En setiembre de 2010, el cantautor abrió las puertas de su casa en Miraflores y me concedió una larga entrevista que se convertiría en este perfil, un intento de retratar a un hombre que nunca pasó desapercibido ni por su talento ni por su vocación para generar polémica. Vestido con un buzo de polar que podría ser también pijama, Polo conversó con la naturalidad de quien está acostumbrado al interés público y saborea sin remilgos esa bien ganada fama.

En Augusto Polo Campos convivían un macho primitivo y un compositor genial. Dos facetas que combinadas hacían de él un personaje insólito. Autor de algunos valses sensibleros y otros magistrales, respondía con picardía y rapidez. Era un patriota exagerado, un histrión que se emocionaba con facilidad e intercalaba la conversación con sus canciones y sus versos improvisados.

De verborragia incontenible y ego desbocado mantuvo hasta sus últimos años una sorprendente habilidad para crear versos en pocos minutos. Quienes lo conocieron a fondo dicen que detrás del hombre ameno e ingenioso había un ser terco con el que no era fácil llevarse bien. Esa personalidad belicosa y arrogante le valió no pocas antipatías, pero nadie podía ni puede negar su talento.

Aquél día mientras nos recibía en la sala de su casa, una llamada  lo mantenía pegado al teléfono. Al otro lado de la línea, contaría poco después, estaba su amigo Luis Postigo desde España. Le estaba haciendo escuchar Contigo Perú interpretada por un grupo español. Polo lucía henchido de orgullo y con los ojos humedecidos. “Qué lindo que los que nos conquistaron estén cantando “sobre mi pecho llevo tus colores”…¿Te imaginas?, ¡qué emoción!”, decía. 

Foto: David Vexelman

Su casa resultaba un interesante objeto de observación. Nadie imaginaría que el espacio más personal de Polo Campos no estaba plagado de instrumentos musicales -no sabía tocar ninguno y casi se ufanaba de ello- sino de muchas imágenes religiosas: el Señor de los Milagros, la Virgen de Guadalupe en cuadros de varios tamaños y, al lado de la puerta, una imagen protagónica del Señor de Muruhuay.

Este hombre que decía haber creado más de 1,700 canciones, entre ellas algunos de los valses más recordados y cantados por los peruanos, tenía, además, su propio busto adornando la sala. Lo había ubicado sobre una pequeña mesa esquinera. Y, claro, también tenía algunas placas y premios colgados en una de las paredes de su departamento. Era un santuario a su personalidad. Lo demás era el reino del desorden: comida, papeles, ropa, cajas y bolsas regadas por toda la casa.

Padre protector, con dones conocidos y vicios incurables, a Polo Campos le gustaba cocinar para sus hijos los domingos, y decía que, si peleaba por dinero, era por ellos y si le temía a la muerte era mientras no los dejara encaminados con una empresa a la que llamaría Contigo Perú. 

“Ya lo he pensado todo: haremos composiciones, polos con mi nombre”, decía. El negocio era él. “Y cuando me muera voy a cobrar la entrada, pero ese dinero lo donaré para los que necesitan”, contaba aquella vez en su casa. Es que en el coexistían, debidamente empatados, el negociante y el benefactor.

Por esos días, en el 2010, la muerte le parecía un asunto lejano, pues dos obsesiones lo mantenían vital y alimentaban un discurso insistente: un pleito y una composición. El pleito era por la canción Cariño Malo y el enemigo de turno era Armando Manzanero. Uno demandaba regalías, el otro calificaba la exigencia como un despropósito. La relación se resquebrajó para siempre: “Estoy muy sentido con él debido a que hace tres años me interpuso una demanda porque no le había pagado sus regalías. Me sentí muy mal porque, en primer lugar, es mi amigo, en segundo lugar es mi compadre y aparte de eso él sabe que el que canta las canciones no tiene que pagar las regalías”, declaró Manzanero a Radio Programas del Perú en una de sus últimas visitas del 2017.

