atender a sus animales”, subraya.
Prevenir para actuar ante la sequía
Pachayatiña/Pachayachay, el proyecto al que se refiere Betty, busca reducir el riesgo de sequía en el contexto del cambio climático en el sector agropecuario de cuatro distritos de Puno: Taraco y Pusi (provincia de Huancané), Mañazo (provincia de Puno) e Ilave (provincia de El Collao), donde gran parte de la población depende de la agricultura, mayormente de pequeña escala, y que se ve expuesta permanentemente a eventos de déficit hídrico que, en determinados años, llegó a niveles de sequía y afectó la producción y economía de las familias.
El nombre corto del proyecto significa Saberes de la Tierra, tanto en aimara como en quechua , respectivamente, y fue nombrado así para hacerlo más próximo a las comunidades locales de Puno. “La idea principal del proyecto ha sido generar y reforzar herramientas para la gestión del riesgo y la estrategia de comunicación científica relevante para la toma de decisiones en poblaciones expuestas a eventos climáticos extremos, como es la sequía, con un enfoque transversal de interculturalidad y de género”, dice Grinia Avalos Roldán, subdirectora de Predicción Climática del Senamhi. Y añade: “La lógica es generar información técnica-científica tendiendo puentes con las comunidades, tomando en cuenta sus conocimientos y saberes sobre el clima, el tiempo, con énfasis en la sequía”. En efecto, para un proyecto de gestión de riesgos climáticos como es Pachayatiña/Pachayachay, es importante trabajar con un enfoque intercultural que incorpore los conocimientos de las peruanas y peruanos que viven en el altiplano.
El agua –continúa Avalos– es uno de los recursos que será muy escaso en los próximos años. “Al alterarse los patrones de lluvia, el régimen hidrológico también variará; por lo tanto, no habrá la misma disponibilidad de agua dulce. Son necesarias buenas prácticas como la siembra y cosecha de agua y su uso racional; es necesario una mejor comprensión del riesgo de desastres y todas sus dimensiones en un contexto de cambio climático”.
“No es fácil predecir una sequía a tiempo o muy tempranamente. Las acciones que se puedan tomar son, a veces, demasiado endebles frente a semejante fenómeno que puede afectar a toda la zona sur del Perú. A eso se le suma el gran desafío de convencer a las personas de que el agua que tiene ahora no la tendrá próximamente en igual cantidad y en igual oportunidad de acceso”, señala Omar Varillas, asesor técnico en gestión de recursos hídricos y cambio climático de Helvetas Perú, y también uno de los responsables del proyecto.
La sequía es “un evento climático extremo de origen natural, que resulta de la deficiencia de lluvias considerablemente inferiores a los normales registrados, generando impactos negativos asociados a la vulnerabilidad de los sistemas expuestos. Cuando este evento se prolonga en el tiempo (meses y años), la disponibilidad de agua llega a ser insuficiente para satisfacer la demanda habitual de la sociedad y del ambiente; es así que, las sequías pueden clasificarse en meteorológica, agrícola, hidrológica, socioeconómica y ecológica” (Senamhi 2018).
El cambio climático es una realidad, y nuestro país es uno de los más vulnerables. Según el Tyndall Center de la Universidad de Manchester, en los próximos 30 años contaremos solo con el 60% del agua potable que se dispone ahora, lo que causará una grave escasez del recurso. El Perú cuenta con una Ley Marco de cambio Climático, un Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático y una Estrategia Nacional ante el Cambio Climático al 2050, que es el principal instrumento de gestión integral del cambio climático que orienta y facilita la acción de cambio climático del Estado a nivel nacional, regional y local a largo plazo. En cuanto a la sequía, se cuenta con la Comisión Nacional de Lucha contra la Desertificación y Sequía (Conaldes), liderada por el sector Ambiente, y la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación y la Sequía 2016-2030. Además, en el 2020 se presentó ante la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD) las metas voluntarias para luchar contra la desertificación y la sequía. Estos instrumentos dan señal de avance, y lo que toca es actuar.
