"Una bala en la cabeza y se acabó tanta huevada". La frase suena una y otra vez en 'La terapeuta', pero son los matices que le dan cada uno de los personajes que la repiten, lo que permite que entendamos el real significado que algo así tuvo para un país cuyos ciudadanos vivieron durante años con el miedo en la garganta. En todo sentido.
Personajes que son abordados por una Alejandra Guerra insuperable enfrentándose al que considera en este momento el mayor reto de su carrera: meterse en la piel de una abogada de derechos humanos que debe dar clases de yoga a los líderes terroristas presos en la Base Naval del Callao. Una premisa que, pese a partir del absurdo, nos permite acercarnos a ese mito monstruoso creado en torno a los responsables de uno de los capítulos más dolorosos de nuestra historia.
Pero más allá del dolor colectivo hay dentro de una sociedad dolores y monstruos propios. 'Cucos' a los que nos cuesta enfrentarnos con el mismo temor paralizante que nos generaba lo que muchos veían como las mayores amenazas. ¿Si alguien tiene la oportunidad de enfrentarse esto último, será capaz de hacerlo con todo?
Gabriela Yepes es la autora y directora de una pieza teatral que logra que estas dos líneas avancen de forma paralela, y Alejandra -una de las actrices con mayor preparación y versatilidad de nuestra escena- la encargada de transmitirlo al público que termina de pie en cada función. Conversamos con ella en el punto más alto de este viaje y la necesidad de aferrarse con valentía al abordaje de este tipo de historias... dentro de nuestra historia.
El personaje de 'la terapeuta' acepta 'aquel trabajo que nadie quiere aceptar'. Con lo fácil que es hoy en día 'terruquear' cualquier propuesta que hable de memoria, ¿crees que has aceptado un papel que no todas las actrices aceptarían? ¿Qué hay más allá de esta historia?
Leyendo el libreto creo que cualquier actriz quisiera hacer este papel. La obra trata en realidad de la historia de una mujer que viene a enfrentarse a su padre, con quien no ha hablado en muchos años. Y el taller que hace en el penal es algo con lo que ella viene a contarle 'mira, yo hice esto, yo me enfrenté a esta situación, yo hice el trabajo que nadie quería hacer'. Lo que ella busca es validar en el padre, con quien ha tenido una relación muy conflictiva y dura, el reconocimiento de quién es y lo que hizo. Atraviesa su dolor, su miedo. Es la relación de una hija con su padre.
¿Y el valor para intentar resolver su relación filial lo encuentra en lo que muchos considerarían una relación de temor mayor?
En la historia este personaje tiene muchos recuerdos como los puedo tener yo o cualquier persona de mi generación. Eventos que marcan la infancia. Trata de enfrentarse a este monstruo, a esta imagen. Es como el mago de Oz, una imagen que no sabes qué es, que no la puedes ver, no la puedes tocar, y que de pronto tiene cara, un cuerpo, ¡y le tienes que dictar una clase! Además es una mujer entrando a este lugar donde nadie entra, vistiendo de blanco neutro para 'desmujerarse'. Es todo un tema de tirarse abajo el monstruo del mal. Y no es tirárselo abajo para reconciliarse, sino para romper con el miedo.
¿El que Sala de Parto se atreva a poner sobre las tablas temas como el de la memoria y muchos otros que pocos se atreven a tocar, permite que valoremos más el aporte que puede dar el teatro?
El teatro no solo cuenta historias, sino que pone espejos para la sociedad. Es un espacio donde la sociedad se puede enfrentar con muchos temas y el de la memoria es complicado, delicado. Yo vengo trabajando en muchos proyectos, desde cine y teatro, con 'Ausentes', con 'Vladimir', todo lo que tiene que ver con ejercicios de memoria porque justamente tenemos un hueco enorme generacional donde no se sabe qué pasó exactamente. Chicos de veinte hasta treinta y pocos que no saben realmente qué ocurrió en este país porque no está en la malla curricular de los colegios y no es parte de un ejercicio de reconocimiento de lo que pasó. El arte puede ocuparse muchas veces de llenar esos espacios, no por llenarlos simplemente sino para visibilizar temas que son inevitablemente parte de nuestra historia y de quiénes somos también. Es normal que sea delicado, siempre lo va a ser. Nadie quiere abrir esa caja, prefieren que se mantenga cerrada, no pensar en eso, pasar la página. Pero ahí está, si no hacemos ese puente, ¿cómo sabemos quiénes somos si no sabemos de dónde venimos?
¿Es complicado enfrentarse sola a un texto en un escenario?
