Hay recorridos que no solo se cuentan en kilómetros sino en incertidumbres. Hay dificultades que se suman y preguntas que se acumulan. Francesca Dasso (33), peruana, economista y documentalista, decidió dejar de imaginar el escenario del éxodo venezolano y, con cámara en mano, recorrió la ruta al lado de miles de personas de esa comunidad que escapa del infortunio.
Se calcula que en la actualidad casi 4.8 millones de venezolanos han abandonado su país a causa de la crisis en ese país. De esa cifra, casi el 80% se encuentra en América Latina y el Caribe, sin perspectivas de retorno a corto o mediano plazo y , según cifras de Amnistía Internacional, alrededor de 863 613 han llegado al Perú hasta fines del 2019. ¿Cómo es ese camino que los conduce hasta nuestro país? ¿A qué se enfrentan los que deciden dejar su tierra por la necesidad de sobrevivir?
Francesca se animó a responder a todo esto y más a través de su proyecto hecho documental. Acompañó a los migrantes durante tres semanas en las dos rutas más utilizadas: la de los Andes y la de la Amazonia. En total, 7000 kilómetros plagados de rostros, historias, penurias y esperanza de un destino mejor se han convertido en Ruta de Fuga, un documental transmedia que nos acerca a las personas detrás de las cifras, a esos testimonios que humanizan un fenómeno migratorio sin precedentes en nuestra región.

La ruta de los andes y la ruta amazónica.
Ilustración: Rosa Uricchio
La joven artista visual, que alguna vez quiso estudiar Física pura y estar en la NASA, descubrió pronto que su tarea no estaba en los laboratorios de investigación ni en los documentos académicos sino en la observación, descripción y comunicación efectiva de los fenómenos que impactan en la sociedad. Por eso eligió primero la economía y luego el arte visual.
“Siempre me interesó la interactividad como herramienta para mostrar sistemas. Decidí estudiar economía, enfocada en el desarrollo, porque me sirve para tener una mirada sobre la realidad y el documental, por su lado, es la herramienta para mostrarla".
El objetivo de su proyecto es romper ese filtro lógico que suele limitar nuestra observación. “Cuando se usan otras maneras, cuando se afecta de una manera más sensorial, logras otro tipo de reflexión”, dice la documentalista que se preparó con una maestría en Medios Documentales en Ryerson University, en Canadá.
En el 2018, ganó el estímulo para proyectos en nuevos medios del Ministerio de Cultura y allí empezó Ruta de Fuga, una aventura que la ha llevado por cuatro países (Brasil, Colombia, Ecuador y Perú), más de 20 ciudades y en el que ya lleva más de un año y medio.
De aquellos viajes de tres semanas en cada ruta, acompañando a miles de migrantes en su camino de huida, han quedado no sólo incontables horas de material por editar sino una inmensa lista de experiencias y huellas que aún hoy sigue procesando. “Ha sido difícil encontrar un lenguaje apropiado para contar las historias. Pero lo más complicado fue, y sigue siendo, lidiar con las emociones. Ser testigo de la crisis de tan cerca te llena de una responsabilidad grande sobre lo que vas a hacer con todo lo que estás documentando”, explica.
Hay recursos escasos, campamentos de refugiados, personas enfermas, discapacitados, personas de la tercera edad, madres que no se dan abasto, una población infantil más vulnerable que nunca en busca de un destino seguro y una calidad de vida mínimamente aceptable.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) han estimado en US$1.350 millones la cantidad de dinero necesaria para responder a las crecientes necesidades humanitarias de los refugiados y migrantes venezolanos y de las comunidades que los acogen.
“Por donde mires estás en medio de una gran crisis humana y el documental tiene esa apertura para mostrar la realidad tal como es, sin tener que forzar el drama. He tratado de no poner imágenes fuertes sino de jugar con lo sutil, las texturas, el color, para generar un discurso que complemente lo que vemos hasta el cansancio en los medios masivos. Se necesita una mirada más limpia de lo que sucede”, señala Francesca.
En los Andes, la apuesta visual fue documentar la dureza del camino, la dimensión de los obstáculos. La salida por Cúcuta, el recorrido por territorio colombiano hasta llegar a la frontera con Ecuador, en Rumichaca, el paso por Guayaquil, los buses o las caminatas hasta llegar a Tumbes. Y entre una ciudad y otra, la diversidad de las temáticas por abordar. “En Quito decidí poner cosas sobre xenofobia; en Lima, hablar de la adaptación, de futuro”, dice la documentalista . Y para eso echa mano de todo tipo de formatos: fotos, video, audios, textos. Las historias más duras quedan además marcadas en la memoria.