Los efectos de la variabilidad climática, como la sequía, deben ser prevenidos y gestionados. No se puede seguir actuando sólo de manera reactiva, cuando ya ocurrieron. De lo que se trata es de elaborar y ejecutar planes de largo plazo, procesos planificados, participativos, de identificación y prevención de riesgos. Y es aquí donde radica la importancia de Pachayatiña/Pachayachay El objetivo es contribuir a reducir el riesgo de pérdidas agropecuarias como consecuencia de la sequía, en un contexto de variabilidad y cambio climático en el altiplano peruano, y así aumentar la capacidad de prevención, preparación y respuesta de entidades públicas con competencias sectoriales en agricultura, en niveles de gobierno nacional y subnacional, y de actores sociales y poblaciones de territorios priorizados.
La prevención significa un trabajo planificado, de largo aliento, que pasa por la gestión del territorio en lo físico, social, económico y cultural y el conocimiento de los escenarios de riesgo. Es una herramienta fundamental para identificar, prevenir y reducir los riesgos de una sequía. Por un lado, los planes de prevención permiten orientar y ejecutar de manera estratégica y planificada acciones, actividades y proyectos de inversión; por el otro, hacen posible dar una solución permanente al problema de riesgo que se ha identificado, que es completamente diferente a las acciones reactivas como es llevar semillas, atender la emergencia o el desastre, llevando artículos, alimentos, entre otros. Prevenir tiene mucho que ver con el tema de planeamiento de gestión y desarrollo del territorio.
Esto hace posible evaluar las capacidades presupuestales logísticas institucionales y de recursos humanos que tienen las entidades locales para hacer frente a riesgos determinados. Además, sirve de insumo para los planes de desarrollo local y regional, concertado en lo que se refiere al tema agropecuario.
Tres componentes
El proyecto se ha basado en tres grandes componentes con el fin de vincular la ciencia (servicios climáticos), la política (gobernanza) y la acción (medidas y prácticas) frente a los peligros de las sequías causadas por las variaciones climáticas.
El primero es comprender la amenaza, la vulnerabilidad y el riesgo de sequías a nivel local, que tiene manifestaciones lentas e impactos progresivos. Esto como consecuencia de que hay interpretaciones distintas sobre cuándo una situación puede ser catalogada como sequía (meteorológicas, hidrológicas, agrícolas o socioeconómicas), dependiendo de su duración, intensidad y frecuencia. De esta manera el proyecto se alinea con la prioridad 1 del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030: comprender el riesgo de desastres.
Las alertas de sequía requieren construirse desde la realidad del usuario y del marco de decisión y acción que le corresponde. Un gran desafío es lograr una comprensión común entre el Senamhi y los sectores usuarios y establecer conjuntamente los índices más pertinentes para cada uno de ellos, para hacer el monitoreo y pronóstico de sequías a la medida de cada sector, pero también el análisis del riesgo, integrando información sobre elementos expuestos, su vulnerabilidad y fragilidad. Sin duda, un trabajo conjunto que considere cuándo un retraso en los inicios de los periodos de lluvia podría devenir en una sequía ayudará a diseñar sistemas de alerta temprana funcionales y más eficaces para los usuarios agrícolas.
En este componente se determina el peligro y la caracterización de la sequía a partir del fortalecimiento del servicio climático. “El Senamhi ha hecho un enorme esfuerzo en fortalecer sus capacidades para la generación de servicios climáticos, adoptando metodologías y automatizando procesos para la construcción de índices que permitan caracterizar las sequías meteorológicas y agrícolas, además de mejorar procesos para la vigilancia y monitoreo de este peligro”, dice Katerin Cristobal, responsable de este componente.
Esto constituye un importante insumo para la generación de las herramientas de gestión del riesgo (escenarios de riesgos, servicios de alerta temprana y planes locales de prevención y reducción de riesgos ante las sequías). “Esto va de la mano con el rescate y revaloración de los saberes ancestrales, a través de la recopilación y el monitoreo de las señas o indicadores naturales por parte de las sabias y sabios del Ande, que permitan construir un pronóstico conjunto de sequías (un campo todavía en investigación)”, añade.
El proyecto también implicó conocer mejor al usuario, su contexto y sus necesidades de información para adaptar los servicios a su realidad. Esto se dio, apunta Cristobal, “a través de talleres climáticos en campo, espacios de intercambio de conocimientos para una mejor comprensión de la información y su utilidad; así como de estrategias comunicacionales para la provisión de la información mediante radios locales, mensajes de texto a celulares y WhatsApp –en quechua, aimara y español– con el fin de asegurar el acceso a la información de manera oportuna y adecuada”.
