El libro de Steven Levitsky y Mauricio Zavaleta titulado “¿Por qué no hay partidos políticos en el Perú?” constituye un análisis casi exhaustivo del hecho por el cual el Perú es, sin duda, el caso más notable de desaparición de los partidos políticos en América Latina, Un caso extremo de descomposición partidaria, como dicen los autores. 

La frase final del libro es contundente: “Una vez que los partidos desaparecen y los políticos encuentran medios para ganar elecciones sin ellos, toda la ingeniería del mundo sería insuficiente para reconstruirla”.

Es decir que, haya elecciones el 2020 o el 2021, se apliquen o no las importantes reformas electorales propuestas por la Comisión que presidió Fernando Tuesta, la posibilidad de que tengamos verdaderos partidos compitiendo electoralmente es muy remota, casi inexistente. Porque a las muy válidas razones que Levitsky y Zavaleta señalan, y que son específicas del Perú, se agrega una situación global, internacional, que afecta también al Perú, pero que no le es exclusiva: 

Los partidos están en crisis en todas partes. Aunque en el Perú esta crisis sea mayor, la verdad es que la forma partido político como mecanismo de representación, corresponde a la etapa en la cual las agrupaciones políticas ofrecían un canal para el desarrollo de vocaciones políticas, canal casi monopólico para este propósito.  

Hoy en día, el desarrollo de los medios de comunicación audiovisual, primero, y de la comunicación virtual luego, se han superpuesto a las formas de articulación basadas en relaciones cara a cara, características de los partidos, entre otras instituciones. Así como ya no hace falta ir al cine para ver películas o ir a la iglesia para escuchar la misa, así tampoco hace falta el partido político para canalizar las expectativas y aspiraciones políticas de los ciudadanos. En esta etapa de la democracia mediática y virtual, los mecanismos de representación difícilmente volverán a ser los partidos políticos.

Surgen, en su lugar, movimientos sociales en torno a reivindicaciones específicas que se mantienen dentro de la sociedad civil y que no presentan candidaturas ni aspiran al poder político. Estas reivindicaciones pueden ser de género, étnicas, regionales o sindicales, pero requieren inventarse canales de representación, así como lo han hecho los sectores dominantes de la sociedad, a través de los partidos y políticos orgánicos, que crean o cooptan.

Tal es el desafío que afrontan los sectores populares, para conquistar (1) una mayor igualdad entre niveles de ingreso, géneros, etnias y regiones; y (2) un medio ambiente liberado de la autodestrucción a que nos lleva velozmente el calentamiento global.