La canción que aquella vez entusiamaba a Polo era su composición más reciente por esos días: era para los 33 mineros chilenos aún atrapados al fondo de la montaña. “La inspiración me llegó a medianoche del 30 de agosto y la hice en cuatro minutos”, contaba. Para eso usó, como siempre, su vieja grabadora y la máquina de escribir que tenía desde hace 52 años y seguro lo habrá acompañado hasta el final. La modernidad no era lo suyo.

Foto: DaviD Vexelman

Simplemente Polo Campos

Tenía 85 años, siete hijos con siete mujeres diferentes, dos matrimonios derrumbados y una inquietud inagotable por el sexo. Hablaba con desparpajo de las muchas mujeres que habían pasado por su vida y hasta ensayaba una explicación sobre sus procederes. “Creo que a las mujeres hay que respetarlas en su físico. Qué abusivo darle a una sola 4 hijos, es mucho trabajo. En cambio, Polo Campos, que, según su dicho, adoraba a la mujer, rezaba: “a cada una su hijo y que pase la siguiente. Entonces eso no es un vicio sino un servicio”. Un botón de la “filosofía” de ese Polo Campos que habla de sí mismo en tercera persona. Como si fuera un Papa.

Hijo de una chiclayana que amaba la música y de un militar limeño que peleó en la guerra con Ecuador, en 1941, Augusto Polo Campos nació en Puquio en 1932. A su madre Flor de María le debe no sólo la vena criolla sino la inspiración para crear 'Cuando llora mi guitarra', una de las canciones más importantes de su carrera. De su padre, Rodrigo, recibió los primeros pagos por sus estrofas cantadas y heredó la inclinación por las mujeres.

Polo contaba que Felipe Pinglo Alva y Eloísa Angulo, la Criollita, visitaban su casa a menudo cuando él era sólo un niño y esa cercanía, dice, era la señal de que estaba predestinado a ser criollo. 

Compuso su primera canción a los 12 años y se declaraba sin modestia como un genio, el mejor compositor nacional, aunque matizaba diciendo que esa genialidad provenía de Dios. 

 Tal vez por eso jamás quiso aprender a leer música. En realidad, ni siquiera se interesó en leer un libro. “Recuerdo que leí uno a medias, de un francés pero ya ni me acuerdo el nombre. Lo hice sólo porque una mujer que me gustaba me dijo que si no lo hacía no me aceptaba. Entonces había que complacerla”, decía risueño. 

Jamás intentó controlar su vicio por las mujeres. Y eso le costó hasta perder amistades. “Mario Cavagnaro era mi amigo, gran compositor y extraordinaria persona, aunque al final terminé peleado con él. Fue por culpa de una mujer”, recordaba lamentándose y agregaba que en su velorio no le aceptaron ni el arreglo floral que envió.

Fue un cazador sin vacaciones ni jubilación que decía nunca arrepentirse de esos excesos. Contaba sus romances por miles, pero para él nada de errado porque creía eso de seguir ese instinto. 

Entre las elegidas es difícil encontrar un patrón: la colección de exmujeres incluye a personas tan disímiles como la cantante criolla Cecilia Bracamonte, la vedette Susy Díaz o, según su propio inventario, la secretaria más famosa de los años 70, Eugenia Sessarego. Con esta última afirmaba haber vivido un ‘amor dramático’ que se inició durante una de sus visitas de caridad a la prisión. A partir de entonces, la visitaba todas las semanas y hasta le cocinaba. Confiesa que fue ella quien le inspiró el vals “Cada domingo a las 12”.

Sin embargo, ninguna de ellas significó para el compositor más que un capítulo breve. Hubo sí, aunque parezca difícil de creer, un amor que lo marcaría para siempre. “Jesús Vásquez debió ser mi esposa pero no pude casarme con ella. Ella fue el amor de mi vida. Pero yo era un simple policía recién egresado y ella estaba con un oficial de alto rango. Además, cómo podía un esclavo de la música criolla ser el marido de la reina. Era una mujer incomparable y escucharla cantar era maravilloso”, confesaba Polo Campos sin intentar ocultar el sentimiento que parece seguir vivo a pesar del tiempo y de la muerte. Sus ojos se humedecen y de pronto el silencio que no le es habitual se apoderó del lugar.