En estas acciones se tomó en cuenta el enfoque intercultural de manera transversal y se contó con aliados estratégicos como las emisoras radiales (Onda Azul, Pachamama, La Decana Radio Juliaca y Sol de los Andes), los tambos (Programa Nacional PAIS), la Dirección Regional de Agricultura de Puno, el Gobierno Regional de Puno, el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA), el Servicio Nacional de Sanidad Agraria (Senasa), el Programa de Desarrollo Productivo Agrario Rural (Agrorural), autoridades locales, líderes campesinos, yachachiqs y yatichiris, la academia, entre otros.
En efecto, esto pasa por conocer el territorio, los campos, los tipos de suelos, la geografía; gestionar el territorio en lo físico, social y económico. Conocer y comprender el riesgo para tomar decisiones.
El segundo es fortalecer la gobernanza en torno a la gestión del riesgo de sequías prioritariamente en el sector agropecuario. Si bien los gobiernos nacionales y subnacionales suelen actuar recién ante situaciones de emergencia, tras el periodo en que se ha desarrollado este proyecto se percibe una gestión prospectiva para prevenir, reducir el riesgo y prepararse mejor para afrontar las sequías mediante mecanismos y herramientas de coordinación interinstitucionales. Esto se centra en la prioridad 2 de Sendai: fortalecer la gobernanza del riesgo de desastres para gestionarlo.
La gobernanza del riesgo de desastres es de gran importancia para la prevención, la mitigación, la preparación, la respuesta, la recuperación y la rehabilitación. Se fomenta la colaboración y la formación de alianzas.
En Perú se ha conformado un Grupo Especializado de Trabajo ante Sequías, integrado por diversas entidades vinculadas a la gestión de los recursos hídricos y el riesgo de desastres, en el cual participa el Senamhi, que ha desarrollado una plataforma de información multisectorial denominada Observatorio Nacional de Sequías para facilitar el seguimiento y la toma de decisiones. Sin embargo, es necesario clarificar los roles institucionales, así como los procedimientos operativos para fortalecer la coordinación y articulación intersectorial e intergubernamental, y facilitar los procesos de toma de decisiones concertadas. Coordinaciones que deberán nutrirse en todos los casos de la realidad que se vive en los niveles locales, involucrando a actores sociales organizados, en la que la experiencia de Pachayatiña/Pachayachay busca contribuir.
En este componente se ha avanzado en el estudio de escenarios de riesgo de sequía para Puno, lo que permite identificar las zonas de mayor vulnerabilidad o mayor exposición a la sequía en el altiplano. Esto permite que el gobierno regional pueda solicitar al Estado ayuda de manera preventiva para hacer frente a esa vulnerabilidad, a partir del cual también se ha elaborado el Plan de Prevención y Reducción del Riesgo de Sequía en el Sector Agrario de la región, con apoyo del proyecto.
Esto es resaltado por Gilberto Romero, presidente del Centro de Estudios y Prevención de Desastres (Predes): “Antes no se tenía en el país un escenario de riesgo de sequía ni tampoco una metodología para hacerlo. El organismo encargado de estos temas, de desarrollar lineamientos y metodologías para escenarios es el Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres (Cenepred). Entonces, había desarrollado para varios otros tipos de fenómenos sismos, inundaciones, huaycos, etc, pero no para el tema de sequías. Esto ha servido para trazar una línea que se debe continuar desarrollando porque lo que hemos hecho no es lo máximo que se puede hacer”.
“El desafío de los escenarios tiene que ver con que brinda la información clave para poder identificar las zonas de intervención en función a la magnitud de vulnerabilidad que esto representa”, agrega.
Finalmente, de acuerdo con las prioridades 3 y 4 de Sendai, el tercer componente es invertir en la reducción del riesgo de desastres y la resiliencia asociada a sequías, y aumentar la preparación a través del diseño e implementación de medidas piloto de corto, mediano y largo plazo en territorios priorizados a partir de servicios climáticos construidos y hechos a la medida de su realidad, y movilizando capacidades de las instituciones locales y organizaciones sociales.
