Escribe: Isaac Cos

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En sus últimos trabajos, la escritura de Patricia de Souza toma las formas de la autoficción. Esto ya resultaba evidente con Vergüenza (Casa de Cartón, 2014) y, ahora, Mujeres que trepan a los árboles (Trifaldi, 2017) confirma esta deriva hacia el desdoblamiento literario. La narrativa de Patricia / su narrativa se convierte en un alfabeto de espejismos que multiplica su pasado y lo expone en fragmentos distantes. El resultado de esta escritura se parece a una biografía posible, que sólo es recuperable gracias al desvío o a la transfiguración. 

Así, la narradora se convierte, más bien, en una voz de la conciencia o en un yo poético que se vacía a través de la expresión lírica. Tal vez, este enunciado retórico, más próximo al discurso onírico, es la mejor forma para alejarse de su propia subjetividad. De este modo, la autora sale de sí misma y gracias a este distanciamiento puede reescribirse, usando sus recuerdos como si fueran ajenos. Desde la otredad, la narradora disecciona esta biografía impersonal y la expone cortándola a pedazos, ofreciéndola a un escaparate dónde sólo puede husmear el lector. Ya con una obra sólida a sus espaldas, Patricia de Souza ha dejado llevar su narrativa hacia los mares de la ficción personal, un ejercicio lúdico de fijación de la memoria, por su puesto, relativizada, que tiene a Proust como su máximo exponente.

En Mujeres que trepan a los árboles, el recuerdo se estructura a través de una morfología vegetal. El pasado de la narradora florece entre tallos de árboles distintos, propagándose como una primavera de ficción. El olivar, el jabillo, el flamboyán, el caucho, el mango, el apamate, el eucalipto, el sauce, el ficus... todos ellos arraigan en una memoria que se ofrece como una extensa tierra de cultivo, en algunas áreas fértil y en otras baldía. Las distintas experiencias de la narradora quedan simbolizadas por estos árboles, según su fruto, según su flor, según su madera o según la tierra dónde crece. De este modo, algunos recuerdos parecerán trasplantados, ajenos, como lo es el eucalipto; otros, darán frutos sabrosos como el mango y otros tendrán espinas como el jabillo. La narradora organiza su discurso a través de la ecología y el resultado de esta escritura es un diario personal heterodoxo, que mezcla fechas, nombres, y árboles. 

El lector reconocerá enseguida rasgos del universo De Souza, sobre todo a través de su narradora en primera persona, esa voz femenina que se dice con sílabas y que se expresa de forma lírica, a base de estímulos. También se puede identificar por el uso del fragmento, tan habitual en Patricia de Souza, como signo de una escritura postmoderna. De hecho, podemos encontrar esta cuestión reflejada en el texto de forma metadiscursiva: “hay la necesidad de enterrar raíces en la tierra para que florezcan. No puedo seguir escribiendo «novelas», siento que alimento una farsa de dominación, de mentira, siento que mi lengua se traba cuando intento decir qué es lo que pasa por mi cabeza”. El lector se da cuenta que está leyendo un texto en construcción, en progreso, que aún no es definitivo, como si la autora quisiera compartir con él esta versión posible. Por esto, se puede leer: “todo esto quizás lo borraré, no sé” o “aquí hay un borrón y no se entiende lo que se ha escrito”. La autora se desentiende de la enunciación usando el recurso del “manuscrito encontrado” que, en este caso, pertenece a una mujer anónima, metáfora de la identidad femenina.

El texto progresa de forma fragmentaria, entrecortada o discontinua y las distintas historias se van enredando sucesivamente, como si se tratara de un árbol retorciéndose para encontrar la luz. La narradora intercala sus conflictos personales con su traslado a París, con sus retornos a Lima, con el mito del quechua, con su educación, con la lucha de clases, con su crítica contra el capitalismo, contra el patriarcado, contra los valores tradicionales… También hay alusiones a grandes escritoras, como Flora Tristán, Alejandra Pizarnik o Manuela Sáenz, así como reflexiones culturales o de género. Además, quedará espacio para los viajes a la largo de Hispanoamérica y sobre todo para las relaciones amorosas, algunas de ellas espontáneas y otras más profundas. Cobra especial importancia el personaje de Balán como figura individualizada que consigue concretarse dentro del discurso desarraigado de la narradora. 

En su flujo de conciencia, a menudo los detalles precisos se disuelven y acaban perdiendo consistencia a lo largo de una enunciación llena de complejidades. Dentro de esta selección narrativa, muchos datos quedan al margen y el lector no podrá saber la respuesta a muchas de las preguntas que se hace. Esta es la diferencia entre el estilo directo de la subjetividad y el narrador omnisciente que estructura un discurso sin dejarse ningún detalle. El lector que esté acostumbrado a los relatos bien estructurados mediante las pausas clásicas de introducción, nudo y desenlace, puede sentirse incómodo dentro de esta enunciación circular, sin principio ni fin. Sin embargo, aquel lector que prefiera el arte y que disfrute con las innovaciones narrativas, se encontrará muy a gusto en este último texto de Patricia de Souza, cuya biblioteca personal la está consolidando como autora de referencia.


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