Escriben: Guy Edwards, Andrea García Salinas y Graham Watkins


Las imágenes de delfines nadando cerca de los muelles del puerto sardo de Cagliari por el tráfico reducido de embarcaciones recientemente se volvieron virales al ver que la naturaleza regresaba a áreas normalmente ocupadas con actividad humana. En Lima, un número infrecuentemente grande de aves regresaba a las playas. Si bien estas imágenes sugieren un vínculo positivo entre la naturaleza y la pandemia de COVID-19, la realidad es mucho más siniestra.

Las enfermedades infecciosas provienen principalmente de la vida silvestre y están en aumento

Las enfermedades infecciosas son un problema ambiental. La OMS ha demostrado que el medio ambiente es responsable de aproximadamente una cuarta parte de las muertes en el mundo. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE. UU. estiman que tres cuartas partes de las enfermedades nuevas o emergentes que infectan a los humanos, como el ébola, el dengue, el zika o la fiebre amarilla, se originan en la vida silvestre.

Existen varias formas en que la alteración de los ecosistemas puede exacerbar las enfermedades infecciosas. Por ejemplo, estamos invadiendo cada vez más los bosques tropicales que albergan innumerables especies de animales y, dentro de ellos, virus desconocidos y potencialmente nuevos. Cuando perturbamos y estresamos estos ecosistemas y especies, corremos el riesgo de liberar virus de sus anfitriones naturales, los cuales pueden saltar a los humanos.

Por ejemplo, el VIH posiblemente cruzó de los chimpancés a los humanos en la década de 1920 cuando los cazadores los mataron y se los comieron en África. En el sudeste asiático, el virus Nipah surgió de los murciélagos debido a la intensificación de la cría de cerdos. En la Amazonía, otro estudio demostró que un aumento en la deforestación de alrededor del 4 por ciento incrementó la incidencia de la malaria en casi un 50 por ciento, a medida que los mosquitos transmisores de la enfermedad prosperan en áreas recientemente deforestadas.

Estas enfermedades pueden traer consecuencias catastróficas. La pandemia del COVID-19 ya está causando una trágica pérdida de vidas y podría costar a la economía global billones de dólares.

La conexión entre la vida silvestre, las enfermedades y las personas no es nueva. Sin embargo, las enfermedades emergentes se han cuadruplicado en los últimos 50 años, en gran parte debido a la fragmentación del hábitat, el uso de la tierra y el cambio climático. La pérdida de bosques impulsada por la tala, la minería, las carreteras, la expansión agrícola, la rápida urbanización y el crecimiento de la población, acercan a las personas por primera vez a las especies animales. Es probable que surjan enfermedades, tanto en entornos urbanos como naturales, debido a la mayor proximidad entre las personas, la vida silvestre, el ganado y las mascotas. La contaminación también puede aumentar la susceptibilidad a las infecciones virales y bacterianas.

Es probable, además, que los virus y otros patógenos se trasladen de animales a humanos en los mercados informales, que proporcionan “carne” fresca a las personas. Se cree que el mercado donde se vende productos frescos y carne en Wuhan fue el punto de partida de la pandemia del Covid-19.

La crisis climática también ha cambiado y acelerado los patrones de transmisión de enfermedades infecciosas como la malaria. La OMS estima que el aumento de la temperatura global de 2-3ºC aumentaría el número de personas en riesgo de malaria en alrededor de un 3 a 5 por ciento. El cambio climático también está minando los determinantes sociales y ambientales de la salud, incluido el acceso de las personas al agua potable, especialmente a las comunidades más pobres y vulnerables.

Proteger la biodiversidad y el clima también implica proteger nuestra propia salud

América Latina y el Caribe posee el 40% de la biodiversidad del mundo. Este capital natural nos proporciona bienes y servicios vitales como el agua dulce que bebemos. Los pagos por servicios ecosistémicos pueden promover la reforestación, reavivar la actividad económica y mejorar el manejo forestal. Las soluciones basadas en la naturaleza también juegan un papel crítico en la confrontación de la crisis climática a través de la captura de carbono y proporcionando barreras a los peligros naturales relacionados con el clima.

Sin embargo, actualmente no estamos haciendo lo suficiente para proteger el capital natural. A pesar de los numerosos beneficios para las personas y la economía, cada año la región pierde la mayor cobertura de árboles a nivel mundial debido a la expansión de la frontera agrícola. Se siguen tomando decisiones con poca consideración de las consecuencias para la biodiversidad.

Proteger la naturaleza y garantizar el uso sostenible de los recursos naturales podría ayudar a prevenir la próxima pandemia. La combinación correcta de proteger la naturaleza, el uso sostenible de los recursos naturales y educar a las comunidades locales sobre los peligros de las enfermedades zoonóticas podría desempeñar un papel importante en el desarrollo sostenible con importantes beneficios colaterales para las personas, la biodiversidad y el clima.

Asimismo, hay oportunidades para catalizar los servicios de capital natural en la región. Las soluciones basadas en la naturaleza y la biodiversidad son importantes para el desarrollo exitoso de medicamentos para nuevos tratamientos. Se estima que entre 50,000 y 70,000 especies de plantas se cosechan para la medicina tradicional o moderna, mientras que alrededor del 50% de los medicamentos modernos se han desarrollado a partir de productos naturales que están amenazados por la cosecha insostenible y la pérdida de biodiversidad.

Los programas de bioeconomía pueden apoyar la investigación y el desarrollo de estos medicamentos, al tiempo que incentivan la protección de la biodiversidad. El Laboratorio de Capital Natural del BID apoya mecanismos para invertir en empresarios de bioeconomía mientras que garantiza que las poblaciones indígenas locales, que manejan y poseen estos recursos, sean compensadas por el uso de material genético local.

Reducir la deforestación y la degradación también puede tener importantes beneficios socioeconómicos. En Brasil, el proyecto Rural Sustentável del BID benefició directamente a más de 18,000 agricultores y evitó la deforestación de 8,550 hectáreas. Abordar los riesgos relacionados con el clima y reducir la degradación de la tierra mediante estrategias de descarbonización a largo plazo  y soluciones basadas en la naturaleza podría garantizar el “derecho a la salud” de las personas, como se establece en el Acuerdo de París.

El hecho de que tantas personas disfrutaran de videos (ya sean verdaderos o no) que muestran la vida silvestre regresando a áreas dominadas por humanos ilustra cómo las personas quieren creer en el poder de la naturaleza para recuperarse. Sin embargo, nuestra destrucción e interrupción de la naturaleza está aumentando la probabilidad de más pandemias. Si no nos enfrentamos a la crisis climática, protegemos la biodiversidad y usamos los recursos naturales de manera sostenible, seremos nosotros quienes lucharemos por recuperarnos de consecuencias a menudo trágicas.


(Foto Copyright: Sol Robayo – Flickr)


Este artículo se publicó anteriormente en el blog Hablemos de Sostenibilidad y Cambio Climático del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)