Escribe: Carlos Fuller  


Todas las historias sobre Javier Heraud coinciden en que el poeta tenía los pies enormes. “Calzo igual que Maiakovski”, respondía él cuando lo molestaban, según su amigo el poeta Arturo Corcuera. Porque también tenía un muy buen sentido del humor, aunque en las fotos lo veamos siempre con semblante serio y mirada en lontananza. En ellas no se nota lo alto que era. “Era un tipo grandazo”, decía Manuel Cabrera, un compañero guerrillero que estuvo con él en sus últimos días. Adela Tarnawiecki, el amor de su vida, decía que tenía un paso muy particular, pausado y de largas zancadas, que se sentía llegar desde lejos. En casa lo llamaban “gordo”, a pesar de lo delgado que era, porque nació con más de cuatro kilos, y porque podía comer seis panes, en el desayuno y en el lonche. “De mis seis hijos fue el que más rápido nació y también el que más rápido se me fue”, solía decir su madre, con nostalgia. De Javier se han contado una infinidad de historias que coinciden, a grandes rasgos, en los mismos hechos: el alumno brillante del colegio Markham, el poeta precoz que vaticinó su propia muerte, el aspirante a cineasta que viajó a estudiar a Cuba, el guerrillero asesinado sobre una canoa en Madre de Dios.

Pero no vengo a contarles la historia de Javier Heraud. Eso ya se hizo. Antes lo hizo Cecilia Heraud, hermana del poeta y autora de dos libros sobre su vida. Lo hizo Norma Martínez en un reportaje de una hora, transmitido en señal abierta por el canal estatal. También lo hizo Chabuca Granda, compositora de El fusil del poeta era una rosa y Las flores buenas de Javier. Pero no hace falta ir tan lejos. Solo en este año, los cineastas Eduardo Guillot y Javier Corcuera estrenarán, cada uno, un largometraje sobre la vida del poeta, por pura coincidencia. Y es que parece que nos encanta escuchar la historia de Javier Heraud. En más de una ocasión se la ha comparado con la del arequipeño Mariano Melgar, autor de los yaravíes, muerto a los 24 años en la campaña de independencia. O, en un espectro más amplio, con la del francés Arthur Rimbaud, el poeta adolescente que renunció a seguir escribiendo. “Ya verán, yo seré el Rimbaud del Perú, escribiré hasta los 21 años y nunca más”, solía decir Javier, cuando su padre se burlaba de su vena poética.

“Era un adolescente hiperintenso, con un hambre increíble por comerse todo”, dice Rodrigo Vera, curador de una muestra sobre el poeta que, coincidentemente, también se lanzará este año en la Casa de la Literatura Peruana. Según cuenta, su equipo comenzó la investigación viendo el documental que el cineasta Javier Corcuera lanzará en agosto de este año. “Mi mayor preocupación era evitar hacer una réplica de lo que se va a ver en el cine. Y era difícil: porque es un documental muy completo. El dilema desapareció en cuanto nos permitieron acceder al archivo del poeta en la Universidad Católica. Hay borradores, manuscritos, cartas, cuadernos hechos a mano. Es increíble cómo una existencia tan corta pudo ser también tan compleja y tan rica. Te hace pensar en esa frase de la película Blade Runner: ‘la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo’”.

Contar la historia de Javier

“Mi padre me decía esto: ‘Javier tiene que vivir para siempre’. Y ya cuando estuvo muy viejito me decía: ‘ya me puedo morir tranquilo, porque sé que tú vas a continuar’”. La que habla es Cecilia Heraud, la hermana menor de Javier, quien ha dedicado buena parte de su vida a preservar su memoria. Es una señora pequeña y menuda de 75 años. Vive en una pequeña casa de Surco cuyo objeto más preciado es un retrato de la pintora Etna Velarde en el que el poeta se sostiene la barbilla con la mano y mira severamente. A inicios de los ochenta, Cecilia tuvo la inquietud de indagar en la historia de Javier, sobre todo, en aquella etapa que ella no conoció: cuando se fue a Cuba para no volver. Cecilia me cuenta que cada 15 de mayo —el día de la muerte de Javier— ella compraba todos los periódicos y revistas, que se entrevistó con las personas que habían hecho el viaje a Cuba y a Madre de Dios, que guarda todas las grabaciones en casetes; dice que en cierto momento detuvo la investigación porque se hacía muy difícil para ella, dice que conversaba con hombres que, de pronto, se echaban a llorar. “Hasta que un día me senté en el piso, tiré todas mis entrevistas transcritas a máquina de escribir, y comencé a armar mis páginas; a cortar fragmentos, a pegarlos con cinta scotch”, dice ella. La primera versión de ese libro se publicó en 1989 con el título Vida y muerte de Javier Heraud; y en 2013 salió la versión definitiva, Entre los ríos.