De hecho, las inversiones públicas y privadas para la prevención y la reducción del riesgo de desastres mediante medidas estructurales y no estructurales son esenciales para aumentar la resiliencia, económica, social, sanitaria y cultural de las personas, así como del medio ambiente. Además, el crecimiento constante del riesgo de desastres pone de manifiesto la necesidad de fortalecer aún más la preparación para casos de desastres, adoptar medidas con anticipación a los acontecimientos y asegurar que se cuente con la capacidad suficiente para una respuesta y una recuperación eficaz a todo nivel. La fase de recuperación, rehabilitación y reconstrucción es una oportunidad fundamental para reconstruir mejor, entre otras cosas mediante la integración de la reducción del riesgo de desastres en las medidas de desarrollo.
Omar Varillas detalla que se ha logrado integrar iniciativas piloto, como concursos campesinos en las campañas agrícolas, en las que se generaron medidas para luego poder ser incorporadas en los proyectos de inversión pública. Mientras que el sistema de alerta temprana es usado como una poderosa herramienta para poder desarrollar un mecanismo de monitoreo, seguimiento, información y generación de capacidad de respuesta frente a las sequías y a las temporadas de lluvia. Este tercer componente del proyecto es lo que las organizaciones que lideran el plan han denominado “el componente de puesta a tierra o puesta a prueba de un conjunto de iniciativas piloto”. “Ahí lo que nosotros hemos tratado de construir son iniciativas locales de gestión de riesgo ante la sequía, a través de planes de prevención y reducción de riesgo”, subraya.
“El sistema de alerta temprana (SAT) ha sido creado en el mundo para alertar con anticipación sobre eventos que pueden presentarse y que se pueden detectar con un cierto tiempo de anticipación. Y entonces hay instituciones científicas que hacen seguimiento, monitorean estos fenómenos cuando detectan que ya se está formando o ya se va a producir, hace funcionar todo el sistema de comunicaciones hacia los que tienen que ver con las decisiones y con salvar a la población. Entonces, se hizo para salvar a la población ni siquiera para salvar los bienes, los medios de vida, nada, simplemente para salvar a la población. Lo novedoso de esta alerta en el proyecto Pachayatiña/Pachayachay es que se hizo muy creativamente para un evento de la sequía, para que la población recibiera información del Senamhi a través de los gobiernos regionales y los campesinos productores puedan tomar decisiones para ver cómo salvan sus sembríos, sus cosechas o qué medida podían tomar dependiendo de en qué momento le dan el anuncio, si cuando recién están sembrando o cuando ya tienen cultivos instalados ya cuatro meses y entonces ya con eso van a actuar”, resalta Gilberto Romero.
El Marco de Sendai va de la mano con otros acuerdos de la Agenda 2030, tales como el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, la Agenda de Acción de Addis Abeba sobre Financiamiento para el Desarrollo, la Nueva Agenda Urbana y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Este marco recibió el respaldo de la Asamblea General de la ONU después de la tercera Conferencia Mundial sobre la Reducción del Riesgo de Desastres (WCDRR, por sus siglas en inglés), celebrada en 2015.
Los beneficiarios
Si el proyecto ha trabajado con algunas comunidades de los distritos de Taraco, Pusi, Ilave y Puno no significa que estas hayan sido elegidas al azar. De hecho, su condición de pobreza y la producción agrícola para la subsistencia los convierte en vulnerables, y eso sería suficiente para ser parte del programa. Sin embargo, la historia es que los promotores de Pachayatiña/Pachayachay recorrieron distintas zonas quechuas y aimaras de la región difundiendo lo que se quería hacer a la vez que se recogía las demandas de las puneñas y puneños. Participaron las comunidades que estuvieron interesadas y dispuestas a trabajar con los especialistas del proyecto.
Claudio Ramos, responsable local del proyecto en Puno, cuenta que lo primero que se hizo fue visitar a las comunidades para responder a las interrogantes de los agricultores: “El hecho de caminar por diferentes distritos fue una buena manera de promover el proyecto, y acogimos a las comunidades que estaban interesadas en los ejes que explicábamos”.
Los participantes –agricultores, productores, comuneros– lo han hecho en familia, pues esta es la unidad de organización fundamental para ellos. Ellos quieren agua dulce y agua para sus cultivos, sus pastos, su ganado, sus animales, y les preocupa “la sequedad en el ambiente”.
