“Yo soy de una comunidad que hasta ahora está en el mapa de la extrema pobreza, San Francisco de Pujas, en la provincia de Vilcashuamán, en Ayacucho, una comunidad quechuahablante, campesina e indígena”, dice Tarcila Rivera Zea, ayacuchana, fundadora del Centro de Culturas Indígenas del Perú (Chirapaq) y miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas. 

La lideresa indígena ha transitado desde la niñez un camino empedrado por la dificultad. “Soy de esas niñas monolingües que van a la escuela formal donde todo es en castellano”, nos cuenta Tarcila mientras complementa en su relato que a los 10 años fue enviada a Lima para vivir con su padre. Pasó meses sin ir al colegio hasta aprender el castellano. Recién entonces reinició su vida escolar y tuvo que empezar desde el primer año.

Tarcila, mujer andina que lucha por los derechos de las mujeres indígenas de todo el mundo.

Tarcila vivía con su padre y primos, hasta que una profesora se ofreció a darle cobijo en su casa. Supuestamente estaba interesada en su integridad, pues “decía que una niña no podía vivir sola con hombres”. Fue el inicio de una etapa dura e injusta: la señora la tomó como empleada doméstica a cambio de comida y de una cama, mientras que en el colegio, ser pobre y quechuahablante fueron motivos también del maltrato de sus compañeras.

Pero de todo aquello, ella extrajo un capital de fortaleza. “A veces me detengo a mirar mi pasado y pienso que si no me hubieran pasado todas estas cosas, no estuviera hoy acá. Soy descendiente de los chankas, por eso resistí”, dice, orgullosa de sus raíces.

Lejos del estereotipo de indígena pobre y desvalida, Tarcila construyó un camino digno sobre la base del esfuerzo. A los 21 años terminó la secundaria comercial, donde además fue coordinadora editorial de la Asociación de Periodistas Escolares en el Callao. Eran tiempos del gobierno de Juan Velasco. Fue cuando trabajaba allí, como secretaria en ese centro, que le avisaron de un oferta de trabajo en el Instituto Nacional de Cultural (INC): necesitaban una secretaria taquimecanógrafa. Rindió el examen y ganó el concurso para ese puesto.

Como representante de Chirapaq, su voz es  escuchada en paneles dedicados a pueblos indígenas.

Allí conocería a Marta Hildebrandt, quien con su exigencia la ‘obligó’ a pensar mejor, a mirar más allá y a tratar de ser siempre eficiente. “Ella nos decía: ustedes son secretarias de una institución cultural, no son secretarias de una fábrica de carros. Aprendí mucho de ella”, recuerda. Poco tiempo después, en 1975, Rivera ganó una beca que otorgaba la OEA para estudiar en la Universidad de Córdoba, en Argentina. Se formaría como archivera en Historia. “Mientras todos estaban en las peñas en Córdoba, yo estudiaba en medio de un invierno terrible y me quedaba en un alojamiento sin calefacción porque la mitad de mi beca la tenía que mandar mi familia”, recuerda.

Derechos y visibilidad de las mujeres

En los ochenta representó al INC en el primer encuentro indio en el Perú. En 1986, junto con la cantante tradicional cusqueña Juanita del Rosal, fundó Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú. Eran tiempos violentos en el Perú. “Este fue el inicio de un largo caminar en el que luchamos por la defensa y fortalecimiento de nuestra cultura e identidad y el reconocimiento de nuestros derechos económicos, sociales, políticos y culturales como personas y pueblos”, relata.

Teniendo como eje a la mujer, Chirapaq (centellar de estrellas, en quechua) busca fortalecer a las mujeres para que sean dirigentes andinas y amazónicas, que tengan responsabilidades en las organizaciones. “Nuestra institución surge para la formación de liderazgos con conciencia indígena”, detalla.

Desde entonces, ha participado en numerosos eventos globales en los que ha llevado la voz de las sociedades originarias peruanas, en temas de derechos humanos, medio ambiente, lenguas originarias, género, entre otros. Además, ha contribuido a la creación de redes de mujeres indígenas alrededor del mundo. Fue también por eso que, en el 2016, fue designada miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas: “Me siento orgullosa porque fue el Estado peruano el que me propuso para ser miembro. Y eso tuvo que ver con mi trayectoria. Estoy encargada de los temas que han sido mi preocupación de toda la vida”, indica.

Al lado de Victoria tauli corpus, Relatora Especial dela ONU sobre pueblos indígenas

Tarcila también participa como expositora en las convenciones de cambio climático (COP) de las Naciones Unidas, desde el punto de vista indígena. “El cambio climático afecta la producción de cultivos y la seguridad alimentaria de los pueblos indígenas. Es importante incluir el conocimiento de las mujeres originarias en las medidas que abordan el problema”, explica. De hecho, recientemente estuvo en Madrid, en la COP25, explicando los efectos del cambio climático en el Perú.

Las reuniones de la ONU en torno a la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) tampoco le son ajenas: “A pesar de los obstáculos, estamos tratando de involucrarnos más en estas reuniones porque los 17 ODS se refieren a todos nosotros, incluidos los pueblos indígenas. Cuando hablamos de los ODS sigue siendo necesario dar más participación a los actores locales en nuestras comunidades y respetar nuestras decisiones”, subraya. 

"Las mujeres indígenas queremos ser consideradas como parte de la solución para el desarrollo sostenible, porque tenemos capacidades y conocimientos".

