Rodolfo Hinostroza se encontraba en París en 1973 cuando recibió la noticia de la muerte de su padre. Contaría muchos años después que, para sorpresa de él mismo, "lloró como nunca imagino que podría llorar por nadie". Un hecho que, sin duda, marcaría su vida y su obra, y que plasmaría posteriormente en el poema 'Los huesos de mi padre'.

El texto es una necesidad personal de rendir tributo a uno de sus referentes. Octavio Hinostroza fue, en palabras de su propio hijo, uno de los principales poetas indigenistas que parió esta tierra y sin duda una de las razones por las que terminaría aceptando que su destino era la poesía, aunque a su madre no le hiciera la menor gracia.

Cecilia Podestá, también poeta y su gran amiga, recibió de manos del recordado representante de la 'generación del 60' el manuscrito de la obra y emprendió una aventura que por arriesgada resultaba hermosa: publicar dicha versión de puño y letra del autor.

Hinostroza llegaría a ver esa joya convertida en realidad antes de morir y hoy, dos años y medio desde que trascendiera, Podestá volvió a la labor de insistir con este homenaje a él, a su padre y a su poesía, publicando una nueva edición aún más exquisita que la precedente.

LaMula.pe conversó con ella sobre este nuevo lanzamiento de Máquina Purísima, que ya se encuentra en librerías.


¿Por qué volver a editar 'Los huesos de mi padre'?

'Los huesos de mi padre' se editó, por decirlo de alguna manera, hace años cuando Rodolfo estaba aún vivo. Fue una edición casi secreta que no llegó a librerías, muy personal, en la que Rodolfo tuvo sus ejemplares y yo me quedé con algunos otros. Después de que murió yo creía que una nueva versión podría tener más espacio que aquella que que fue como más familiar, entre amigos, algo para el mismo Rodolfo. Esta vez lo he reeditado también artesanalmente pero es una edición distinta. Si bien sigue siendo artesanal, tiene otra clase de trabajo. Ya no solo lo hago en el taller, ya hay algunas personas involucradas detrás del proceso.

Rodolfo decía que lo único que le quedó de su paso por la escuela de medicina fue 'la letra de médico'. ¿Por qué era importante que fuera un manuscrito?

Yo tengo una obsesión por el rastro biológico. La letra es lo primero que aparece entre el lenguaje y el cuerpo. Entonces que un poeta como Rodolfo Hinostroza pueda escribir un libro a mano, para mí es una gran celebración. Cuando yo se lo pedí, cuando hablamos del proyecto, primero se mostró como un poco dudoso precisamente de su letra, por la chambaza que suponía escribirlo a mano, pero sobre todo también por el tema.

¿Qué hace especial a este poema?

El texto es un poema pero es una historia muy intensa sobre su padre, Octavio Hinostroza, que también era poeta y que se pierde por las calles de Lima. Es un relato muy triste que narra su muerte y su indigencia. Por eso el texto empieza preguntándose "¿serán estos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?" Porque cuando lo encuentran en la fosa común él no sabría en ese momento, entre el dolor y todo lo que pudo haber ocurrido, si es que realmente eran los huesos de su padre. Yo le decía a Rodolfo que por eso tenía que ser escrito en mano, porque los huesos nunca mueren. Cuando él me lo dio me dijo 'bueno, te entrego acá el libro' y yo literalmente sentí que salí de ahí con los huesos de su padre.

¿Fue cómo una responsabilidad?

Aquí ya hay un tema un poco personal. Rodolfo y yo éramos muy cercanos, muy amigos, hablábamos muchísimo. Me dijo "te dejo los huesos de mi padre pero que los huesos del tuyo no se conviertan en una bolsa pesada", porque yo tengo en ese sentido una relación casi anulada. Cuando Rodolfo murió, yo recuerdo que ese año, pocos meses antes, había muerto mi abuelo. Y justamente Ingrid, su esposa, invitó a un grupo de amigos cercanos como Lucho Checa y Victoria Guerrero, a leer textos en el velorio. Y yo empecé a leer el texto de 'los huesos de mi padre' y no sé qué me pasó, me quebré como no pensé que podía quebrarme. Tenía encima la amistad con Rodolfo, tenía los huesos de mi abuelo, mis propios huesos que nunca terminan de enfrentarse bien a la muerte. Este es un libro totalmente mortuorio y que Rodolfo lo haya escrito con su propia mano es una celebración sobre la biología, sobre su muerte. Es un acto poético.

