Invitada: Amanda Osorio Angulo, especialista en derechos humanos 


Imagina que huyes de tu país, que lo haces por tierra, que te estafan, que te quedas sin plata, que tienes que “tirar dedo”, subir camiones o caminar por días, semanas, dormir a la intemperie. Imagina que tienes una discapacidad.

Imagina que ahora vives con más de cien personas desconocidas en una casa que no es tuya, en una ciudad que apenas conoces, en un país al que no querías venir, lejos de tu familia, tus amigos, lejos de todo. Imagina que sufres de depresión y nadie lo sabe.

Imagina que por las noches no hay camas suficientes en este albergue, que como la mayoría tienes que dormir en una colchoneta compartida, que la persona a tu lado recién llegó anoche, que no lo conoces. Imagina que eres mujer.

Imagina que es mayo, que empezó el frío, que tus compatriotas te han contado que el invierno puede ser muy húmedo, que no hay frazadas suficientes. Imagina que tienes artritis y sabes que el dolor será peor.

Imagina que tienes hambre, que es hora de comer, que solo hay pasta con atún así como ayer, anteayer y así como será mañana. Imagina que tienes diabetes.

Imagina que tienes siete meses de embarazo, que no tienes dinero para tus controles ni seguro de salud, que solo una vez te sacaron sangre, que entraste al país solo con cédula, que tu madre se quedó en Colombia. Imagina que tienes 16 años.

Para las personas venezolanas que viven en cuatro albergues de acogida temporal en Lima no es necesario imaginarlo porque es su realidad. Así se documentó en la investigación Albergues de acogida temporal en Lima: factores de riesgo para la salud en contexto de migración venezolana, realizada en el 2018 y publicada recientemente por la Editorial Jurídica Themis y la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).

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Esta investigación propone que las características de habitabilidad y seguridad de estos albergues sumada a su limitada capacidad de gestión y la situación de vulnerabilidad de sus huéspedes pueden constituirse como factores de riesgo para su salud.

En un reciente artículo publicado en el diario El Peruano he desarrollado con más amplitud los dos primeros aspectos, pero conviene profundizar sobre el papel fundamental de la situación de vulnerabilidad de las personas venezolanas que habitan en estos albergues derivada no solo de sus condiciones individuales sino de las motivaciones de huida y de los múltiples riesgos a los que se exponen durante el trayecto migratorio.

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Situación de vulnerabilidad

Para nadie es una novedad que en Venezuela existe una crisis sanitaria que no solo impacta en los ciudadanos que viven en territorio venezolano, sino en aquellos que vienen huyendo de esta cruel realidad, que se desplazan e instalan en países como el nuestro:

“Yo venía con una condición médica desde Venezuela, allá fui diagnosticada con Sarcoma de Ewing grado tres. Viajamos a Lima por la condición de mi país y también por la parte médica, yo quería ser tratada, hacerme mis exámenes (…)” (Entrevista a una huésped).

Asimismo, los múltiples riesgos a los que se enfrentan durante el trayecto migratorio pueden contribuir a empeorar su situación de vulnerabilidad.

De veintisiete personas entrevistadas, ocho reportaron haber salido sin dinero al haber invertido lo que tenían en el pasaje para el autobús; cuatro indicaron haber salido con dinero, pero haber sido estafados en Colombia o Ecuador; y otros indicaron haber realizado el viaje a pie, dedicándole entre 15 a 20 días.

Así también, algunos sufrieron hipotermia y bajas de tensión en el camino por tener que dormir en la intemperie, otros reportaron vómitos e inapetencia debido al estrés del camino, uno sufrió una infección respiratoria y dos de ellos experimentaron grandes dificultades en el camino por enfermedades y condiciones preexistentes.

“La falta de alimento, el hambre me hizo salir de Venezuela. Yo salí con mi amigo por la frontera. Estábamos esperando un dinero que nos iban a enviar de Colombia a Cúcuta y con ese dinero íbamos a pagar el pasaje y el hospedaje en Bucaramanca, pero a este señor nunca lo enviaron, nos dejaron mal, tuvimos que vender nuestras cosas de valor como teléfono, pen drive, entre otros. Nos quedamos en Bucaramanga, nos afectó mucho el clima, pasamos la noche en la autopista, hubo un momento de pánico, me di un golpe, me raspé, me subió la presión” (Entrevista a un huésped).

Una vez instalados en los albergues, las condiciones pueden continuar agravando su situación de vulnerabilidad:

“Yo me levanto a las siete de la mañana, aunque trabajo en la madrugada no me gusta estar acá, prefiero salir. Trabajo de noche y como llego a las tres o cuatro de la mañana, no hay colchones y nos toca dormir en la grada. No tenemos un lugar fijo donde dormir. Tenemos que acomodarnos. Hay otros que tienen sus habitaciones arriba y esos puede ser otra cosa, pero los que están aquí afuera es una lucha de todos los días” (Entrevista a un huésped).

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¿Qué hacer frente a esta situación?

Para las instituciones será necesario conocer a profundidad la situación de vulnerabilidad de la población venezolana acogida en refugios y tomar acciones concretas que garanticen el pleno ejercicio de sus derechos, en particular de mujeres, personas con discapacidad, niñas, niños o adolescentes en desprotección familiar y personas LGTBI, asegurando la incorporación de un enfoque de derechos humanos.

Y, finalmente, a ti como a mí, respetado lector, lectora, nos toca ponernos en su lugar, imaginar qué se siente huir de tu país, emprender un viaje donde puedes ser víctima de robo, estafa, agresiones, o incluso poner tu vida en peligro. Y después, tal vez, comprender un poquito mejor la situación en la que se encuentran al llegar a una ciudad que los excluye y los invisibiliza.


* Artículo escrito por Amanda Osorio, publicado en el libro Después de la llegada: realidades de la migración venezolana. Lima: Themis - PUCP, pp.173-193.