Escriben: Rocío Espinosa / Tatiana Espinosa


La educación que hemos recibido en las escuelas y universidades se basa en la posición del ser humano como protagonista principal de su entorno, de modo que hemos aprendido a hacer uso de todos los recursos disponibles para nuestro sustento y beneficio inmediato. Esta mentalidad de extracción y beneficio nos ha llevado a agotar los recursos naturales a nivel planetario, y en los bosques lo vemos a diario.

Un bosque ofrece servicios de un valor incalculable por su biodiversidad, regulación del clima, del ciclo del agua, reserva de carbono y fuente de oxígeno, entre muchas otras cosas. Pero eso no se entiende porque no hemos sabido valorizarlo en términos económicos. Se habla mucho del valor ecosistémico de los servicios que brinda el bosque, pero a efectos prácticos, no existe un valor concreto. Y frente a esa falta de información, frente a la ignorancia de no entender y no aterrizar el valor de una hectárea de bosque por todo lo que significa, más allá del valor de su madera, lo seguimos destruyendo. Porque el valor de un metro cuadrado de piso de Shihuahuaco tiene un precio de mercado, porque una tonelada de soja o maíz tiene un valor apetecible, porque el kilo de papaya para la fruta confitada de los panetones es un negocio rentable. Y si eso tiene un valor de US$1,000 por hectárea, por decir una cifra cualquiera, no queda ninguna duda de que muchos van a incursionar en ese negocio porque hacerlo es rentable.

Las generaciones pasadas no supieron darle un valor concreto al bosque. ¿Vamos a esperar que en las grandes reuniones de funcionarios de las cumbres de cambio climático, donde están los consultores expertos en hacer estudios desde el gabinete para lograr una medición de estos valores, nos lo digan? ¿Vamos a esperar que sean las bolsas de valores los que determinen a través de productos de intermediación financiera inventados, como el mercado de bonos de carbono, los que nos digan cuánto vale una hectárea de bosque prístino, sano, saludable?

¿Por qué nosotros, los que estamos aquí, dispuestos a tomar acción, no lo hacemos? ¿Por qué desde las universidades privadas y las escuelas no iniciamos algo concreto?

Costa Rica es un buen modelo a tomar en cuenta. El gobierno paga US$60 anuales por hectárea a quien se dedica a la conservación de sus bosques. Y por eso la industria del ecoturismo ha crecido tanto en ese país. Los negocios hoteleros conservan sus áreas naturales y a la vez se hace negocio en ellas. No pretendemos que nuestro gobierno otorgue ese incentivo a los concesionarios, pero es un ejemplo de lo que podríamos hacer todos juntos si nos damos cuenta de que ese es el camino para salvar nuestra Amazonía, nuestros bosques. Pagar por un servicio de conservación del cual todos nos beneficiamos. Si no lo hacemos, si no reconocemos que la conservación es una actividad prioritaria para salvar la selva, seguiremos repitiendo el patrón de tala selectiva, deforestación, quema, monocultivos, extinción.


* Directora financiera y directora general de Arbio Perú, respectivamente. Texto publicado originalmente en www.arbioperu.com