Natalia Toledo (1967) nació en Juchitán, un ciudad ubicada en el estado mexicano de Oaxaca, en la zona conocida como el Istmo de Tehuantepec, y con un pasado lleno de luchas populares. Su poesía le ha permitido viajar a diversos países. Precisamente, antes de recaer en Lima con motivo de la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL Lima 2017), estuvo en Los Angeles (Estados Unidos).

De un carácter jovial y sencillo, la poeta que escribe en zapoteca y español (ella es su propia traductora) viene precedida por una carrera literaria de largo aliento. Ha publicado los poemarios Deche Bitoupe: el dorso del cangrejo (2016), Olivo Negro (2005) y Paraíso de Fisuras (1992). También ha incursionado en la literatura infantil con El conejo y el coyote (2008) y La Muerte pies ligeros (2005), el cual nació a partir de una serie de grabados hechos por su padre, el pintor Francisco Toledo."Mi padre me mostró unos grabados de la muerte brincado. Ahí hay un cuento, cuéntalo me dijo", recuerda. "Uy sí, que fácil", le contestó la poeta entre risas.

¿Qué características tiene la infancia de una niña en un pueblo como Juchitán, al que tú misma has calificado como "politizado"? 

La mía fue una infancia llena de viento, de sol, rodeada de agua. El Istmo de Tehuantepec es la parte más acentuada de México. Crecer en un pueblo politizado significa tener conciencia casi desde los primeros días de tu vida, porque todas las familias tienen una postura sobre todo y eso ha sido muy importante para los que crecimos en Juchitán porque, a muy temprana edad, nos enseñan sobre los juchitecos que participaron en las grandes batallas de México y las revueltas de nuestro pueblo. Somos producto de esas luchas. Desgraciadamente vivimos defendiendo posturas y nunca se acaba. Y es través de esa educación que conoces dónde estás parada y sobre qué cadáveres comes.

Eres la traductora de tus propios poemas, ¿Piensas en la traducción como reescritura o como la creación de un nuevo texto que parte de un misma base o idea?

Las dos cosas que dices suenan lógicas. La auto-traducción sí es curiosa porque de todos los escritores del mundo somos los únicos que hacemos una traducción por nuestra cuenta. Generalmente uno tiene un traductor. Eso puede ser benéfico, hasta cierto punto, porque eres el responsable de tus textos en los dos idiomas. 

Hubo un escritor que firmaba como Pancho Nácar (Francisco Sánchez Valdivieso). Él escribía en zapoteco y nunca se tradujo. Pude haber escogido ese camino pero, en realidad, siempre te estás traduciendo. Piensas en una lengua y hablas en otra. Ahora, lo bueno es que al traducirte puedes mejorar, aunque también corres el riesgo de empeorar.  

foto: stefany aquise/lamula.pe

¿Cómo se desarrolló el proceso de tránsito entre las dos lenguas? 

Yo empecé a escribir desde los 11 años y los primeros textos fueron en español porque mi educación fue en ese idioma. Más tarde, entendí que podía escribir en zapoteco y lo hice. Al inicio con muchas dificultades porque no existe una escuela donde te enseñen a escribir en esa lengua. Y a pesar de que el zapoteco sea mi lengua materna es distinto solo hablarlo que asumirte como una escritora de una lengua que está sobre lienzos y piedra pero no sobre papel. Tenemos la escritura más antigua de América. 

En Latinoamérica siempre han primado los escritores. Durante mucho tiempo se han invilizado el trabajo de las autoras. ¿Qué tan difícil ha sido para ti desarrollar tu vocación literaria?

Diría que ser escritor es un tema -porque ese oficio te abre determinadas posibilidades- y otro, la realidad que viven los pueblos originarios. Ahora bien, la discriminación existe porque hay un pensamiento que prevalece en las mentalidades coloniales o colonizadas aunque no me guste usar estos términos pero desde ahí nos nombran. Esto es pura ignorancia porque no se toma en cuenta la historia ni el origen de todos los que poblamos este continente. Hay mucha discriminación en ese sentido. No nos sabemos mirar. Existe, además, esta tendencia de valorar en demasía las culturas llamadas prehispánicas. Los indígenas que hicieron las pirámides están en los museos y aquellos que viven en el presente se convirtieron en ciudadanos de segunda clase. 

foto: stefany aquise/lamula.pe

 A los escritores de lenguas nativas nos cuesta más trabajo avanzar. Te ven diferente. Ni siquiera creen que tenemos escritura. Hay críticos de literatura que dicen: "No tienen escritura, ¿cómo diablos van a ser escritores?" Cuando somos seres de este tiempo, estamos ubicados aquí y ahora.  

Muchos consideran que escribir en lenguas originarias es una acción política. 

Así dicen quienes estudian las lenguas y a las minorías. Que todo lo que hacen estas se vuelve político porque, justamente, no son mayoría. Posiblemente sea cierto porque siempre nos preguntan: ¿Qué se siente ser parte de...? No es a partir de nuestro trabajo que somos cuestionados, sino de la identidad. A los otros escritores no les preguntan bajo ese criterio porque son 'ciudadanos del mundo', ¿no? 

[Foto de portada: Stefany Aquise]

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