Cabe indicar que el proyecto se ha desarrollado también en un contexto de crisis sanitaria. La pandemia de la COVID-19 impidió la realización de muchas actividades presenciales, por lo que se tuvo que recurrir a reuniones de diálogo y capacitación de manera virtual, enfrentando los inconvenientes de la brecha digital en la zona. “La socialización del proyecto ha sido difícil por las condiciones de la pandemia, pero exitosa, permanentemente hemos coordinado el desarrollo de las actividades con las autoridades comunales, en quechua y aimara”, añade Ramos. De hecho, para facilitar la comunicación virtual entre el equipo del proyecto y las familias campesinas, quechuas y aimaras, se contrató a personas de cada distrito con habilidad básica en el manejo de herramientas de comunicación remota. A estas personas se las llamó intercomunicadoras.
Entre lo virtual y lo presencial, las familias se capacitaron en talleres. Incluso se organizaron dos concursos de buenas prácticas de gestión de riesgo ante la sequía en los que los participantes del proyecto esbozaron medidas de prevención y planes de cómo querían mejorar su calidad de vida. “Hay quienes partiendo de su realidad en 2019 querían ver cambios en el 2021. Como ellos tenían un cuartito, su salita, dos animalitos, entonces planeaban que en el futuro ellos querían mejorar con biohuertos, crianza de animales menores (gallinas, cuyes) o cosechar agua. Hubo productores que sí llegaron al 100% de sus metas, pero también hubo quienes no pudieron finalizar por falta de recursos económicos o motivos de salud”, recuerda Betty Chuquicallata.
Saber ancestral
Como dijo Grinia Avalos, el proyecto Pachayatiña/Pachayachay une los saberes ancestrales con el conocimiento científico.
Los talleres climáticos desarrollados durante el proyecto han buscado fortalecer la cosmovisión andina; para ello, se articulaba los pronósticos meteorológicos y climáticos del Senamhi con el pronóstico basado en las ‘señas’ o predicciones climáticas de las sabias y sabios de las zonas altoandinas.
Por un lado, están la lectura y el monitoreo que hacen normalmente los servicios meteorológicos, a través de diferentes variables como precipitación, temperatura, humedad, que permite la vigilancia constante y el seguimiento del clima, y con ello poder hacer pronósticos de lluvia, sequía o helada. “A niveles de parámetros sociales para nosotros hay tres parámetros que consideramos importantes. El primero de ellos es el conocimiento local, es decir, el conocimiento de la seña y del manejo del cultivo que los pobladores tienen ancestralmente y han conocido durante sus diferentes experiencias para prevenir determinados riesgos. El segundo elemento social es que los pobladores actúan a nivel familiar y a nivel grupal, es decir, para hacer frente a ello normalmente tiene que haber unos niveles de organización que puede ser colectivo o puede ser individual, por familia, y el tercer elemento para nosotros se valora muchísimo, el trabajo o la mirada complementaria que se tiene dentro de la familia entre el hombre y la mujer. Muchas veces la percepción de uno u otro no siempre es similar, pero esto se toma en cuenta de una valoración cultural de esas señas, de esas miradas para ser trabajadas a nivel de la familia”, detalla Omar Varillas, de Helvetas. El especialista resalta que el proyecto ha recuperado el conocimiento de los sabios andinos.
Isidro Pari, de Pusi, destaca este complemento de los saberes ancestrales con los conocimientos técnicos. Como yachachiq, ha aprendido a manejar la información meteorológica del Senamhi, así como las señas biológicas de la zona para formular una proyección y evitar riesgos ante las sequías. “Se ha logrado lo que es el calendario andino: ya tenemos información para la campaña agrícola 2021-2022. De acuerdo a esa información vamos a tener que hacer nuestras actividades agrícolas, principalmente la crianza de animales menores y la siembra de productos que consuman poca agua”, detalla. Ahora, Isidro siente que ha recuperado sus conocimientos ancestrales y al mismo tiempo usa aplicaciones como Zoom, Meet, Whatsapp y Google para el intercambio y búsqueda de información y conocimientos que le ayudan a la planificación de riesgos.
Por su parte, Isabel Gómez, técnica agropecuaria aimara y promotora del proyecto en Ilave, es una yatichiri, una persona que guía, orienta y comparte su experiencia con sus paisanos. “Para mí, la importancia de ser una yatichiri es dar esa confianza, transmitir las experiencias y los conocimientos que he adquirido en otros proyectos”, expresa.
La zona donde comparte sus experiencias, Ilave, se encuentra a 3,800 metros sobre el nivel del mar, con pendientes y cuencas, lo que permite actividades del proyecto como la cosecha de agua para combatir los riesgos de las sequías que pueden agudizarse por el cambio climático.