FoTO: DAvID VEXELMAN

No poder realizar ese amor como a él le hubiera gustado fue sin duda uno de los momentos amargos que recordaba. Pero el mayor dolor fue la muerte de su madre dos días antes de su graduación como policía. “Ella me hizo ingresar para que no me perdiera por culpa de la música y la vida bohemia. Pero no pudo recibir de mí ni un sueldo”, recordaba con la voz quebrada.

Añoranzas

La tristeza también se le pintaba en el rostro cuando recordaba a sus compañeros de la música, los cantantes criollos que en poco tiempo lo han dejado más solo que nunca, casi como un fantasma viviente de la escena musical limeña. Para setiembre de ese 2010 ya eran varias las ausencias. “En ocho meses se han muerto 8 de los mejores cantantes peruanos. Toda mi gente se ha ido y me duele”, decía.

Junto a ellos vivió esa época de oro del criollismo donde los cantantes interpretaron sus mejores creaciones y los artistas eran tratados como estrellas y remunerados sin mezquindad. 

“Yo viví esa Lima en la que se daban serenatas en las esquinas, cuando no había radio ni televisión. Recuerdo a las señoras sentadas en su vereda a las 4 de la tarde y los paseos en la Alameda donde crecí, en el Rímac. He visto las verdaderas figuras de la Lima de antaño. Todo eso que ya no existe”, contaba.

Fue homenajeado en 1987 por la OEA junto a otros cuatro artistas criollos- Jesús Vásquez, Arturo “zambo” Cavero, Oscar Avilés y Luis Abanto Morales- en un evento que atesora como el momento más feliz de su vida. “Nos dieron un diploma de reconocimiento como Patrimonio Cultural de América. Esa noche la mayoría de temas que se interpretaron eran míos. Fue un momento inolvidable”, recordaba con una sonrisa en la cara.

Polo no fue sólo compositor. Fue también libretista de Tulio Loza con Camotillo, estrella de la Peña Ferrando y empresario teatral de La Tapa, compañía artística con la que recorrió el Perú por casi 14 años. “De la época de la peña Ferrando recuerdo mucho la imitación que hacía de Chabuca Granda. Ella era mi gran amiga, me decía Polillo y nunca se molestó. Es más, una vez fui a su casa e hice la imitación especialmente para ella”. Sin duda, fueron sus mejores años.

Pero no todo fueron brillos para el maestro del vals. Hubo un tiempo hace casi una década en la que pasó a ocupar portadas de diarios chicha: peleas con exesposas o entredichos con sus hijos, colegas o alumnos habían ocupado los titulares que antes se dedicaban a reportar éxitos y anécdotas bohemias. Ya poco parecía quedar de aquella estrella que se codeaba con figuras internacionales como Pedro Infante, Cantinflas, Olga Guillot o Celia Cruz.

 “A Cantinflas le compuse un paso doble cuando estuvo en Lima, y cuando viajé a México me invitó a su rancho. Y con Pedro Infante, hace 50 años, compartimos una encerrona durante su visita a Lima. Lo metí en la maletera del auto al hotel para que no lo vieran”, recordaba.

Sus últimos años intentó pasarlos sin los sobresaltos del escándalo. Su salud que fue volviéndose frágil tranquilizó la relación con sus hijos. El ocaso de la estrella que fue se produjo en relativa calma. Ahora se ha ido precisamente en la víspera de una visita que le quitará muchos flashes, pero no le robará el protagonismo merecido en el recuerdo de todos los que alguna vez se han emocionado con sus valses.

Borrascoso, narcisista, complicado y varias veces brillante, Polo Campos fue la prueba viviente de que el talento viene a veces en envases bizarros. Se ha ido. Pero de muchas maneras siempre se quedará.

* Nota Publicada originalmente en el semanario HIldebrandt en sus Trece, en setiembre del 2010.

(Fotos: David Vexelman)


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