Es la segunda vez que lo hago. Y agradezco haberlo hecho previamente porque esto es un tour de force. Es más, hasta hace tres semanas sentía que tenía como una ola, un tsunami. Hice un monólogo que dirigió Alberto Ísola, un texto literario maravilloso, pero estaba lleno de imágenes mucho más reflexivas. Y esto es un texto muy de acción, con muchos personajes, técnicamente es muy complejo y es como veinte minutos más largo que el anterior. Creo que es el reto más grande para mí en este momento en muchos sentidos. La complejidad de habitar la historia de esta mujer, de contar la historia de esta mujer, de sentir además que al contarla estoy habitando también a muchas mujeres. A nivel emocional es muy complejo y a nivel técnico es muy complicado también.
Eres una de nuestras actrices con mayor formación. ¿Cómo has aplicado toda tu mochila de conocimientos en este montaje?
Aquí hay mucha precisión. Requiere de un timing, un reconocimiento del objetivo, la acción. En qué momento le estoy hablando al padre, en qué momento estoy recibiendo un personaje o le estoy hablando a otro. Todo mi training físico que no solo va desde el poder levantar la pierna, sino en entender que lo físico es narrativo también. Me he preparado hace ocho meses haciendo capoeira y felizmente ya hacía yoga. Todos estos elementos que han sido parte de mi formación entran en juego y me permiten tener recursos para poder sacar. El humor es otro ejemplo, es una puesta muy dura que requiere de un poco de él para descansar. La obra no es graciosa pero la premisa es absurda. Hay algo de la posibilidad de bajarte el estatus y poder reírte de ti misma, no de lo que pasa, no de la historia, no de lo que hicieron estos hombres de ninguna manera, pero sí de este contraste de ir a enseñarles yoga. ¿Qué estoy haciendo? Ella también lo cuestiona, duda, y eso la humaniza. No es la superheroína fantástica. Por momentos claudica ante este propio mandato que ella misma se pone de ser la que puede, la que hace. Todos esos recursos ayudan a que la obra no solo cuente la historia, sino que sea interesante de ver.
Tienes la oportunidad de trabajar con una directora que además es la dramaturga del texto que presentas. ¿Qué tal trabajar con Gabriela?
Gaby es una persona muy preparada. Tiene una acumulación de conocimiento, ha estado estudiando tanto que ya tiene que botar al mundo todo lo que tiene. Creo que es de las personas más inteligentes que conozco. Hábil, sensible y que ha llegado al proceso de una manera intensa pero desde el apoyo, de la fe. Siempre me he sentido sostenida por ella. Hemos trabajado antes de tocar el texto un montón, desde investigación, improvisaciones, ejercicios de reconocimiento, porque son tantos momentos de la historia, tiempos, personajes, que hay que saber a quién le estás hablando.
El nivel de trabajo que hemos tenido ha sido exhaustivo y recién después de eso hemos ido a trabajar ya con el texto. Ha sido un proceso único, distinto para mí. Estoy muy agradecida porque ella me exige todo lo que se exige a ella, pero al mismo tiempo es muy generosa, lo que es bueno para mí porque estoy aterrada. Que un director te de eso es un regalo.
La sinopsis de la obra la ha convertido en una de las más esperadas no solo de Sala de Parto sino de la temporada. ¿Con qué va a encontrarse quien la vea?
Siento que se va a encontrar con diferentes cosas. Hay dos líneas, una con la historia, la memoria y otra que tiene que ver con el padre, y eso inevitablemente a mucha gente la toca. Es compleja la relación con nuestros padres y es compleja la metáfora, porque de alguna manera en eso se convierte todo lo otro para atravesar ese fantasma. Se va a encontrar con una historia que habla del país a través de algo muy íntimo. La historia es cómo a partir de derribar a ese monstruo, no para empatizar con él sino para entender ese cuco, saber qué es y no tenerle miedo. Y se va a encontrar también con preguntas, porque no todo está resuelto en esta vida.
¿Vale la pena seguir haciendo teatro, Alejandra?
Cuando se hace teatro como este, sí. Yo cada vez estoy pensando en eso. Es un acto heroico porque uno vive de otras cosas para hacer teatro, pero cada vez estoy más interesada en hacer las cosas que siento que quiero hacer y voy a ir en ese camino. Romper un poco la estructura clásica del teatro, entrar en otros lenguajes. Vale la pena porque nosotros ponemos el cuerpo, nuestra energía, el alma. Y si lo hacemos, también recibimos mucho. Puedes perder, pero ganas un montón.
LA TERAPEUTA de Gabriela Yepes. Con la producción de Sala de Parto. Viernes y sábados a las 20:00h Teatro de la Alianza Francesa Av Arequipa 4595 Miraflores Hasta el 28 de setiembre.
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