“Para nosotros, las señas biológicas son indicadores para tomar decisiones agrícolas o ganaderas. Para saber dónde y cuándo sembrar tubérculos como la papa nos guiamos de señales como las estrellas, el viento y el sol”, indica. Los animales como los zorros también les avisan cuándo podría avecinarse un veranillo, una granizada o una helada. “Son señaleros que nos ayudan donde el Senamhi ni las radios llegan. Algunas familias no sintonizan radios, no tienen redes sociales, no hay cobertura. En esos lugares los señaleros nos avisan”. Con esta información, por ejemplo, ellos toman decisiones sobre dónde sembrar. “Si va a haber sequía, tienen que sembrar en hondonadas; si se trata de inundación, deben hacerlo en las partes de las laderas”.
Para el sistema de alerta temprana del proyecto, Isabel convocó a las sabias y sabios. “Ellos respaldan con el seguimiento de los señaleros de las plantas, animales y algas. Todo eso queremos articularlo con el Senamhi”, revela. “Siempre estamos en la dualidad en la familia”, añade
Aldo Coila también destaca la importancia de los saberes. “Nosotros tenemos conocimiento de los saberes ancestrales. Por ejemplo, si el zorro llora o se atora en los meses de setiembre u octubre, significa un buen año. Otro ejemplo es la temporada en que florecen los sancayos y su importancia para los cultivos. Todas esas cosas miramos para pronosticar”, cuenta. Aunque es consciente de que los tiempos han cambiado y los saberes ancestrales ya no son tan exactos como en años anteriores. “Antes cuando el sancayo florecía era la segunda siembra, pero ahora ha cambiado, está fallando por esas cosas del cambio climático. Falla, pero no del todo”, anota.
Es en este punto en el que entra a tallar el conocimiento especializado de entidades como el Senamhi, el cual se complementa con los saberes ancestrales de las comunidades. “El Senamhi da información por la radio, dice que va a llover durante dos o tres días. O no va a llover. Entonces a partir de esos datos los pobladores confían, porque de las cinco interpretaciones que da el Senamhi, acierta entre tres y cuatro. Sí tiene buena interpretación y los saberes ancestrales de igual manera. Entre el 60% al 70% escuchan la radio, el resto solo miran los pronósticos de los animales”, especifica. Gracias a este sincretismo de conocimientos, la población del Mañazo ha empezado a tomar medidas de prevención frente a las posibles sequías.
Alcances del proyecto
Para reducir el riesgo de las pérdidas agropecuarias ocasionadas por la sequía, Pachayatiña/Pachayachay ha puesto los cimientos para aumentar la capacidad de prevención, preparación y respuesta de las entidades públicas involucradas en el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (Sinagerd) y en aquellas con competencias en agricultura (en niveles de los gobiernos nacionales y subnacionales), así como de los actores sociales y de las poblaciones de los cuatro distritos.
A partir de ello se construyen los escenarios, es decir, saber qué podría pasar a futuro con respecto a la sequía y cómo podría presentarse en esta región. “Estos escenarios nos permiten decir a nosotros, por ejemplo, que la región de Puno tiene por fin su estudio de escenarios de riesgo de sequía, lo cual ha sido ya incorporado en el sistema de información de gestión del riesgo. Pero ojo, no son solamente escenarios de corto plazo, porque ahí tenemos que incorporar escenarios de cambio climático de largo plazo y ahí creo que es importante también el reconocimiento al trabajo que se ha articulado a lo que nosotros hemos llamado medidas de adaptación, las contribuciones que hacemos en medidas de adaptación a las metas del gobierno peruano”, señala Varillas.
El Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (Sinagerd) fue creado por la Ley Nº 29664 como un sistema interinstitucional, sinérgico, descentralizado, transversal y participativo, con la finalidad de identificar y reducir los riesgos asociados a peligros o minimizar sus efectos, así como evitar la generación de nuevos riesgos, y preparación y atención ante situaciones de desastre mediante el establecimiento de principios, lineamientos de política, componentes, procesos e instrumentos de la gestión del riesgo de desastres.
