“En mil cuatrocientas palabras libres los mandé a cagar”. Con esas palabras, en el año 2011, el escritor argentino Hernán Casciari se ganó uno de los primeros aplausos masivos que se le harían cada vez más comunes con el paso del tiempo. Se refería, en ese entonces, a la decisión que tomó en 2010 de renunciar a las cuatro grandes editoriales que publicaban sus libros (y, según ha contado, le robaban) y a los dos periódicos en los que contaba con una columna (y cada vez menos palabras). Su hartazgo lo convirtió en Orsai, una revista sin intermediarios entre los creadores, los autores y los lectores, sin publicidad y, a la vez, con la mayor calidad narrativa y artística. El objetivo: demostrar que la famosa crisis de la industria no es económica, sino moral. Hoy, después de seis años, siete libros y dieciséis números de la revista, su historia es más que conocida y si sufre un infarto, es noticia.
Usar las palabras, ser libre y mandar a cagar al resto, es lo que hace Casciari. Y lo hace con una sencillez y eficacia solo comparable con los relatos para niños y las confesiones sinceras.
A diferencia de la presentación del 2011 en el que le temblaban la voz y las manos, ahora los auditorios y los teatros son la plataforma de sus historias. Después de que le prohibieran fumar y descubriera que así no podía escribir, no le ha costado mutar una vez más y deshacerse incluso de la escritura. “Me empecé a sentar frente a la computadora como un oficinista que va a trabajar y eso nunca me había pasado", dice mientras tapa y destapa constantemente una botella de agua helada en la cafetería de la Feria Internacional de Libro de Lima. "Por suerte pude encontrar algo divertido para hacer que me permitió no pegarme un tiro”.
- Has pasado de lo digital a lo impreso y ahora de lo impreso a lo oral. ¿Los juglares son el futuro?
- Es simple. El músico ha dejado de vender discos pero come gracias a los recitales en vivo. El escritor tiene que empezar a hacer eso también porque no va a vender libros más allá de cinco o seis años más. Sus presentaciones, sus modulaciones, aquello que hace única una lectura tiene que valorarse. Yo empecé a cobrar por hacer lo que puedes leer en esta revista. ¿Qué hace el músico si cualquiera se puede bajar su disco de Spotify? Con esto pasa lo mismo. Por eso todos mis textos están en internet. ¿Cuál es el valor agregado? ¿Comprar un libro? No, irme a ver.
- Hay una insistencia en tu obra por mostrar un mundo dividido entre los buenos y los malos. Cuando explicaste el sistema financiero a tu hija dijiste que esas historias no tienen un final feliz en el mundo real, que cuando funcionan son sueños. ¿Cuánto espacio para lo bueno, para los sueños, crees que hay en este mundo malo del que sueles hablar?
- Un montón. Hay gente que teoriza sobre la posibilidad de hacer medios de comunicación más nobles o dan cursos y jamás, en la puta vida, sacan un medio de comunicación más noble. Quejarse me parece peligroso; enfrentarse, ridículo. Hay mucho espacio para hacer un montón de cosas. Hay mucha gente que está harta de consumir las cosas que están a disposición y cuando haces una cosa distinta te va super bien. Yo me desprendo todo lo que puedo -porque no se puede al 100%- de prácticas que me parecen indignas y trato de hacer un poco de cosas en las baldosas que me van dejando.
- Hay un texto famoso donde cuentas todo lo que aborreces a los abogados. Ahí dices que una de las cosas que más te preocupa es cómo no sabemos objetivizar la vida, identificar lo que está mal, lo que no tiene sentido. Tu hiciste el quiebre cuando te diste cuenta que las editoriales te robaban. ¿Cómo hacer ese tipo de giros sin necesidad de que nos roben primero?
Eso va a ser bastante natural. Hay una época de transición entre el siglo XX y el siglo XXI donde un montón de pelotudos que estábamos en el medio tuvimos que hacer un cambio forzado. Pero mis hijas no lo van a tener que hacer. De grandes se van a cagar de risa cuando les quieran decir una pelotudez.
A veces hacemos cosas y no sabemos por qué. A veces hacemos cosas con discográficas, con editoriales, intermediarios, abogados, escribanos, porque así lo hacían nuestros padres y nuestros abuelos. Pero un día aparece el internet que nos permite hacer un montón de cosas y seguimos pagándole el 15% a unos pelotudos para que la hagan.
- Tu sueles convertir esas cosas ridículas que hacemos y que no entendemos en historias para niños. ¿Cuánta necesidad hay de recuperar la mirada y el lenguaje de los niños para entender las cuestiones más complejas?
- A veces los adultos piensan que tienen que agacharse para hablarle al niño y que entienda, pero hay que agacharse para entender nosotros. Cuando empiezas a explicar ciertas cosas en los ojos de un niño de ocho años te das cuenta de lo estúpido que eres. Cuando le quieres explicar a un niño alguna cagada fea, él te pregunta ¿y por qué? Cuando no sabes contestar el por qué, te das cuenta que el chico te enseñando a ti. Cuando le expliqué a mi hija el sistema financiero, yo entendí lo enfermos que estamos. Cuando alguien que no está contaminado te insisite con el “por qué”, solo te queda decirle que por codicia, porque estamos enfermos.
- ¿Qué es lo más curioso que has descubierto al dirigirte a los niños?
- Me sorprendió un montón lo que podía aprender yo cuando mi hija empezó a tener las herramientas dialécticas para conversar. Empiezas a entender que no entiendes nada porque todo el tiempo está con el “por qué” y esa pregunta es buenísima porque la hemos abandonado después de la infancia.
- ¿Cuál ha sido el “por qué” más difícil que has tenido que explicar?
- Por qué te fuiste.
- A raíz de la nueva Orsai, has dicho: "hay que ponerse los zapatos, hacerse adultos, dejar de ser adolescentes y sacar revistas en serio". ¿Cuándo hay que ser adultos y cuándo recuperar al niño?
- Cuando en la adolescencia, por una cuestión hippie, hacemos revistas independientes, alternativas, marginales, pero nunca jamás le pagamos a nadie, hay que salir de ahí. Si no salimos rápidamente de ahí, Planeta va a ganar porque ellos sí van a pagar. En tanto no dejemos de ser hippies y no sepamos abrir un Excel, vamos a estar en problemas. Hay que ser niños cuando abrimos el Word y grandes cuando abrimos el Excel.
- Durante mucho tiempo tú y Chiri, con quien haces Orsai, se vanagloriaron de la improvisación con la que hacían la revista. En la editorial de este número has escrito que "no es necesario tener la energía que te da la inexperiencia". ¿A qué te refieres?
A que estamos viejos. Este número de la revista salió con una naturalidad que agradecí porque ya no tengo la energía que tenía cuando empezamos con esto. Hacer Orsai por primera vez fue la última energía que tuve. Ahora voy donde cualquier escritor y solo le tengo que mostrar las dieciséis que ya hicimos. Pero para eso tuve que hacer la uno, cuando no había nada atrás. Todo lo que tenía que hacer antes ni en pedo lo hago ahora. Ya lo hice. El derecho de piso está pagado. O sale fácil o que lo haga otro. Y pasa que ahora sale fácil y sale mejor.
---(Foto de portada: Stefany Aquise)