Desde que se lanzara el primero de estos libros, Cecilia se convirtió en la encargada de contar la versión familiar de la historia de Javier. Es quien suele dar la cara en entrevistas y a quien invitan a los eventos honoríficos. No se ha visto a muchos más miembros de la familia hasta este 2019, cuando se lanzó el tráiler de El viaje de Javier Heraud, el documental que lanzará el cineasta Javier Corcuera sobre el poeta. En él, entre violines y versos del poema Mi país, aparece una muchacha pálida de pelo rojizo. Se la ve contemplar las fotos de Javier, leer sus libros, conversar con sus conocidos. Su nombre es Ariarca Otero y es nieta de Cecilia. Ella es el hilo conductor del filme: la que abre el baúl de los recuerdos de su tío abuelo para descubrir su historia, dos generaciones después. “La historia de Javier en mi familia siempre ha sido muy distinta a la que hay en el exterior”, me cuenta ahora, en su apartamento de Barranco. “De pequeña yo no sabía a quién creerle. Nunca se mencionaba su lado guerrillero. Me decían que se fue a estudiar cine a Cuba y que ahí lo engañaron y que por eso se quedó. Yo siempre me cuestioné estas cosas. Y en el proceso de grabación con Javier Corcuera fui viendo todos los matices del personaje, las diferentes capas que una familia crea alrededor de una persona”.

“Elegí a Ariarca como hilo narrativo porque andaba en busca de un punto de vista distinto”, me cuenta por teléfono Javier Corcuera, desde un tranvía en España. “No quería contar una historia sobre alguien de una generación que ya pasó. Quería contar una historia para los jóvenes que hoy tienen veintiún años, que es la edad que tenía Javier cuando lo mataron”. Javier Corcuera, por cierto, es hijo de Arturo Corcuera, amigo íntimo de Javier Heraud, y, de hecho, lleva su nombre en homenaje. Dice que este documental es un proyecto que tiene desde que comenzó a estudiar cine; que el poeta era una presencia constante en su casa y que su padre arrastró una tristeza muy grande hasta el final de su vida. Dice que, al principio, cuando empezó con la grabación, se cruzó en varias locaciones con el equipo de producción de La pasión de Javier, la película de Eduardo Guillot. “Es muy curioso porque hemos ganado el mismo premio. Hemos tardado el mismo tiempo en hacerlas y vamos a estrenarlas el mismo año. Ha sido una especie de broma de Javier Heraud”, dice Corcuera.

Eduardo Guillot, por su parte, ha apostado por un tratamiento diferente. Aunque está basada en hechos reales, La pasión de Javier viene con la etiqueta de “ficción” y los guiones han sido trabajados con el apoyo de la familia del poeta. “Con Cecilia y la familia yo he sido bien claro. Les dije que me interesaba hacer una película que planteara momentos en los que hay ficción, pero que respetara los hechos. Nunca tergiversando la consecuencia de Javier y siendo fiel a su forma de pensar”. Guillot me cuenta esto en su oficina de Miraflores, donde destaca un gigantesco poster de Caiga quien caiga, su película sobre Vladimiro Montesinos. La pasión de Javier es la producción que sigue a esta última, y tiene como protagonista a Stefano Tosso, en el papel del poeta. “Supongo que para Javier Corcuera también debe haber sido complejo identificar por dónde aproximarse a esta historia”, me cuenta Guillot. “Porque tiene muchas aristas, puedes contarla de muchas maneras. ¿Por dónde arranco? ¿Cómo la cuento? ¿Quién es el que la cuenta? ¿Desde el punto de vista de quién? Yo he elegido uno. Y ojalá que sea el correcto”.

Vivir por siempre

Cecilia Heraud ha colaborado directamente con las producciones de ambos cineastas. Se ha reunido con los guionistas de Guillot y es uno de los personajes del documental de Corcuera. Hace un año, ella donó todo su archivo a la Universidad Católica; solo se ha quedado con sus ediciones dedicadas de El río y el viaje, algunas fotos familiares, y los retratos que adornan sus paredes. Aún así, ella sigue recibiendo a una gran cantidad de personas que, como yo, llegan a preguntarle sobre su hermano. A todos los recibe como ahora, con una tetera de té, con toda la tarde por delante. “Mi generación y la de Javier ya somos el techo”, me dice. “Se acaba de ir mi hermana. Se están yendo amigos. De los poetas, todos han muerto: Antonio Cisneros, César Calvo, Arturo Corcuera, Mario Razzetto, Rodolfo Hinostroza. Así que, ahora, mi intención es dejar a Javier entre los jóvenes, entre los niños”.

En una de sus cartas, Javier Heraud dijo que, si algo le pasaba, esperaba que alguna escuelita llevara su nombre. Hoy, el Ministerio de Educación tiene registrados 81 colegios Javier Heraud a nivel nacional. Cecilia ya no lleva la cuenta de las promociones que llevan el nombre de su hermano. En 2016, fue invitada a Ayacucho porque una de ellas cumplía 50 años. Me cuenta que la primera fue del Colegio Santa Isabel de Huancayo, la del año 1965, y que la PIP se llevó detenido al presidente de esta promoción por sugerir el nombre de un guerrillero. Hace poco, Cecilia fue invitada a izar la bandera en el colegio CNI de Iquitos. “¡Solo por ser la hermana de Javier Heraud!”, me dice, entre risas. También me cuenta que en  mayo pasado, el día 15, ella visitó el cementerio Jardines de la Paz con un ramo de flores, como hace cada año. Y que al llegar a la tumba de su hermano se encontró con un grupo de niños, todos uniformados. Eran alumnos del colegio I.E.P. Javier Heraud, de Huaycán. Habían llenado la tumba de flores y, justo entonces, cantaban su himno. El himno a Javier Heraud. Uno que dice: “Sé que tu muerte /fue sacrificio/de un valiente que no se olvidará”. “Disculpen, chicos…”, les dijo Cecilia. “¿Podrían volver a empezar?”. •


(Publicado originalmente en revista h)


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