Con los escenarios climáticos ya se proyecta lo que podría ocurrir. Por su parte, los planes de reducción y prevención de riesgo sirven no solamente a los cuatro distritos, sino también a nivel de la dirección regional de agricultura, para que esto sea de alguna manera gestionado desde las instituciones competentes en el sector agrario. Los planes permiten incorporar proyectos y programas que pueden ayudar a canalizar fondos para prevenir, porque la clave en la sequía es prevenir. “Sequía va a haber, no sabemos cuándo, quizá pronto, quizá demore cinco años, pero va a haber; y la idea es que no sorprenda a estos pobladores”, añade el especialista.
Una de las entidades que durante este proyecto articuló acciones para la estructuración de un sistema de alerta temprana en sequía fue la Dirección Zonal 13 de Puno del Senamhi. Su director, Sixto Flores, destaca la importancia de desarrollar capacidades en el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos y Desastres y contribuir con ello a la implementación de un plan regional de sequías. “Ha sido fundamental la implementación del sistema de alerta temprana ante sequías en la región Puno”, dice.
El proyecto ha dejado enseñanzas clave en productores agropecuarios como Isidro Pari. Él cuenta que no tenían conocimientos técnicos para el cultivo de hortalizas, pero que con Pachayatiña/Pachayachay esto cambió, pues les ayudó a recuperar la producción orgánica de hortalizas al aprovechar el agua de los manantiales y la lluvia. Esto fue fundamental en tiempos de pandemia, pues al no poder asistir a los mercados, sembraron estas hortalizas en sus viviendas. “Aprendimos a aprovechar todo recurso hídrico de los pequeños manantiales, de los pozos y hacer un uso racional. Por ejemplo, en las calaminas hemos colocado chorreras y hemos almacenado agua en pequeños cilindros de plástico en los que hemos depositado agua. Este recurso nos sirvió para uso doméstico y para regar nuestras hortalizas”, explica.
Isidro también ha participado en los mapas parlantes, lo que ha ayudado a que las familias planifiquen los recursos de sus viviendas. “Se ha visto cómo es el presente y se ha planteado cómo será el futuro (de cada familia). Por ejemplo, en la casa deben tener cocina, dormitorio, almacenes y lugares para los residuos sólidos orgánicos y los residuos sólidos inorgánicos”, añade.
El profesor y sabio Edgard Cutipa subraya que Pachayatiña/Pachayachay les ha permitido profundizar en el conocimiento de la amenaza y el riesgo que representa la sequía, particularmente en el contexto del cambio climático, que viene alterando la propia variabilidad climática natural. Asimismo, mejorar los métodos de monitoreo y pronóstico, y de comunicación de alertas en una amenaza con características singulares. Por su parte, Isabel Gómez remarca la importancia de fortalecer los mecanismos de gobernanza para reducir el riesgo y prepararse mejor ante condiciones de déficit hídrico y sequías, mejorando la coordinación intersectorial, y la articulación con los actores subnacionales que operan en los territorios locales. Y, por supuesto, añade que el proyecto también ha evidenciado la importancia de los métodos interculturales para el pronóstico de sequías, llevado a cabo por las comunidades campesinas puneñas.
Precisamente, eso es lo que subraya Betty Chuquicallata, de Taraco, que además de ser promotora de campo del proyecto es intercomunicadora. Betty y otros técnicos del proyecto se comunican en quechua con los productores participantes. “Eso es lo que más me facilita porque acá hay personas mayores que no hablan castellano”, cuenta. Aunque precisa que al inicio no fue fácil: “Para entrar a una comunidad yo primero tengo que pedir permiso a los tenientes gobernadores, a la ronda, o sino al presidente de la comunidad o de la parcialidad. A ellos tenemos que sensibilizar primero y después estos nos dan el permiso para que podamos entrar a la comunidad y hablar con los comuneros”.
Mientras tanto, Isabel Gómez incide en el papel de las mujeres. Ella ha trabajado con mujeres para que se empoderen en sus propias actividades y puedan sobresalir. Las ha asesorado en cómo organizarse, cómo mejorar sus condiciones de vida y cómo empoderar a la mujer frente a los bajos ingresos económicos que trae consigo el cambio climático. “En algunas familias me entendían, más que todo en las familias jóvenes. Sacábamos costos de producción de su vivencia, de sus tareas pecuarias agrícolas. Hablábamos de cómo pueden empoderarse para emprender un negocio, para mejorar la alimentación y la educación de su familia, y para valorar sus propios materiales y así reciclar y abaratar los costos de sus actividades”, detalla.
