Escribe: Rosario Valdeavellano*
Me acabo de comunicar con una ahijadita de Cusco, Jacinta. Lo primero que me dijo al quitarle el teléfono a su mamá fue: “¡Ahora tengo más maestras y maestros!”. No me comentó sobre los regalos que le habían hecho por su cumpleaños número 9 y eso que en su familia son regalones. Me impresionó mucho esta exclamación. Ella ha sido también para mí, hoy, en plena pandemia, una maestra.
Entonces, comencé mi interrogatorio.
-Ah! ¡Qué bien! Cuéntame quiénes son.
-Mi mamá me está enseñando a cocinar y he descubierto que me gusta. No paro de preguntarle sobre cada cosa: el horno, las verduras, los condimentos, del mercado, de las tiendas y los precios. También le pregunté “¿cuándo aprendiste a cocinar?”, y me contó mucho sobre mi abuelita que no conocí. Antes no entraba mucho a la cocina, tenía que ir al colegio, al regreso ponerme a hacer las tareas para poder jugar con mis hermanos o ver televisión. Ahora estoy aprendiendo un montón de cosas nuevas.
-¿Y qué dice tu papá?
-Me ha felicitado. Creo que es la primera vez que lo ha hecho, porque más veces me regañaba. Le di un beso y me prometió: “A partir de ahora yo también te voy a enseñar algunas cositas más. ¿Qué te gustaría?”. “Que me cuentes lo que haces en tu trabajo”, le dije.
Y como no paró de hacerle preguntas, le describió su jornada cotidiana en construcción civil, habló sobre los planos que tenía que hacer, los cálculos, los materiales, las industrias y un sinfín de detalles que ella provocaba describir, como por ejemplo: la diversidad de elementos usados, para qué servía cada uno, la diferencia entre ellos, los costos, los lugares de abastecimiento, los colores de la pintura…
![](/media/uploads/875e1bcf-f4f2-4b45-bdb5-98afc859470a.jpg)
Yo me olvidé de por qué había llamado y la dejé que siguiera contándome, porque estaba entusiasmadísima.
-Mi abuelo estaba leyendo el periódico en un sillón y se metió en nuestra conversación. Uf! Para qué…ya te imaginas, madrinita, me dijo:
-Oye, Jacinta! Yo también quiero que me preguntes lo que hacía de joven, porque nunca hemos conversado de eso.
El abuelo, no paró de contar, desde la escuela rural a la que entró recién a los 18 años, cosa que no imaginaba ella y donde aprendió a leer y escribir; de su trabajo en el campo como jornalero porque no alcanzaba la tierra de su comunidad para sostener a la familia. Un mundo desconocido para Jacinta, nacida en un Pueblo Joven. Le explicó las faenas del campo, la selección de semillas, el uso de abonos, la fumigación con pesticidas y hasta los maltratos del patrón. Luego la venta de los productos a los intermediarios, los regateos (palabra que Jacinta ni había escuchado antes)
Jacinta relata en esta conversación, el mundo que se abre ante ella a partir de las conversaciones que, desde su inmensa curiosidad, tiene con las personas que la quieren y cuidan: datos históricos, científicos, sociales, técnicos, actitudes pasadas y presentes, costumbres, hábitos, formas de mirar las cosas. ¿Acaso eso no es educar? ¿o seguiremos pensando que se reduce a lo que ocurre en un espacio formal, limitado por sus paredes o las creencias de entrenamiento, muchas veces sin sentido, que algunos profesan? Que la historia de Jacinta nos inspire y nos invite, a pesar de todas las dificultades de la emergencia y más allá de ella, a estimular y sostener el rol educador de las familias.
* Miembro del Consejo Nacional de Educación
Fotos: Consejo Nacional de Educación