¿Te contó como vivió la muerte de do Octavio?

Me contó que le llegó la carta cuando estaba en Europa, y me dijo 'nunca lloré tanto así en mi vida'. Porque su padre era poeta, era guionista, pero sobre todo tenían una relación muy especial. Él amaba la intensidad con la que vivía su padre antes que sus errores. En su libro de crónicas 'Pararrayos de Dios' hace una crónica de su padre y lo reconoce así, como un gran poeta e incluso como guionista de cine. Rodolfo decide llamarse Rodolfo porque creían que lo que él escribía lo hacía su papá.

Han pasado dos años y medio desde su muerte...

No lo sé, yo nunca recuerdo los años, recuerdo los días. Rodolfo murió el 1 de noviembre, el mismo día que Juan Javier Salazar, un gran artista plástico. Y es irónico que se haya ido un 1 de noviembre, el día de los muertos.

Pero aunque no deja de ser algo relativamente reciente, ¿qué nos hace falta de Rodolfo Hinostroza?

Hace falta su producción, porque tiene mucho material inédito. Él estaba escribiendo una novela que llegaba a las mil páginas. Tiene una obra de teatro que quedó por estrenar que se llama 'Penicilina'. Hace falta su creación, que se pueda editar, que se pueda mostrar, porque él sigue creando. Ahora, como amigo obviamente la falta es enorme. Falta su vozarrón, su risa, ¡su ira! Él escribió todos los géneros literarios, cuentos, poemas. Para mí como poeta es, no sé como explicártelo, para mí hay libros que son como portales, tú entras y sales. La poesía de Rodolfo está ahí, es un portal abierto a sus temas, a ese mar sucio, a la noche, al lobo como consejero. Un poeta difícil pero muy intenso.

Esta edición es preciosa, pero no es la primera vez que editas libros de este estilo. ¿No es un riesgo apostar por este tipo de publicaciones?

Es un riesgo total. Yo tenía una editorial antes que se llamaba Tranvías Editores. Edité furiosamente hasta que un día tuve que dejarlo y me cansé. Pero después entendía que me gustaba, entonces cerré Tranvías y abrí Máquina Purísima, que se llama así porque en el Mutatis mutandi de José Eduardo Eielson dice 'existirá una máquina purísima'. Yo vivo enamorada de las máquinas de las imprentas. Una máquina capaz de editar poesía es una máquina purísima. Las ediciones siempre han sido artesanales porque estaban a la medida de lo que yo podía hacer. Por presupuesto, por desconocimiento de muchas cosas como el Photoshop (risas) Por ejemplo, a veces he escaneado libros, como los manuscritos de Carlos Germán Belli, que también tienen este estilo. Pero a la vez, poco a poco esto le fue dando más identidad a los libros. Yo te diría que no soy una editora, soy una persona que se obsesiona con lo que lee y quiere, bajo una frustración de artista plástica, verlo en 100, 200 ejemplares. Para mí lo de las manos es muy importante, una especie de rastro biológico. Así como Rodolfo escribió los libros a mano, todos los libros de Máquina Purísima tienen mi relación con ellos y por eso están hechos a mano.

Al final en este planeta, tan infame como es, solo te puedes permitir la pasión de lo que quieres hacer. Mira cómo estamos. Rodolfo estaba convencido de sus pasiones y vivía de acuerdo a ellas: escribir. Él decía, los dioses hablan conmigo. Tiene que ser así, no hay otra forma, porque sino no es funcional, la rueda no gira.

"Los huesos de mi padre" de Máquina Purísima se encuentran en librerías como Sur, El Virrey. Inestable, y pronto también en Crisol y otras.



Notas relacionadas en LaMula.pe

Rinden homenaje al poeta Rodolfo Hinostroza en la Casa de la Literatura Peruana

Rodolfo Hinostroza cuenta sus últimas semanas con Toño Cisneros

Hinostroza, la sabiduría del lobo

Un lobo mordiendo la última noche del mundo