Además, resalta que la interculturalidad siempre ha estado presente en el proyecto. Por eso el uso de la lengua materna ha sido un elemento básico al iniciar el plan y con el cual ella ha podido ganarse la confianza de la gente al hablar el mismo idioma nativo (aimara). De este modo es que ella ha podido ahondar en la sabiduría ancestral que las comunidades tienen sobre el clima.
Legado
Ahora que el proyecto piloto ha finalizado, las sabias y sabios de estos cuatro distritos están esperanzados que sus autoridades interactúen con ellos y se lleven a cabo estrategias para enfrentar de la mejor manera la sequía.
Betty Chuquicallata afirma que Pachayatiña/Pachayachay ha logrado que su distrito avance. Como promotora, ha hecho coordinaciones entre el municipio, la población y los demás actores del programa. Gracias a esa experiencia ha sido testigo de que el piloto del proyecto ha ayudado a que la población de Taraco aprenda la crianza de animales menores, la cosecha de agua y el tema de las resiliencias. Todo a pesar de haber iniciado en tiempos de pandemia y a pesar que a veces presentan problemas con la energía eléctrica y la cobertura móvil o la de Internet. “Ha sido un proyecto muy importante acá en Taraco porque en realidad en este mismo distrito hay comunidades como parcialidades que no cuentan con recursos hídricos”, señala. Por ello, tiene esperanzas de que este proyecto continúe más allá de su distrito.
En efecto, las experiencias adquiridas por el proyecto en la gestión del riesgo de sequías, debe ayudar a fortalecer las capacidades necesarias de las instituciones y las organizaciones implicadas para enfrentar con mayor eficiencia los retos que el cambio climático continuará presentando. De hecho, el Gobierno Regional de Puno ha resaltado la importancia de articular acciones preventivas desde el gobierno regional y los gobiernos locales con la finalidad de obtener mejores respuestas y mitigar los efectos ante la eventualidad de que una sequía se presente en la región de Puno.
Sixto Flores, de la Dirección Zonal 13, considera que los escenarios de riesgo esbozados deben ser desarrollados e implementados por las autoridades puneñas. “Este trabajo que se ha llevado a cabo con los cuatro distritos del proyecto debe ser replicado e implementado en toda la región. Todas las instancias gubernamentales, deben desarrollar el servicio de alerta temprana y hacer planes con los pobladores e incluso con las empresas privadas”.
Por su parte, las autoridades de los cuatro distritos piloto con los que trabajó el proyecto (Taraco, Pusi, Ilave y Mañazo) avizoran un mejor futuro ya que ahora cuentan con instrumentos para conocer, prevenir y adaptarse a los eventos futuros de sequía en contexto de cambio climático, a fin de reducir pérdidas y asegurar la producción agropecuaria de manera sostenible.
Otra importante lección para todos los beneficiarios es que siempre hay que tener en cuenta que la ocurrencia de un fenómeno de un desastre sobre la zona no solamente es eso, sino que representa una gran oportunidad para poder hacer las cosas mejor, para prepararnos, para prevenirnos e incluso para poder mejorar nuestra calidad de vida. Por ejemplo, si ya se sabe que en los próximos años puede haber el impacto de una sequía de nivel severo o extremo, se deberá priorizar proyectos de inversión para implementar redes de observación del clima resilientes y mejorar la productividad y disminuir el impacto de riesgo, y con ello será posible mejorar la calidad de vida en general de los agricultores y productores.
El cambio climático nos enfrenta a nuevos retos que hay que comenzar a gestionarlos e incorporarlos en nuestros planes de desarrollo. La gestión del riesgo de sequía, enfocada en la prevención y reducción de pérdidas, depende de la articulación de los actores locales, de las comunidades y sus líderes, de mujeres y hombres y sus saberes, y del gobierno con la provisión de su apoyo técnico e implementación de las herramientas generadas, en el marco del proyecto. Juntos somos más fuertes y resilientes.
El proyecto binacional Información, gobernanza y acción para la reducción del riesgo de sequías en Perú y Bolivia en un contexto de cambio climático Pachayatiña/Pachayachay se ha desarrollado a través del consorcio integrado por Senamhi Bolivia, Senamhi Perú, Helvetas Swiss Intercooperation programas Bolivia y Perú y Predes, con la financiación del programa EUROCLIMA+ de la Unión Europea. En Puno inició en 2019 y finalizó en setiembre de 2021.