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La necesidad de descreer lo suficiente

Entrevista a la periodista e investigadora Jacqueline Fowks, quien en su nuevo libro, 'Mecanismos de la posverdad', deconstruye los casos más importantes de desinformación que se han llevado a cabo en los últimos años en Perú y otros países de la región. 

Publicado: 2017-08-09

¿Qué pasa cuando los hechos importan menos que lo que queremos creer? ¿Cómo los intereses políticos y económicos han aprendido a aprovechar esto? ¿Hasta qué punto los medios de comunicación nos guían hacia afuera o hacia dentro del nuevo pantano de la desinformación? 

Si bien la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos consolidó la alimentación de los prejuicios como estrategia política e inauguró la existencia de los “hechos alternativos”, fórmulas similares se han realizado desde mucho tiempo antes en la realidad peruana y latinoamericana.

En esos casos ahonda Mecanismos de la posverdad (FCE), el nuevo libro de la periodista e investigadora Jacqueline Fowks, que llegó a ser el segundo libro de ensayo más vendido de la Feria Internacional de Libro de Lima.

La protesta contra Conga, los enfrentamientos en Bagua, el incendio en Cantagallo, la foto trucada de Verónica Mendoza, las condiciones fujimoristas durante las últimas elecciones. El trato a los periodistas por parte de los gobiernos de Venezuela y México, el proceso de paz en Colombia, la imagen de los mapuches en Chile. Con estos y otros casos, Fowks ha encontrado una tendencia: “quienes discrepan de una parte de la sociedad son insultados y difamados. No solo se combate lo que esa parte de la sociedad plantea, sino que también se los embarra”.


Tu libro se retrotrae a casos que se dieron muchos años antes de que el término ‘posverdad’ se consolide. ¿En qué momento empezaste a percibir estos casos como reflejos de lo que vendría a ser este fenómeno y de qué manera este nuevo concepto te ha permitido ahondar en ello?

El término ayuda a entender procesos en los cuales las distorsiones de la información o de la realidad se difunden de manera rápida, masiva y emocional. Desde la época en que hay posibilidad de difundir algo siempre ha estado la posibilidad de decir cosas de una manera distinta a la que son, pero son cuatro componentes que hacen particular este tipo de procesos ahora: que están en contra de lo que dicen los hechos, que hay un componente emocional que agrupa a las personas, que es rápido y que es masivo. Esas características no son iguales a la desinformación o manipulación.  

Estos procesos yo los sigo hace mucho. Ya en Suma y resta de la realidad (2000) -que luego se convirtió en Chichapolitik (2015)- hay esta aproximación. También hay algunos ensayos sobre cómo esto se difundió más con la prensa chicha y la web APRODEV que creó el SIN para desprestigiar a APRODEH.

Los casos que mencionas son de la época en que tú ya ejercías el periodismo. ¿De qué manera esos sucesos te afectaron en tu trabajo como periodista?

Como editora de la sección Vida y Futuro que tenía el diario El Comercio en esa época, publicamos un informe muy bien documentado de cómo se incrementaba en 1999 el número de casos de tuberculosis en el Perú. Al día siguiente, el ministro de Salud le reclamó al diario porque decían que había mala intención y que ese era un programa modelo. El jefe me pidió que ya no sacáramos la siguiente entrega del informe. Al día siguiente salió publicado un anuncio del Ministerio a página entera aludiendo a estas malas intenciones, desprestigiando al mensajero. Eso ha sido lo más directo que vi de algún ajuste hecho en la esfera del poder respecto a qué cosa se podía decir. Renuncié luego de eso.  

Luego la Fundación Ebert me pidió que hiciera una investigación sobre cómo los medios informaban sobre las elecciones generales del 2000. Durante esa investigación lo único que me pasó como investigadora -no como periodista- era que recibimos llamadas extrañas al celular en las que nadie hablaba o donde preguntaban por determinados generales. El libro finalmente salió en la víspera de que Fujimori asumiera la presidencia en su tercer mandato y nadie, excepto Caretas, publicó algo acerca del libro, porque ahí mencionamos todos los comportamientos parcializados que habían tenido los medios, salvo un grupo pequeño en el que estaba Canal N, El Comercio, Radio CPN, Caretas, Liberación y algunos más.

¿Qué escenario consideras más peligroso para la información? ¿Esa época donde había menos posibilidades de publicar pero más casos de intimidación directa o ahora donde la información puede abundar y uno se puede perder?

Los dos son malos. Ahora no tenemos un gobierno donde el poder está tan concentrado como en esa época, en que Fujimori y Montesinos tenían todo el aparato de las Fuerzas Armadas y todo el presupuesto público para hacer lo que les diera la gana: desaparecer periodistas en provincias y amenazar a otros en Lima. Ese escenario era terrible, pero este escenario actual me parece terrible también. Hay otros riesgos y otras amenazas, que si bien no son contra la vida de los que informan, tienen repercusiones incluso mayores por la capacidad que tiene la información distorsionada de multiplicarse rápidamente y con mucha eficacia. 

Una cosa que me parece interesante mostrar en este cambio es que ahora el fujimorismo -y no me refiero al partido, sino al fujimorismo como una parte de la sociedad- ha ido consolidando su manera de contar qué pasó en el Perú contemporáneo. Ese relato es peligroso a la hora que sale información que colabora con ese relato, como el audio de Chlimper en el que se desprestigiaba a la fuente de información que decía que Keiko había dado a Joaquín Ramirez dinero para lavar. Algo así es tan fuerte para los que siguen al fujimorismo, que sienten que están atentando contra la imagen de su líder, y entonces tienen a decenas o miles que van a replicar esa mirada porque esa historia ya está consolidada en ellos.

