La periodista Karina Garay Rojas, de la Agencia de Noticias Andina, conversó con una persona que se contagió de coronavirus, pero que tras una dura batalla está recuperada. Su historia busca alertar sobre los síntomas de esta enfermedad y ofrecer además algunas claves de cómo superar esta difícil experiencia. “Soy un sobreviviente”, afirma.  

Con 72 años, Guillermo -nombre ficticio que le asignaremos para proteger su identidad- vive en la ciudad de Lima acompañado solo por su esposa, también de la tercera edad. Es un hombre jubilado desde hace muchos años.

A través del hilo telefónico revela que en algún momento pensó en dejarse morir. Diabético e hipertenso, sabía que estaba en alto riesgo de fallecer a causa del coronavirus covid-19.

A 26 días de ser infectado con el covid-19, recuerda claramente la fecha en que esto ocurrió: El 6 de marzo. Había invitado a su cuñada a tomar desayuno en su casa. Ella había llegado de Europa -donde radica- para visitar a sus padres y prepararse para una gran fiesta que reuniría a ambas familias.

Él se sentó a su lado y se encargó de atenderla con esmero como hace con todos quienes visitan su casa. Lo conocen justamente por ser excelente anfitrión, comenta. En el desayuno participaron también su esposa y la hermana de esta. Sin embargo, ellas se retiraron rápido. Su esposa salió camino a su trabajo y la hermana de esta se fue a descansar porque tenía dolor de cabeza.

Así, don Guillermo se quedó solo con la visitante hasta casi la hora de almuerzo, conversando sobre los hijos y nietos, sobre la próxima reunión familiar que reuniría a numerosos parientes y que traería tanta felicidad. Abrazos, besos y una charla muy amena fueron el saldo de una visita que cambiaría su vida.

Perdiendo la capacidad del gusto

Cuatro días después (10 de marzo) ocurrió algo curioso. Fue al supermercado en busca de su café en polvo preferido. Ya en casa, la preparación no sabía igual. “Miré el frasco y era el mismo de siempre. Me molestó el sabor. Mi esposa destiló café pensando que el otro estaba malogrado, pero nada. Ese día la comida empezó a perder sabor. Nada me sabía bien, ni el pan”.

Esa sensación de comer algo que no podía distinguirse lo desesperaba y desesperanzaba. Toda su vida había sido un hombre de cocina. “No sentía el sabor del ajo, de nada. Tenía el plato como dos horas frente a mí. No sabía lo que comía pese a que lo tenía frente a mis ojos, la carne sabía amarga, comía porque tenía que comer”.

Coronavirus

Luego llegaría un agotamiento desconocido, devastador. Eran días de limpieza general en su casa. Quería dejar todo listo para la llegada de los parientes que arribarían a Perú para la fiesta familiar. En eso trabajaba, junto a un pintor. "Pero de un momento a otro, ya no podía pasar el trapo a las cosas. Hasta me quedaba dormido sobre la mesa”, refiere.

El jueves 12 recogió a su esposa del trabajo y ya no cenó. Solo quería acostarse. Un hecho raro para este hombre que se cataloga de noctámbulo. Lo mismo ocurrió el viernes. Atrás quedó su fama de buen diente y vitalidad inagotable.

“El sábado (14 de marzo) ya tenía un cansancio enorme que no me permitía hacer nada. Ese día ya estaba preparado para ir a visitar a una compañera de promoción que padece de cáncer. Felizmente no fui. Hubiera sido terrible”, comenta.

Esa misma noche hizo un cuadro de fiebre. Pensó inmediatamente que tenía covid-19, aunque su esposa dudada. “Estás llamando a la enfermedad”, le advertía. Pero él estaba seguro y decidió aislarse en otro cuarto. Desde ese día no dejaron entrar a nadie en su casa.

La fiebre duró cinco días. Siempre sudando y tiritando. Llegó hasta los 40 grados. Solo con ayuda del paracetamol conseguía frenar su avance. Se sentía desfallecer.

En busca de la prueba

Mientras eso ocurría, su esposa insistía en comunicarse, sin éxito, con el Ministerio de Salud (Minsa) y EsSalud. El martes 17, dos días después de haberse decretado el estado de emergencia para frenar el avance del covid-19 en el país, decidieron ir al hospital Rebagliati por la mañana.

Les hicieron el hisopado faríngeo a él y a su esposa, ambos asegurados. Afirma que vio cerca de 50 profesionales de la salud esperando que les hicieran el mismo examen. Sintiendo desazón y miedo volvió a su domicilio regresaron a su domilicio.

Por la tarde llegó un médico de EsSalud a su casa y le revisó los pulmones. Le dijo que los tenía como de un joven de 20 años. Se animó un poco.

Mientras esperaban el resultado de la muestra se enteró que su cuñada, la misma que vino de Europa y lo visitó para el desayuno, estaba muy mal en la casa de sus padres; donde había ya cuatro personas enfermas con síntomas similares: fiebre alta, tos y deterioro físico en aumento.

Cuando la fiebre menguó, alrededor del 20 de marzo, llegó la tos. “Cuando tosía se me desgarraban las entrañas. Me dolía la parte izquierda el pulmón. Esos días tuve bastante flema. El acceso de tos me ahogaba. No podía dormir. Debía buscar una manera para no ahogarme”.

El 21 de marzo tocaron el timbre de su casa. Era un médico del Minsa, pero decidió no ingresar. Le dijo que hablarían solo a través del celular.

Después de hacerle muchísimas preguntas sobre sus síntomas y averiguar los nombres y apellidos de quienes se habían reunido con él los días previos, don Guillermo le dijo que todavía no sabía los resultados de su prueba.

“Señor, ¿qué, no lo sabe? Usted es positivo y es el contagiado número… Solo debe cuidarse y seguir haciendo lo que ya hace. No se le puede hospitalizar a menos que no pueda respirar”, le contestó el galeno y cortó.

Recuerda que no se alarmó porque ya había pasado lo más difícil: la fiebre y la pérdida de fuerzas. A su esposa ya le habían enviado un mensaje de texto con el resultado de su prueba: negativo. Solo faltaba él y ahora ya no quedaba duda alguna: tenía covid-19. Las autoridades del Ministerio de Salud monitorearon su caso por teléfono hasta el 25 de marzo.

Foto de portada: Andina.