Para la ayacuchana, la Agenda 2030 es una oportunidad para los pueblos indígenas, las mujeres y los jóvenes indígenas, ya que su objetivo es eliminar la discriminación y las brechas de desigualdad. "América Latina es una región con una gran brecha entre los que tienen y los que no tienen, y podríamos decir que la brecha es también entre los que acceden a los derechos y los que no tienen derechos, sea por desinformación, ignorancia o falta de voluntad política de los Estados", enfatiza.

Tarcila también llama la atención sobre un hecho que es obvio, aunque poco valorado. "Nosotros, los pueblos indígenas, cuidamos los recursos naturales, proporcionamos alimentos a las ciudades y cuidamos el medio ambiente. Son contribuciones que deben reconocerse y respetarse como derechos de los pueblos indígenas. Sin embargo, muchos indígenas viven en extrema pobreza. Es contradictorio", cuestiona. Y añade que es necesario tratar de manera integral los recursos naturales como el agua, y dejar de acercarse a ellos solo desde un punto de vista económico: El agua tiene muchos significados para los indígenas, es fuente de vida”.

"La Agenda 2030 representa un gran desafío para los indígenas porque nos obliga a introducir y desarrollar propuestas para que los Estados las incluyan en el programa. Participar en los foros de diálogo entre los Estados y los pueblos indígenas como sujetos de derechos y estrategias son algunos de los desafíos que enfrentamos colectivamente".

Mujeres indígenas y feminismo

Cuando ella se inició en el activismo indígena de inmediato le endilgaron el concepto de feminista. Tarcila narra que según los líderes indígenas, no había problemas de género en el movimiento, y que el feminismo era occidental. "Yo, como mujer, siempre estaba en un espacio y, como indígena, en otro. Pero al mismo tiempo iba juntando mi rol como indígena y como mujer hasta desarrollar, ahora lo puedo decir, una visión más amplia del ser mujer. Una que lucha por los derechos humanos, sin dejar de lado el desequilibrio que hay en las relaciones dentro del mundo indígena entre hombres y mujeres, niñas y niños. Que las mujeres indígenas participásemos del movimiento mixto nos permitió tomar mayor conciencia de nuestra posición, capacidad y problemas”, detalló en una entrevista

Tarcila reitera lo que siempre dice cuando le preguntan sobre feminismo y mujeres originarias: "las mujeres indígenas deben construir nuestro propio concepto de feminismo, desde sus propias experiencias. Las mujeres indígenas -continúa- son agentes de cambio que caminan en medio de grandes desigualdades e inequidades, derivadas del racismo, la exclusión y la explotación. Sin embargo, no nos detenemos en esta lucha permanente por la vida, para la protección de los territorios, para las oportunidades de igualdad y para el pleno ejercicio de nuestros derechos individuales y colectivos".

Lograr la igualdad entre los géneros, considera, es una larga tarea. "En el caso de las mujeres indígenas, el acceso a los servicios de educación de calidad, a la salud, a las oportunidades económicas y a la participación política está pendiente", subraya. 

"El ODS 5 (igualdad de género) tiene como objetivo eliminar la brecha de género, pero no menciona a las mujeres indígenas. Debemos pedir que este objetivo se exprese en indicadores específicos y concretos a nivel regional y nacional para las mujeres indígenas. Revertir la condición de pobreza, analfabetismo, falta de información y acceso a tecnología apropiada, fortalecer la conciencia de los derechos, erradicar la explotación sexual, la trata, el abuso en el servicio doméstico, la violencia doméstica y otras formas de violencia, la negación de los derechos de participación en los espacios públicos, así como la participación política deben ser mensurables".

Rivera dice que entre los aspectos que falta reconocer a las mujeres indígenas en el Perú destaca el derecho al desarrollo. “Que se tome en consideración nuestros conocimientos y capacidades específicas como un potencial y no como barreras; que el conocimiento sobre la diversidad de plantas medicinales y alimenticias sean tomadas en cuenta en las políticas de salud y alimentación. Para prevenir la mortalidad materna necesitamos que se tomen en cuenta a las ‘médicas’ tradicionales; que las políticas de salud intercultural y de educación sean sistemas nacionales, entre otros”, apunta.

Además, resalta que las prioridades para las mujeres indígenas pasan por lo colectivo antes que por lo individual. El derecho a la tierra es colectivo, no individual, como quieren establecer algunas autoridades. 

"Los derechos a la tierra están amenazados por las industrias extractivas. Los recursos naturales, los recursos del subsuelo están legalmente desprotegidos, las leyes no protegen ese derecho a pesar de que a nivel internacional se ha logrado la Declaración de las Naciones Unidas sobre la Derechos de los Pueblos Indígenas y el Convenio 169 de la OIT, que la mayoría de los países han adoptado pero su aplicación todavía está pendiente. El derecho al consentimiento libre, previo e informado significa ejercer el derecho a participar en la decisión del destino de los recursos dentro de nuestros territorios, está pendiente de su nivel de comprensión y aplicación por parte de los gobiernos", explica . 

 "Nuestra prioridad son el derecho colectivo a la tierra, al territorio y a los recursos naturales, porque es el espacio desde donde nos desarrollamos. Y el derecho a no ser violentadas. Ni en el territorio, porque estamos contra las guerras, expropiaciones y avasallamientos, ni en nuestros cuerpos. Nosotras ya no hablamos de violencia, hablamos de violencias".


(Parte de este artículo se publicó anteriormente en mqt.pe)