Foto: Juan Pablo Azabache
Francesca está en Rumichaca, en la frontera de Ecuador, junto a unas 2000 personas, una pequeña comunidad venezolana en ruta y atrapada. En medio de esa multitud impaciente por cruzar, una mujer intenta explicar su caso a los agentes migratorios ecuatorianos: quiere llegar a Perú, a Lima. Ya estuvo en la ciudad instalada con su esposo pero regresó a Venezuela a recoger a su hijo, un adolescente discapacitado, postrado en una silla de ruedas que ahora está a su lado mirándola aterrado, con el cuerpo paralizado a causa de la enfermedad y la vida congelada en un instante por culpa de la cerrazón.
“El rostro de esa mamá es algo que no puedo olvidar. Estaba ella con su hijo enfermo y su hija de 10 años, con todos sus papeles en regla y, sin embargo, no la dejaban pasar. Llamé a gente en Perú para poder ayudarla y no lo logré. Me quedé pensando en cuánto puede llegar a distanciarse un ser humano de otro, no ser capaz de ponerse en su lugar”, reflexiona. Y como esa otras tantas historias inundan el listado de injusticias y reacciones humanas en situaciones de crisis.
En la Amazonia, más bien, ha optado por mostrar mucho el paisaje, esos detalles de la naturaleza que permiten conectar con la audiencia porque generan cercanía, y a partir de esa identificación rompen con esa distancia con el otro, que es lo más difícil de lograr.
En esa zona, que incluye Manaos, Boa Vista, Iñapari, el gobierno brasileño que tiene un programa de integración para los venezolanos, y destina a puñados de ellos a diferentes lugares del país, se está intentando avanzar: se trata de un procedimiento en el que participan la OIM y la ACNUR, pero es un proceso tremendamente lento y los refugiados pueden permanecer en el campamento hasta por un mes. Si los plazos no se cumplen, la odisea vuelve a empezar.
En Iñapari se encontró con un grupo de venezolanos en ruta, compartió un bote con ellos y fue testigo de la desesperación que viven para poder llegar, para poder cumplir con los plazos. Literalmente se les iba la vida en eso. Luego les perdió el rastro y cuando les reencontró le contaron de las peripecias que pasaron. “Por suerte, pudieron encontrar un destino y ahora están en Trujillo”, comenta Francesca, que ha encontrado en esta aventura más que retos profesionales.
“Cuando uno tiene tanto trabajo, tu parte racional domina todo y te olvidas de sentir. Pero cuando bajas la guardia y revives lo que has escuchado, visto, es abrumador”.

Foto: Juan Pablo Azabache
En medio del trance de la huida estos grupos migrantes se encuentran muchas veces con los rostros menos amables de las sociedades: los abusos, las mafias o las indiferencias. Pero también es una oportunidad que dispara el encuentro cultural y favorece la comunicación. “El hecho de que haya tanta censura en Venezuela ha provocado una explosión de influencers y comunicadores entre esa comunidad que se tiene que adaptar rápidamente. Eso es muy positivo. Y nosotros creo que podemos aprender mucho de ellos, de cómo nos están mirando. Es un espejo social que nos permite reconocernos y mejorar”, subraya.
Para Francesca Dasso el gran logro de esta iniciativa es que aborda un asunto cuyo hilo tiene aún mucho por delante. Las aristas por analizar este fenómeno migratorio, que se ha convertido en el de mayor envergadura del siglo en nuestra región, son diversas y tan relevantes que requerirán de muchos más proyectos de observación y análisis.
La idea que la anima es que se convierta en un proyecto colaborativo, con diferentes miradas, en el que la gente comparta la información que va recogiendo.
Es que, además de ser coyuntural y generar interés, es una tema con muchos matices en el que falta abordar, entre otros, la ruta de regreso que ya muchos están haciendo o los caminos que siguen hacia territorios más al sur.
“Es como si alguien le hubiera echado el líquido rojo a Sudamérica y se va expandiendo”, dice Francesca, proponiendo una imagen fácil de imaginar y ahora hasta de crear haciendo uso de esas herramientas a las que está acostumbrada una sociedad volcada totalmente hacia lo tecnológico. “Somos una sociedad que domina los nuevos medios pero que aún está en transición, en la adaptación de esa ventaja para contar historias, entender realidades y trascender la superficialidad. Hay que dejar que la imagen hable pero antes hay que enseñar y encontrar nuevas maneras de mirar”.
Foto portada: Laura Marques
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