Foto:  Stefany Aquise / LaMula.pe

Acerca de tu libro, Eduardo Villanueva ha hablado de “la variante local de una mutación regional de la posverdad”. ¿Hay características particulares de este fenómeno en el Perú?

No hay mucha diferencia con lo que ocurre en otros lados. Lo que fui descubriendo en los casos de los distintos países es que, al final, quienes discrepan de una parte de la sociedad son insultados y difamados. No solo se combate lo que esa parte de la sociedad plantea, sino que también se los embarra.

Quizá lo que es particular en el caso peruano es que la palabra ‘terrorista’ resuena bastante más que en Colombia, Chile y México. Desde la captura de Abimael Guzmán ha habido, por parte un sector de la Fuerzas Armadas y del sector conservador, una instrumentalización del término ya sea para ganar elecciones o desprestigiar a un grupo que está contra algún proyecto. Estas décadas de uso instrumental del término ‘terrorista’, con la carga del pasado, me parece que no es tan fuerte en otros países.

En el libro mencionas un estudio de la Universidad de Stanford que señala que la mayoría de estudiantes no saben identificar si una información es cierta o falsa. Quienes tienen las herramientas prácticas y teóricas para ello parecen ser solo las personas vinculadas a la comunicación. ¿Qué pasa con los ciudadanos de a pie? ¿Qué herramientas tienen hoy en día para saber qué es verdad y qué no?
Durante la emergencia del agua en Lima, hubo algunos días en que no se sabía cuándo Sedapal iba a volver a abrir el caño. Recibí un mensaje de Whatsapp de una persona que conozco que decía que no iba a haber agua durante cuatro días, que junte todo lo que pueda, que se lo había dicho su primo que trabajaba en Sedapal. La idea era que alguien próximo le había dicho eso y que ella me estaba compartiendo el dato. Eso iba a ser un desastre. Le pregunté y me dijo que se lo había pasado otra persona, que esa persona no era su primo. Era un momento en el que todos estaban muy preocupados. Las personas, especialmente en momentos difíciles, están más dispuestos a creer en este tipo de mensajes que parecen ser verosímiles independientemente de quién lo mande y se termina formando una cadena de confianza que no sabemos por qué se da. Sospecho que ahí las respuestas son más psicológicas que de comunicación política. Las personas no necesariamente tienen reflejos para descreer lo suficiente y para hacer un mínimo de verificación con lo que se encuentran en el camino.
En el libro te enfocas en los casos vinculados a conflictos relacionados al poder político. También hay otra variante de la posverdad: las historias inclinadas al sensacionalismo que cada vez más medios serios publican, como "La joven que sangra por los ojos y nadie sabe por qué" de la BBC. ¿Cuál es la diferencia o la relación entre estas variantes?
Hay que ver a qué interés sirve aquello que se presenta. Este tipo de notas sensacionalistas simplemente contribuyen a que las personas usen su tiempo en información que no les da herramientas para nada. Las otras podríamos inscribirlas en el marco del poder. Durante la escritura del libro ha sido interesante ver cuándo se cruzan los poderes políticos, económicos y fácticos. Son como capas en las que a veces están presentes algunos actores y otras veces todos. Son como una trenza. En estos casos se puede ver quiénes están involucrados como en la campaña del NO contra el Acuerdo de Paz de Colombia. ¿A quiénes beneficiaba? No solo a Álvaro Uribe y su grupo político, sino también a la red de clientela que formó durante sus gobiernos. En algunas de estas noticias y distorsiones es factible rastrear los involucrados e interesados, en las sensacionalistas no tanto.
¿Esa trenza se puede asociar más a la confabulación o a la coincidencia?
En muchos casos es coincidencia. Cipriani no necesita decirle nada a un conductor de RPP, por ejemplo. Ya no se necesitan reuniones como en la época del SIN porque hay muchas coincidencias que se han ido forjando a lo largo de este tiempo.
Las últimas portadas de Exitosa han resucitado el fantasma de la prensa chicha. Después de escribir este libro, ¿consideras que estamos más preparados para enfrentar fenómenos como este o, por el contrario, el aumento del mal uso de la información hoy puede dar mayor cabida a situaciones como estas?

Hay un poco más de personas con alfabetización mediática que están informadas sobre el cambio de Exitosa después de la salida de Juan Carlos Tafur. Era un periódico con tendencia al sensacionalismo, pero no tan instrumentado para una agenda como ahora. Sospecho que hay un grupo un poco más grande que tiene mejores reflejos hacia los medios, pero tampoco creo que sea masivo. La otra cosa es que ahora hay replicadores: esto sale en Exitosa y a los minutos Phillip Butters refuerza el mensaje y a las dos horas los congresistas del fujimorismo aparecen en los programas de cable repitiendo la cuestión. Si bien pueden haber más reflejos, en contraparte existen estos otros personajes eficaces en continuar la divulgación de Exitosa. Ese diario tira muy pocos ejemplares y su función es que haya una especie de afiche en el quiosco para que un ciudadano vea una mancha que le tira barro a un grupo específico. Si puede haber un grupo adicional prevenido, del otro lado los replicantes también han mejorado su eficacia.


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Ilustración de portada: Raúl Lescano y Rocío Pardo  

Escrito por

Raúl Lescano Méndez

Periodista. Editor de la revista Poder. @rlescanomendez


Publicado en

Redacción mulera

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